El IVA, según quién lo suba

Le cayó la del pulpo al economista boquerón de Ciudadanos, Luis Garicano, por proponer subir el IVA de los productos de primera necesidad (empezando por el pan) y bajar el del resto de los artículos. En peculiar Fuenteovejuna, opinadores de distintos pelajes —incluido el que suscribe— y portavoces políticos de todo el espectro ideológico desde el PP a Podemos se le lanzaron a la yugular bajo la acusación de pretender esquilmar a los pobres en beneficio de los bolsillos más holgados.

Este es el minuto en el que sigo pensando, quizá desde una lógica equivocada o con unos conocimientos escasos, que la medida es manifiestamente injusta y que huele a clasismo rancio que echa para atrás. Pero miren ustedes por dónde, el gobierno requeteprogresista de Grecia acaba de anunciar que en septiembre subirá tres puntos —del 6,5 al 9,5%— el IVA de los productos básicos, mientras que el del resto se reducirá cinco puntos, del 23 al 18%. La argumentación viene a ser la misma qu esgrimió, con poco éxito de crítica y público, el mentado Garicano: lo que los más desfavorecidos pierden por un lado se compensaría con una mayor recaudación que redundaría en su beneficio.

Ocurre que en esta ocasión la cosa viene con la firma del santo laico Yanis Varoufakis, a ver qué zurdo sedicente se atreve a encontrarle el menor pero. Ya se lo digo yo: ninguno. En los medios de la contestación dentro de un orden, la noticia ha sido despistada, ignorada o, con mayor descaro, encapsulada en titulares de trampantojo que hablaban de reformas y reordenaciones del IVA. A veces, nos muestran el mecanismo del sonajero y no queremos verlo.

El espantajo de ETA

Una decisión con freno y marcha atrás. La Mesa del Congreso de los Diputados había acordado conceder permiso para que una sala del supuesto domicilio social de la voluntad popular acogiera un encuentro de víctimas de ETA y de los GAL. Tremendo que en su día fuera noticia algo que debería ser de carril a estas alturas de la liga, pero mucho peor que vuelva a serlo porque se revoca la autorización. Queda fuera de concurso que en la bochornosa rectificación, motivada por la bronca del ultramonte mediático y las asociaciones monopolistas del dolor, el PP haya tenido la compañía del PSOE. En lo demás, vaya usted a saber; en esto, la gran coalición es de hierro forjado.

Si no revelara algo tan trágico como que lo de menos son los principios, resultaría cómica la patética tozudez con que se sigue agitando el espantajo de una banda a la que apenas le quedan el nombre y cuatro chatarras inútiles en otros tantos agujeros. Cuánto rendimiento le siguen sacando a la raspa de la serpiente. Aparte del digo-diego de los de la rosa y la gaviota para impedir el encuentro de víctimas, ayer mismo coincidieron en tiempo y prácticamente espacio una folclórica redada contra supuestos enaltecedores de la cosa a través de las redes sociales y un chafardeo según el cual los presos de ETA —en realidad, uno— apuestan por Podemos para Moncloa. Ante tal despliegue de cutrerío e inmoralidad, es inevitable preguntarse si allende Pancorbo quedan panchitos en número suficiente como para justificar la inversión en pirotecnia. Quizá esté equivocado, pero estaría por jurar que hace tiempo estos excesos no venden ni media escoba.

Creer o no creer

Sobredosis de encuestas. De todos los colores. Para (casi) todos los gustos. Con victorias en este lugar, derrotas en aquel otro y cuarto y mitad en el de más allá. ¿Creer o no creer? Esa podría ser la cuestión. Claro que también cabe acogerse a la ley del embudo, como el candidato del PSE a la alcaldía de Bilbao. El día del inicio de campaña le preguntaron a Alfonso Gil por los buenos resultados que le vaticinaba el CIS a su partido en España. “Un chute, una alegría, la demostración de que el 24-M vamos a ser la gran sensación”, respondió. Mi compañera Lorena Begué le recordó entonces que esa misma mañana había salido el estudio del Gabinete de Prospecciones sociológicas del Gobierno vasco, que preveía una pobre cosecha socialista en los tres territorios de la CAV y sus respectivas capitales. Sin siquiera carraspear, Gil sentenció que él es muy escéptico con las encuestas. “La única que vale es la del día de la votación”, remató con lo que, siendo un tópico, no deja de ser también una verdad esférica.

Esa es la actitud. Cada cual debe creerse las buenas para sus siglas y desdeñar las regulares y las malas. Por lo menos, si nos referimos a las que salen a la luz. Las encuestas que se publican, ya sean las de los organismos oficiales o las que encargamos los medios, siempre tienen un fin. Y no piensen mal, porque puede ser, sin más, vender más periódicos o alcanzar cierta repercusión. Estas, como mucho, sirven como entretenederas. Las que verdaderamente tienen sustancia son las que jamás llegamos a ver. Se quedan en el secreto de los aparatos y, a diferencia de las otras, muy rara vez fallan.

Ahora el miedo es naranja

Qué cabrito es el miedo, todo el rato cambiando de bando. De un tiempo acá, se diría que ha vuelto al lugar de costumbre tras una breve incursión turística al otro lado de la linea imaginaria. Sé que las consecuencias de esto tienen su punto trágico, pero como tantas veces me ha ocurrido en un funeral, no puedo evitar que me entre cierta risa floja al asistir a determinadas reacciones. Hasta anteayer no más, cualquiera que aventase la menor crítica sobre Podemos, además de recibir una hermosa colección de collejas dialécticas de a kilo —“¡Inda, eres un Inda!”, “¡Marhuenda, más que Marhuenda!”—, era acusado de estar acojonado ante el inminente fin del régimen-del-78. “Su odio, nuestra sonrisa”, salmodiaban los believers de la porra (que no son todos, ni siquiera la mayoría, seamos justos) en lo que sonaba a copia pobretona de la célebre frase de Arnaldo Otegi.

Es gracioso que en este minuto del partido, quien podría tatuarse tal bravuconada en la frente es el maniquí venido a más que atiende por Albert Rivera. Y con él, su creciente séquito de harekrisnas o, con mayor motivo, los tiburones del Ibex 35 cuya mano mece la cuna —a mi no me cabe ni media duda— del suflé naranja. Si, tal y como aseguraban los centuriones de Iglesias Turrión, los ataques en los medios y en las redes sociales dan la medida del canguelo que se provoca en los contrarios, ahora mismo el Freddy Krueger de la política hispanistaní es Ciudadanos. Generalmente con buenos motivos, pero también porque sí, nadie está recibiendo tanta estopa, con tanta mala hostia y desde flancos tan amplios, como el partido del figurín. Curioso.

No se van

Fue un acto verdaderamente pintoresco el del miércoles en el acantonamiento verde oliva de Sansomendi. Una expresentadora de telediario devenida en reina por vía inguinal se llegó a cantar los prodigios de la guardia civil durante sus 171 años —todos esos— en el territorio comanche del norte. Se presentó la doña de blanco y sin peineta ni mantilla, detalle que a la prensa cortesana y lamedora le pareció, hay que joderse, una revolución del protocolo. Como si no cantara suficientemente a naftalina la concentración de tricornios acharolados, charreteras, pecheras atiborradas de medallas y otras quincallas que lucían los beneméritos o los trajes de cuervo siniestro que vestían las autoridades civiles. Entre ellas, el virrey Urquijo, para qué les cuento más.

Por aquello de la elegancia social del regalo o por tradición medieval, la antigua compañera de Alfredo Urdaci trajo como prenda para el cuartel vitoriano una bandera española tan primorosamente bordada, que había costado 60.000 eurazos del ala. Imaginen el rebote de los picolos de a pie, que no reciben ni para mediasuelas de sus botorras, ante semejante derroche en el trapo rojigualda. Bien es cierto que allá ellos si tragan con la ofensa.

La guinda del evento se la había reservado el singular ministro que atiende por Jorge Fernández y Díaz. Con la vena hinchada hasta lo patrióticamente reglamentario y en un remedo opusdeisiano de Escarlata O’Hara, puso a Dios por testigo de que la Guardia Civil jamás de los jamases se marchará de la irredenta Vasconia. Y todo esto tuvo lugar, puedo asegurárselo, una soleada jornada de primavera del siglo XXI.

El relato de Carmena

Probablemente, lo que cuenta (Santa) Manuela Carmena sobre la empresa de su marido sea cierto. Al primer bote, desde luego, suena a una de tantísimas desgraciadas historias que han ocurrido al calor —es decir, al frío polar— de las vacas flacas. La compañía número ene que después de haber ido viento en popa se da de morros con la realidad y cae en picado sin que los heroicos esfuerzos de sus propietarios logren impedirlo. Al final del final, la decisión más dolorosa, la que se trataba de evitar a toda costa: el despido de los trabajadores y las trabajadoras… de acuerdo con las condiciones que establece la legalidad vigente. En este caso, ¡ay!, la perversa reforma laboral del Partido Popular. Pero qué se le va a hacer. Como cantaba Gardel, contra el destino nadie la talla.

Queda por encajar en el relato lo de las contrataciones mercantiles en lugar de laborales, con lo mal vista que está tal práctica entre los que los guardianes de la ortodoxia que nos amenizan las mañanitas. Dejando ese detalle —y otra media docena— al margen, insisto en que estamos ante la narración verosímil y hasta humanamente comprensible de una fatalidad que las mejores intenciones no han podido evitar por más que se luchara con uñas y dientes.

Llama la atención, eso sí, lo poco que se parece la reacción indulgente y justificatoria a la que nos encontramos en casos prácticamente idénticos. Esta vez se han dado la vuelta los papeles. Allá donde suele haber un empresario sin alma que se quita de encima a los trabajadores como si fueran chinches, tenemos un bondadoso empleador y unos pérfidos currelas. Curioso, ¿no creen?

Andalucía, vieja política

Aclaro de saque que tengo la peor de las opiniones sobre Susana Díaz. Basta escuchar su cháchara ramplona durante cuarenta segundos para estar seguro de que no tiene ni pajolera idea de prácticamente nada. Su errático y pinturero discurso da, siendo generosos, para animar una de esas excursiones en autobús que en realidad son un cebo para vender baterías de cocina o apartamentos en multipropiedad. Pero por esas cosas de la llamada democracia que es casi mejor no pararse ni a analizar, ganó las elecciones del pasado 22 de marzo con una holgura considerable. Su partido, el PSOE, le sacó 14 escaños al PP, 32 a Podemos, 38 a Ciudadanos y 42 a la desbaratada Izquierda Unida. Una sucesión de palizas inapelables. Cabe, en efecto, argumentar que las formaciones perdedoras reúnen en conjunto mayor representación, pero hay que tener pelendengues para hacerlo en serio, sabiendo que estamos hablando de aquella famosa suma de Ana Botella de peras, manzanas… y hasta algún níspero.

Esas fuerzas no van a construir, bajo ninguna circunstancia, una alternativa de gobierno. Por tanto, impedir que se nombre presidenta a la candidata de la lista sobradamente más votada, aun cuando lo permita un reglamento chapucero, es literalmente joder por joder. Vestirlo con presuntas nobles intenciones como la lucha contra la corrupción es, además de una triquiñuela burda, un sarcasmo. De propina, también es una muestra de la vieja y rancia política que dos de los partidos que mantienen el bloqueo —Podemos y Ciudadanos— dicen combatir. Y lo peor es que dentro de unos días, uno, otro o los dos darán marcha atrás. Apuesten algo.