Catalunya, otra prórroga

Más que en cualquier otra parte, de un tiempo acá, en Catalunya las citas con la Historia suelen desembocar en prórroga. Prepara uno los tiros largos de las ocasiones irrepetibles y acaba celebrando con ellos una victoria electoral quizá muy encomiable, pero ni de lejos parecida a la anunciada. En el primer momento, es humanamente comprensible que la inercia y la borrachera de euforia anticipada conduzcan a no reconocer los hechos que se tienen ante las narices.

Es ahí donde se proclama a voz en grito —y lo peor, creyéndoselo a pies juntillas— que por el mar corren las liebres, por el monte las sardinas y que se ha obtenido en las urnas una mayoría apabullante, cuando incluso una lectura benévola, precio de amigo, escupe una realidad bastante más pedestre: la suma de Convergencia y ERC es netamente inferior a la de 2012, y no digamos a la de 2010. ¿Que lo arregla el sorpasso de la CUP? Sí, sin acercar la cifra total a la soñada en voz alta, y poniendo unas condiciones leoninas a las formaciones que, aun palmando, le han quintuplicado en representación.

Sobre quién ha ganado en votos, no hay mucho que decir. A la hora de escribir estas líneas, todavía sin computar los del exterior, eran 15.000 sufragios más para el conglomerado del antes roja que rota, ese en que se dan picos de tornillo Rajoy, Rivera, Sánchez y, oh sí, Pablo Iglesias. No es, desde luego, para proclamar el indiscutible triunfo españolista, como están haciendo las trempantes huestes cavernarias. Pero, a medio gramo de honradez con que se pretenda juzgar, tampoco para atribuírselo sin más ni más, siendo los números los que son.

Volkswagen, qué sorpresa

Enternece asistir al escándalo de plexiglás por un quíteme allá esas emisiones contaminantes de más. De golpe descubrimos que las grandes corporaciones engañan y que los coches contaminan un congo. Demasiado para nuestro delicado himen moral, que salta hecho pedazos, antes de sumirnos en la depresión que sigue al conocimiento del mecanismo del sonajero. ¿Es que ya no se puede confiar en nadie?

Ese estado de ánimo es el que nos están vendiendo. Por fortuna, quizá cuele en las páginas salmón o en ciertas tertulias de postín, pero no en la calle. A pie de barra de bar, de mostrador de frutería o de ascensor, lo que extraña del marrón de Volskwagen es que haya salido a la luz y que se le esté dando tanto bombo. La composición de lugar más común es que no se trata de un caso de rectos principios, sino de la bomba de un competidor o la venganza de un currela (de cuello blanco, se entiende) resentido. Y una vez que estalla y crece la bola, llegan los maquilladores a presentárnoslo como la demostración de que el que la hace la paga, menudos bemoles le echan.

Insisto en el escaso éxito de tal empresa. Salvo cuatro o cinco seres angelicales, la mayoría de los consumidores sospechamos hace mucho que el contenido de azúcar declarado en el brebaje que sea siempre es mayor, que lo del Omega 3 es una coña, que al interés que nos asegura un banco en el contrato hay que sumarle un pico, que lo que dice la pegatina del frigorífico sobre su eficiencia energética puede ser o puede no ser, y, por supuesto, que nuestro utilitario suelta bastante más porquería de la que jura el fabricante. Ningún motivo de asombro.

Catalunya, ira o miedo

Francamente, me ha defraudado la Iglesia española en su metida de hocico en el lodazal catalán. Yo pensaba que iba a decir que el independentismo, igual que la masturbación, provoca ceguera. Se ha quedado en la monserga requetesobada —“No hay justificación moral para la secesión”— y en la soplagaitez de convocar una vigilia por la unidad de la nación. Idea de ese fashion-victim que responde por Monseñor Cañizares, que de propina ha instado a la tropa curil a que durante un mes en todas las parroquias patrias se rece para que no se rompa la tierra de María y martillo de herejes. Lo bonito es que algún mosén que derrota por la cosa soberanista ha llamado también a sus feligreses a orar por la independencia.

Vamos, que Dios en persona va a tener que pronunciarse, como en estos frenéticos días de ira lo han ido haciendo la totalidad de las fuerzas vivas, desde los de los tanques a los de los dineros, pasando por la ya mentada jerarquía eclesial, jarrones chinos diversos o mangutas sin matices. Como característica común de sus picas en Flandes, el miedo, es decir, el acojone. Que si desierto empresarial, que si corralito, que si capitales en fuga, que si, por resumir, los cañones de Espartero en 1842 o los Savoia S 79 de enero de 1938.

Me pregunto por el efecto real de esta ristra de asustaviejas y anuncios del apocalipsis. No lo veremos hasta pasado mañana, pero estaría por jurar que más que amedrentar a los que estaban a medio decidir, han conseguido enardecer, vía tocamiento de entrepierna, a no pocos de los que no acababan de tenerlo claro. Desde lejos, eso sí, no sé sumar si serán suficientes.

Uno de Jaimito

Tuiteando a deshoras, justo antes de arrastrarme hasta el sobre, escribí: “Para desarmarse, si quieres hacerlo, no veo yo que el contrario pinte mucho”. Era mi cierre a una micro conversación con Oskar Matute y Paul Ríos, dos personas a las que quiero igual de bien en las coincidencias que en las discrepancias. Al volver a encender el ordenador a la mañana siguiente, me encontré la respuesta de un personaje público conocido, entre otras virtudes acreditadas, por su mordiente espontaneidad: “Venga, Javi, ahora para mantener el nivel, cuentas uno de Jaimito. ¡Un poco de seriedad, por favor!”. Una docena cumplidita de parroquianos festejaba con retuits o favs (pido perdón a los del plan antiguo por la terminología) el ¡zasca!, que es como se les llama ahora a las cargas de profundidad mondas y lirondas.

Pues va aquí el de Jaimito, que se añade al gran chiste macabro que vocean la colleja dialéctica y más, si cabe, la consecuente jarana celebratoria: con ETA, oigausté, un respeto, no vayamos a tenerla. Ocurre que yo ni se lo tengo ni lo finjo para pasar por jatorra ni para evitar ser señalado como enemigo de la paz por quienes llevan toda la puñetera vida haciendo y/o jaleando la guerra. Por eso, al modo de Matías P., me permito a mi mismo insistir en que cuatro años son una jartá para desprenderse de toda la cacharrería de apiolar. Es, sin más y ya sé que también sin menos, una lista de localizaciones. Se remite a Moncloa, se cuenta a la opinión pública que se ha hecho, lo certifican los mediadores, y ahí se acaba todo. Otra cosa es que se espere algo a cambio. Entonces, claro, no se acaba nunca.

La cúpula mil

Cae una cúpula, otra más, de ETA. Suena o quiere sonar a la leche en vinagreta, perdóneseme la estúpida rima interna, pero el hecho en sí no merece mayores alardes discursivos. A mi no me tima el pirotécnico ministro Fernández. Sé que los detenidos, por más pedigrí que tengan sus nombres en comparación con otros que han ido cayendo en las sucesivas farsas montadas por Interior, no son más que el retén de guardia a cargo del cadáver de la bicha. Vaya a usted a saber desde cuándo estaban controlados cada uno de sus movimientos por guripas de este o aquel uniforme. Hasta que un día —ayer mismo—, que convenía porque hay un fuego en Catalunya, se da la orden de echarles el guante y mandar el heroico parte de guerra correspondiente. La filfa, es decir, la captura de unos tipos acorralados y ya definitivamente inofensivos, se convierte, con la ayuda de unos titulares salerosos y unas fotos resultonas, en una gesta de andar por casa. Para quien quiera comprarla, claro, que cada vez queda menos clientela interesada por el género.

Dicho todo lo anterior, sí le reconozco un mérito al señor español de la porra. Su guiñol ha servido, probablemente sin pretenderlo, para desenmascarar una vez más a los milongueros del nuevo tiempo. Con su impudicia habitual —bien es cierto que consentida por nuestro pardillismo digno de mejor causa— han salido a bloque a echar espumarajos contra la detención de tipos que suman, entre los cometidos por propia mano, los ordenados y los planeados, un buen pico de asesinatos. Pero claro, los inmovilistas y los que ponen palos en las ruedas son siempre los otros. Hay que joderse.

Grecia ha elegido

Vayan y tósanle a Alexis Tsipras. Parecía que estaba destinado a darse la bofetada del siglo, y ahí lo tienen, prácticamente con la misma mayoría de hace ocho meses y libre de críticos esencialistas. Menudos linces, por cierto, los que vaticinaron que la escisión de Syriza por la izquierda arrastraría a las masas descontentas por la claudicación ante la malvada madrastra Europa. Pues de eso, nada. Los que han acabado en el guano extraparlamentario han sido los que, como tantas veces, habían hecho las cuentas de la lechera. Cuando eres Varoufakis y vives como Zeus, es muy fácil apelar a la dignidad porque por muy mal que vayan las cosas, a ti te va a seguir yendo de narices. Los que intentan comer al día siguiente tienden a pensar de otra forma… y por lo que acabamos de ver, también a votar en consecuencia. Hay que ser malnacido para tildarles explícita o implícitamente de cobardes.

Cabe, por supuesto, echar mano del comodín de la participación más baja de la historia, atribuyéndose cada sufragio no emitido. Un siglo de estos veremos que no votar es otra forma de votar y que, en consecuencia, quien decide quedarse en casa es tan responsable de los resultados como los que sí han echado esta o aquella papeleta a una urna.

Resumiendo, que el pueblo que ha querido que sea Tsipras quien gestione el malhadado tercer rescate es exactamente el mismo que hace dos meses y pico optó en masa por el ‘no’ en el referéndum y el que en enero aupó a Syriza al gobierno. Si en esas dos ocasiones se hicieron encendidas loas a su arrojo y su sabiduría, no parece muy coherente ponerles ahora como una panda de mansos.

Protesta bumerán

Como les he sermoneado alguna vez, rara es la buena acción que queda sin castigo. O quizá, en el caso que va a ocupar estas líneas haya que hablar de pretendida buena acción, que aquí entroncamos con lo de las magníficas intenciones de las que está empedrado el infierno. De todo eso —y también de paisanos que van a por lana y salen trasquilados— pueden escribir enciclopedias unos heroicos seres humanos que en conjunto atienden por Pallasos [sic] en rebeldía, y que en su web se presentan (música de violín, por favor) como “muchos corazones y energías unidos en la realización de este sueño”.

Se intitulan asimismo como “un espacio de solidaridad internacional y fraternidad entre los pueblos que se expresa a través de la risa y el arte”, oh yeah. En calidad de tales, ocho de sus componentes se llegaron ante el muro de Ramala, también conocido, y con motivo, como de la vergüenza, para denunciar las iniquidades que comete Israel contra los palestinos. En un alarde de creatividad reivindicativa, decidieron que la protesta tendría más efecto si la hacían en pelota picada.

Y miren, sí, tuvo ese efecto, solo que cambiado. No fueron los malvados sionistas los que pusieron el grito en el cielo o mandaron a un par de matones de uniforme a disolver a los aguerridos activistas. Qué va, la bronca monumental llegó de parte de los supuestos beneficiarios de la gesta. Decenas de palestinos se acordaron de las muelas de sus paladines porque no cayeron en que el cuerpo desnudo ofende al Islam. Como imaginan, la vaina acabó con una patética petición de perdón con propósito de enmienda adosada. Jopé con los rebeldes.