Rancio nuevo tiempo

Tremendas tareas han puesto a los partidos vascos 15 víctimas de diferentes violencias. Les piden, por ejemplo, que se dejen de una puñetera vez de inercias e imposturas (esto es una versión libre de servidor) y que el próximo 10 de noviembre celebren juntos el Día de la Memoria. Haciendo la media de las respuestas, y sin dejar de destacar que alguna sigla ha dicho que por supuesto, nos encontramos con un coro de silbidos a la vía, peroesques, tiritas que se adelantan a la herida y, en resumen, nada entre dos platos.

Si no nos conociéramos, para llorar. Pero no menos que la reacción ante otro encargo de puro catón. Estas personas que comparten sufrimientos bien diversos y aún así, son capaces de reconocerlos recíprocamente y hasta de profesarse respeto y cariño, querían que los representantes políticos de la sociedad expresaran claramente que el recurso a la violencia está mal hoy y estuvo mal ayer. De nuevo, aparte de algún sí rotundo, carraspeos, asteriscos al pie, perífrasis, solicitudes del comodín del público y, cómo no, las consabidas apelaciones al de enfrente.

Por desgracia, no hay lugar a la sorpresa. No a la mía, desde luego, que llevo lunas y más lunas clamando que nos hemos adelantado demasiados capítulos en nuestro novelón por entregas. Procedería dejar de hacernos trampas al solitario y reconocer una desoladora verdad: por muchos suelos éticos y pamplinas con que nos adornemos, a nuestro alrededor hay decenas de miles de personas —ojalá no me quede corto— que creen que matar a discreción estuvo muy bien o, como poco, fue necesario, y en todo caso, no merece reproche sino aplauso.

¿Y Grecia?

Grecia celebra elecciones el domingo que viene. ¿Quién lo diría, eh? Hay que buscar con lupa y paciencia los sueltillos que le dedicamos los medios a la cosa. Qué diferencia, oigan, con la tabarra inmisericorde que acompañó al (inútil) referéndum de julio o, mismamente, a los comicios de enero. ¡Enero! Cuenten con los dedos y verán que no han pasado ni ocho meses completos de aquello. Imposible olvidar lo que aprendimos a 3.500 kilómetros en los días previos y posteriores a la victoria de Syriza.

La de gachós que devinieron en helenistas honoris causa o, directamente, en griegos de ocasión o lance, habiendo nacido en Chamberí, Moaña o Apatamonasterio. Qué ovaciones con vuelta al ruedo al iluminado pueblo que (después de decenios haciéndolo muy mal) había sabido votar a la fuerza que en un par de birlibirloques obligaría a inclinar la testuz al malvado neoliberalismo recortador. Menudas erecciones y mojaduras intelectuales provocaba por aquel entonces el Mesías Alexis Tsipras. La de políticos de este rincón del mundo que procesionaron a Atenas y alrededores, cual groupies sin remisión, a la búsqueda de una foto junto al neoicono yeyé, de su bendición, o de ambas cosas. Cuántos tuits emocionados se aventaron tras haber alcanzado el objetivo, siempre con las siglas bien a la vista.

¿Y ahora? ¿Puede alguien darme pelos y señales de peregrinos a la campaña en curso? Me temo que ya no hay lista de espera para marcarse un cameo en este o aquel mitin del primer ministro claudicante. Gran zozobra, la de los indoctos como el que suscribe. Nos hemos quedado sin saber qué ha de ser lo correcto el domingo.

Enaltecimientos varios

Siempre he pensado, con Aute, que los tirios y los troyanos deberían casarse porque son tal para cual. Y dejarnos en paz al resto, que estamos hasta las mismísimas de aguantar su rollito sadomaso y su retroalimentación mutua en bucle infinito.

Farfullo, que ya sé que a veces me embalo y se pierde el hilo, de las cuatro detenciones de ayer por enaltecimiento del terrorismo. Inmensos, comme d’habitude, Urquijo, Mariano, Fernández y los picoletos de jornada, dando bombo urbi et orbi a un acto que durante veintipico años se ha venido desarrollando sin que saliera de los círculos de costumbre. Sí, a la vista pública, y probablemente para lógico y comprensible disgusto de mucha gente. Pero es que como empecemos a entrullar a todos los que se comportan miserablemente, no va a quedar ni quisque fuera. Eso, sin contar con lo poco que me fío yo de quien decide sobre las actitudes que son y dejan de ser penalmente punibles.

Respecto a esta en concreto, la de montar saraos a mayor gloria de tipos que —en la inmensa mayoría de los casos— se han dedicado al matarile o al auxilio del matarile, lo tengo muy claro. Como decía el famoso cura sobre el pecado, no soy partidario. Es más, salvo en ocasiones excepcionales a las que podría encontrar una explicación, me parece una canallada del quince, así se llame el fulano homenajeado Morcillo, Galindo, Zabarte, Txikierdi o, pongamos por caso, José Bretón. Creo, sin embargo, y muy firmemente, que lo que procede es la sanción o la reprobación moral. Llevarlo más allá es, y vuelvo al principio de estas líneas, una forma enaltecer, miren por dónde, a los enaltecedores.

Réquiem por Rompesuelas

El pronóstico anuncia lluvias para hoy en Tordesillas. Por desgracia, parece que no en la cantidad suficiente que obligue a suspender esa siniestra atrocidad llamada el Toro de la Vega. Así que, siguiendo la letanía clásica de los espectáculos, el tiempo no va a impedir la matanza, y un año más, la autoridad la va a permitir. ¿Autoridad? Debemos hablar en plural, pues son varias las implicadas en esta carnicería inhumana que se viene repitiendo, como poco, desde 1534. Si la que directamente la consiente e incluso promueve es la municipal, las otras —provincial, autonómica, estatal y europea— no se libran, en el mejor de los casos, de la complicidad por omisión. Y tampoco hay que dejar de señalar a los conmilitones políticos de la piara de desalmados que regenta la localidad vallisoletana. Importa una higa que Pedro Sánchez prometa difusamente una futura ley para prohibir la villanía, si no empieza por algo tan básico como ordenar la expulsión del PSOE del alcalde, un tipejo que atiende por José Antonio González Poncela, y de los demás zurullos con nariz y ojos que mangonean en el equipo de gobierno.

No, no rebajo ni un cuarto de diapasón los calificativos. De hecho, los extiendo a todos los individuos, con o sin mando en plaza, locales o foráneos, que en nombre de la tradición defienden el acoso y tortura hasta la muerte de un animal. Rompesuelas es el nombre de la víctima de este año. Pena que, en medio del martirio, los 640 kilos del morlaco no se revuelvan y alguno de los sádicos matarifes que lo estarán alanceando se lleve a casa un buen costurón. Un gramo de justicia, siquiera poética.

Euskadi hoy

Hoy me van a permitir que les hable de mi libro, o sea, de mi programa de radio, que en realidad no es mío, sino de tantas y tantas personas que lo han venido forjando durante seis años. Empezando, faltaría más, por Xabier Lapitz, que es quien le ha puesto voz, cara, alma, corazón y vida a Euskadi Hoy de Onda Vasca desde su heroico nacimiento. Ahora que no nos lee nadie, les confesaré que, egoístamente, habría preferido que las cosas siguieran como estaban.

Yo era feliz en Gabon, pequeña y manejable locura nocturna compartida con militantes de la comunicación. Ni éramos ni aspirábamos a ser la releche. Siempre me ha provocado un pudor indecible venderme como lo que Cortázar llamaba la última chupada del mate. Más, sabiendo que a diestra y siniestra del dial hay productos —públicos y privados— que se pulen en una hora de emisión lo que a nosotros nos llegaría para un mes. Con encontrarnos cada noche a los cómplices a uno y otro lado de las ondas, teníamos de sobra. Y —les decía antes de dispersarme— habría seguido así lo que dieran de sí su paciencia o mi garganta.

Pero, como en la canción de Silvio, las causas y los azares nos fueron cercando, hasta que un día me  vi aceptando la mudanza, no niego que con la esperanza recóndita de que Xabier cambiara de idea en el último minuto. Como no lo hizo, desde el lunes pasado me tienen levantándome a la hora a la que antes me acostaba. Me acompaña un cóctel de vértigo y miedo, pero también las impagables sensaciones de trabajar con personas que humana y profesionalmente superan el diez, y de poder saludarles a ustedes con un Egunon, Euskal Herria!

La boda de Maroto

A alguien se le ha parado el calendario. En el medievo poco más o menos. Según contaba ayer un diario no lejano a las zahúrdas genovesas y monclovitas, la boda de Javier Maroto está siendo piedra de cisma en el PP y, por extensión, en el Gobierno español. O quizá viceversa. Parece que la facción más rancia del partido —ya, ya sé que me van a decir que a ver quién la distingue del resto— se hace literalmente cruces ante la posibilidad de que Mariano Rajoy, invitado de mil amores por el recién descabalgado alcalde de Gasteiz, haga acto de presencia en los esponsales. Por si no están al corriente, extremo que dudo, el problema reside en que el intercambio de anillos será con otro hombre.

En esas andamos a estas alturas. Para Fernández Díaz, el ministro de la triste figura y la porra siempre en ristre, resultaría un contradiós, amén de un monumental escándalo, que el capitán de los gaviotos se dejara ver en la sacrílega ceremonia. Digamos a su favor que es el único nombre que sale. Los demás carpetovetónicos actúan en la sombra. Bien es cierto que no todo es cuestión de alcanfor y talibanismo ideológico. También tiene algo que ver la calculadora. A tres cuartos de hora de las elecciones generales, se echan cuentas de los votos trabucaires que se pueden perder por la exhibición del líder en el enlace de dos señores con barba.

Daría mucho por saber qué les está pasando por la cabeza, no solo al propio Maroto, sino a las seguramente numerosas personas homosexuales del Partido Popular. Se me hace un misterio insondable que se pueda guardar fidelidad a unas siglas que no respetan a uno en lo más básico.

14.931

Lo sé, no soy nada original. Estoy convencido de que media docena de columnistas —o juntaletras, como me llamaba ayer, seguramente con fundamento, un airado lector— habremos elegido exactamente el mismo título para nuestra prédica. Y tiene su gracia, porque los manuales al uso recomiendan exceder el celo en la utilización de números en textos periodísticos, e incluso evitarlos sin grandes contemplaciones. La razón es que los carga el diablo, que son un fárrago y que operan como elemento disuasorio para quien pudiera estar dispuesto a dedicarnos unos segundos de su tiempo. El consejo canónico es redondear, acogiéndose al efecto balsámico, excipiente y lubricante de los ceros.

Sin embargo, hay excepciones como la de la cifra que he elegido para encabezar estas líneas. Hoy se me hace indispensable la precisión a la unidad. No son 15.000, sino exactamente 14.931 los refugiados sirios que habrá de acoger el reino de España. Así lo han determinado los peritos aritméticos de Bruselas, es de imaginar que escuadra, compás y cartabón en mano. O pensando media gota peor, sacándose el guarismo de lo que Jose María García denominaba el forro de sus caprichos. Aunque también pudo ser en un regateo de verdulería de barrio.

¿Repararían en algún momento en que se trataba de personas? Conociendo el paño, lo más probable es que se hayan limitado a aplicar los métodos de rigor para determinar la cuota de la anchoa, del brécol o de la leche. Molesta carne humana a tanto alzado. Un pufo que hay que repartirse a escote y por decreto entre los miembros de esa banda de reyes del escaqueo que atiende por Unión Europea.