Rekarte… y los demás

Están Lourdes, Fátima, Covadonga, y en versión progresí, el programa de Jordi Évole. Como en todos los lugares de peregrinación mercantil citados, cada domingo, decenas de miles de creyentes se sienten tocados por el rayo divino y salen dando albricias porque han recuperado la vista de golpe. Por supuesto, la primera luz que notan los ojos va en consuno con la misa del día. Si se trataba de las andanzas de un entrañable ácrata con pico de oro, los alcanzados por el prodigio quedan convencidos de haber recibido todos los conocimientos posibles sobre el anarquismo. Si, como ocurrió en la última edición y objeto de estas líneas, la cosa iba de un miembro de ETA arrepentido, los televidentes más entregados adquieren la certeza de no necesitar saber absolutamente nada más sobre el conflicto (o lo que sea) vasco porque en apenas sesenta minutos han accedido a la sabiduría plena. Lamento venir a pinchar el globo, pero me temo que no es así.

Personalmente, [Enlace roto.] me parece interesantísimo y, desde luego, enriquecedor. Aporta gran cantidad de claves, deja entrever otras, provoca algunas dudas y hace girar la manivela de pensar, lo cual siempre es muy aconsejable. Sin embargo, no es, ni de lejos, el único. Hay, tirando por lo bajo, otros centenares de hombres y mujeres que estuvieron en el medio del medio y que tienen bastante que contar. Es más, algunos ya lo han hecho en documentales como [Enlace roto.] o El perdón, emitidos por ETB no hace demasiado. Ambos están accesibles en la web del ente público. No pretenden ser la verdad revelada y, por eso mismo, se los recomiendo.

Los que nunca fallan

Me pongo cárdeno de la vergüenza al recordar la cantidad de veces que hasta el mismo jueves por la noche repetí que Gran Bretaña afrontaba las elecciones más reñidas en 70 años. Con qué convicción, oigan, lo fui diciendo en cada entrega de la portada informativa de Gabon de Onda Vasca, apuntalándolo con comentarios sobre el casi seguro panorama de desgobierno que se cernía sobre las islas y bla, bla, bla. Total, para que a las once de la noche llegara la encuesta a pie de urna de la BBC que descuajeringaba la cantinela, y en las horas sucesivas —que hay que ver lo que duran los recuentos por allá, oh my God!—, la confirmación de la mayoría absoluta del Partido Conservador de David Cameron. De lo que iba a ser, como mucho, un empate raspado a la victoria aplastante e incontestable, dejando por el camino los cadáveres políticos de sus tres principales rivales, ahí queda eso.

Tras un patinazo de tal medida, lo siguiente que uno imagina es una disculpa pública de quienes llevaban semanas vendiendo como cierto exactamente lo opuesto a lo que ocurrió. Porque no crean que la profecía fue solo cosa de plumillas sin pedigrí como el que suscribe. La habían echado a correr los analistas más sabiondos, los que beben en las mismísimas fuentes originales, los que están al cabo de la calle de cada secreto y de cada matiz. Comprobada la inmensidad de la pifia, ni siquiera  se han dado por aludidos. Al revés, han aprovechado el viaje para currarse floridos teoremas sobre por qué han fallado las encuestas, mientras alumbran nuevas martingalas como que a Cameron le va a ir peor que si hubiera perdido. Qué hachas.

Sex Munilla

Pero, señor columnero… ¿Va usted a escribir sobre el libro de Munilla sin habérselo leído? En efecto. Es más, sin tener siquiera la intención de hacerlo. Concedo que es un atrevimiento, pero, desde luego, bastante menor que cascarse (uy, perdón) todo un tratado sobre sexo —y no precisamente el de los ángeles— cuando se supone que, por su propio ministerio, tal cosa debería conocerla de oídas. ¿O es que tal vez no es así? Ahí queda la pregunta. Basta, en cualquier caso, ver la portada del libro para intuir una obsesión morbosa que quizá no atente contra el sexto, pero sí contra el noveno. Hay reclamos de puticlubs de carretera bastante menos burdos: la palabra de las cuatro letras destacada en fucsia (o así) a cuerpo tropecientos, y debajo, en pequeñito, lo del alma y el cuerpo. Obvio interpretar la foto del ególatra monseñor —¿no es pecado capital la soberbia?— sentado en un banco con las piernas abiertas casi en canal.

Atendiendo a los (muchísimos) fragmentos literales que ha publicado la prensa, está bastante claro que el obispo de San Sebastián tiene un problema entre los bajos y la sesera, que es donde realmente habita el gustirrinín. Investido de la misma autoridad que le sirve a él para pontificar sobre altos y no tan altos instintos, es decir, ninguna, le recomendaría que lo hablase con su confesor. O, qué caray, que se suelte el refajo y el cilicio y disfrute de las cosas buenas que nos regaló Dios a los humanos. Sin forzar a nadie, entiéndase. Y como petición final, que deje de llenar páginas con su machismo estomagante, su homofobia estratosférica y su paranoia cerril. Ya huele.

Vivienda y demagogia

El chaval de los recados de Rosa Díez anda propalando urbi et orbi que él solito ha solucionado el problema de la vivienda en Euskadi, oséase, la autónoma comunidad. Aparte de lo que nos vamos a reír cuando en la TDT-party se enteren de que ha sido gracias a un acuerdo diferido y simulado con los por él mismo llamados filoetarras (y cosas peores), resulta enormemente revelador cómo está vendiendo la moto el chisgarabís magenta. Viene a dar a entender que muy pronto bastará levantar la mano y rellenar un impreso para recibir a cambio un piso bueno, bonito y gratis allá donde le pete a cada cual.

Maneiradas, dirán ustedes con razón. Ocurre, sin embargo, que los dos socios de propuesta, PSE y EH Bildu, no lo están explicando de modo muy diferente, cuando saben perfectamente que ese escenario de cuento de hadas no atiende ni siquiera a las difícilmente realizables cuestiones que contiene su pacto. Ese engaño consciente a la sociedad es una profunda irresponsabilidad, por mucho que estemos en campaña electoral. Bien es cierto —aquí hay para todos— que no mejora mucho la cosa que el Gobierno vasco desenvaine el comodín del “efecto llamada a escala mundial”, cuya sola pronunciación nos evoca el nombre de cierto munícipe dado a las demagogias.

Tenemos una suerte fatal con las leyes y proyectos de ley de vivienda. Entre las utopías y las líneas rojas para no perjudicar el negocio ladrillero y bancario, no hemos pasado de un sistema de lotería —literalmente; de hace tres días son los sorteos de pisos en frontones—  y de agravios comparativos reales o percibidos. Y da la impresión de que seguiremos así.

La resolución ene

Ocurrió en jueves y víspera de fin de semana largo, así que no se sientan culpables por no haberse enterado. En otro tiempo quizá habría sido un notición del carajo de esos que nutren portadas, editoriales, columnas y tribunas. O incluso, animan charlas de barra. Pero esta vez no pasó de cierta sensación de día de la marmota para parte de los que lo vivieron en directo y, desde luego, para aquellos a los que por oficio nos tocó contarlo. Y miren que intentamos hacerlo, con una migaja de trampa y dos de cartón, currándonos un enunciado efectista tal que así: “El Parlamento de Gasteiz asegura que el pueblo vasco constituye un sujeto político con derecho y capacidad para decidir sobre su futuro [pausa dramática] en una consulta cuyo resultado [otro silencio valorativo] debe ser respetado”.

Se supone que más de un proceso histórico arranca o cobra impulso con una declaración como esa. Pero el nuestro (o medio nuestro, o lo que sea) no. Entre otros motivos, porque no es la primera ocasión en que la cámara aprueba una resolución similar sin que haya pasado gran cosa. Pero, en este caso en particular, por el modo en que se dieron los hechos. Resulta que las dos formaciones que apoyaron la proposición, ya imaginan ustedes cuáles, fueron las que se atizaron con más brío en la tribuna de oradores y en los escaños. Los representantes de los otros tres partidos —PP, PSE y la excrecencia magenta— se limitaron a disfrutar del espectáculo, dándose el capricho de tanto en tanto de soltar alguna de las cargas de profundidad de costumbre. Por ellos, como si se aprueban noventa resoluciones más. Total, ¿para qué?

Tantas mordazas…

De nuevo se me pasó el día mundial de la libertad de prensa. Y eso que esta vez coincidió, grotesca casualidad, con el de la madre. Qué oportunidad para hacer la loa cursi con doble tirabuzón. No crean, ya hubo algunos rapsodas tuiteros que se curraron el dos en uno, si bien la mayoría tiró por lo trillado. Que si la ley mordaza, que si los medios secuestrados en unas pocas manos, que si cuánto necesitamos periodistas valientes. No te joroba, como si no necesitáramos camareros o camareras con un par de narices que nos cobraran el cortado por lo que cuesta y no al precio abusivo que le ha puesto el dueño del bar. O mejor, empleados de banca aguerridos que concedieran créditos a quien los necesitara y tacharan impagos para evitar desahucios. Pero no, oigan; nadie reclama ese tipo de héroes. Parece existir un curioso consenso en que los únicos que se tienen que jugar el culo —quizá con los ciclistas— somos los que practicamos, o intentamos hacerlo, este oficio de tinieblas.

Lo tremendo es que una buena parte de los que nos exigen que seamos la hostia en vinagre de independientes lo único que pretenden es que escribamos o digamos exactamente lo que quieren leer u oír. Si lo hacemos, nos sacan bajo palio. Si no, empiezan a llover las tortas como panes. Es de llorar diez ríos que esos lectores y oyentes que reclaman la mayor de las purezas alberguen en su ser a un censor implacable o a un jefe de redacción cabrón de los que dictan cada línea. Claro que también es verdad que peor es cuando no pocos de este gremio, por canguelo o en busca del aplauso de aluvión, hacen piezas a medida de la parroquia.

Calimero Monedero

A medio camino entre la severa (auto)disciplina y el capricho diletante, me he tragado entera la conversación entre Fernando Berlín y Juan Carlos Monedero que a la larga (en realidad, a la corta) provocó el sacrificio más o menos ritual de este último. Medidos desde el saludo a la despedida, son apenas quince minutos. Lo apunto mostrando mi dedo corazón enhiesto a todos los lamelibranquios que ante los entrecomillados del diálogo que han reflejado los medios, sostienen que son mentira y que para comprobarlo “basta escuchar los 43 minutos” de la charla. Como ellos no lo han hecho, no saben los osados gañanes que el archivo que está circulando incluye otros contenidos del programa La cafetera. No es una anécdota, sino de nuevo, una categoría. Es el modus operandi habitual: la trola es la forma más efectiva de denunciar a los troleros. Lo peor es que cuela.

¿Pero decía o no decía lo que fue a los escandalosos titulares? Hombre, que algunas cabeceras aprovecharon para forzar la literalidad parece evidente. Pero no crean que tanto. Y hay un hecho difícilmente rebatible: si la cosa terminó en dimisión cinco horas después de haber porfiado que la adhesión seguía intacta, algo gordo vería alguien en la rajada.

Más allá de los lamentos y las cargas de profundidad a sus conmilitones, yo me quedo con las partes de la entrevista en que Monedero la coge llorona —¡Ay, Calimero incomprendido!— por la lluvia de bofetadas recibidas por estar en la primera línea de un partido. Con tono munillesco asegura que eso no se lo esperaba. Lo dice alguien, hay que joderse, al que le pagan millonadas como asesor político.