Miribilla, no olvidar

Los aficionados al baloncesto se quejan porque su deporte tiende a ser noticia casi exclusivamente por acontecimientos negativos como la (estúpida) trifulca del domingo en Miribilla entre jugadores de Bilbao Basket y Baskonia. Seguramente, no les falta razón, pero con media pensada que le echen, comprenderán que no pueden pedir —como hicieron en Twitter o ante los micrófonos algunos de los implicados en la pelea— que quienes vieron el lamentable espectáculo corran un tupido velo y olviden las deplorables imágenes como si todo hubiera sido un mal sueño. Ocurre, por desgracia, que no lo fue. La tangana fue muy real. Lo pueden atestiguar los centenares de seguidores de uno y otro equipo presentes en el pabellón, incluido el chaval al que consolaron varios de los que se habían intercambiado trompazos, y, desde luego, las miles de personas que asistimos a la reyerta a través de la televisión o del vídeo convertido en viral.

Anoto en positivo la inmediatez del arrepentimiento y la sinceridad que se aprecia en las disculpas de jugadores, técnicos y ambas entidades. Les honra ese reconocimiento de los hechos que, con alta probabilidad, en el fútbol habría sido negación, excusas de mal pagador o un rastrero cruce de acusaciones sobre quién empezó primero. Pero insisto en que no les compro la invitación a la amnesia. Muy al contrario, creo que una de las mejores maneras de evitar la repetición de incidentes tan bochornosos es que sus tristes protagonistas los tengan siempre presentes. El recuerdo debe servir como freno cuando la adrenalina y las pulsaciones disparadas muevan a hacer otra tontería.

La ética de Toña

En ese papel de latigadora que sus asesores aún no le han dicho que le va fatal y lo pone en práctica peor, Arantza Quiroga le espetó al lehendakari en sede parlamentaria que en lo sucesivo, cualquier cargo del Gobierno puesto en entredicho pediría que se le aplicase “la ética de Toña”. Aludía la (artificialmente) encocorada presidenta del PP vasco al dictamen de la comisión correspondiente que había concluido que dos y dos son cuatro. Es decir, que el intento de convertir al recién nombrado Consejero de Empleo en el que mató a Manolete, además de cantar la Traviata a oportunismo ramplón, no colaba y, en consecuencia, no existía el menor desdoro en que el aludido ocupara el cargo público para el que había sido legítimamente elegido.

Ya en el mismo instante en que escuché a Quiroga hablar de “la ética de Toña” con ánimo descalificador y tono de desprecio, me dio en pensar lo positivo que sería que estuviera más extendido el sistema de valores que rige la conducta del consejero. Me refería, sobre todo, a su actuación en el caso por el que lo habían querido crucificar, pero este domingo en los diarios del Grupo Noticias encontré el refuerzo definitivo para mi buena impresión. En un aparte de la entrevista donde avanzaba las líneas básicas de su gestión, [Enlace roto.]. A la muerte de sus padres, con los que le unía una íntima amistad, se había hecho cargo de los dos hermanos del joven, que entonces estaba huido. Una vez detenido y encarcelado, también se comprometió con él. Ojalá cundiera la “ética de Toña”, ¿no creen?

Pepe Mujica, inimitable

“No me voy, estoy llegando”, le tomó medio prestado un verso Pepe Mujica a Aníbal Troilo en el último mensaje como presidente a su pueblo, al que antepuso la palabra querido en cada una de las cinco ocasiones en que lo nombró en el discurso. Les reto a verlo (¡y escucharlo!) sin emocionarse. Apuesto a que no podrán, como probablemente tampoco venzan la tentación de comparar a ese hombre de pelo cano que habla desde el corazón con la inmensa mayoría de los dirigentes que conozcan. A ninguno se parece, ni siquiera a los buenos, que también los hay, aunque no sean frecuentes. Él es sencillamente único, como ha probado de largo en este lustro exacto que ha cumplido al frente del gobierno uruguayo.

Por más que haya dicho que su adiós es apenas un hasta luego y que va a estar ahí, siempre a mano, es imposible el sentimiento de pérdida. Y no solo para los apenas tres millones y medio de sus conciudadanos, sino para cualquier persona en el ancho mundo que tenga aprecio por esa rara cualidad que va siendo la decencia. Una decencia, ojo, labrada a base de hechos contantes y sonantes y no de boquilla ni de impostura, como la que tratan de colarnos (por desgracia, con considerable éxito) tantos y tantos presuntos dignos de ocasión.

Esa honradez que no se ha dejado doblegar ni por las mil y una tentaciones del poder será su gran legado. Junto a ella, su extrema humildad, su cercanía inimitable y, por supuesto, sus certeras frases que valen por tratados completos. Les regalo esta, extraída de su discurso de despedida: “Al cabo de tanto trajín, supimos que la lucha que se pierde es la que se abandona”.

Justicia española, según

Un titular que obliga a mirar al reloj y al calendario: “El Fiscal Superior del País Vasco pide 6 años de cárcel para Hasier Arraiz por integración en ETA”. La letra menuda profundiza la impresión de haber caído en un agujero negro espacio-temporal. Resulta que la cosa viene de octubre de 2007, que en la mente de la mayoría de los ciudadanos de este país es el paleolítico inferior.

Y no, oigan, no estoy abogando por la desmemoria ni por el pelillos a la mar. Pero es que la petición de pena del hiperactivo Calparsoro no se basa ni de lejos en la aparición de pruebas que relacionen al hoy presidente de Sortu con asesinatos o extorsiones. Se trata de su presencia en aquella reunión de dirigentes de la entonces ilegalizada Batasuna en la casa de cultura de Segura que terminó en espectacular redada televisada a mayor gloria del ministro de Interior de la época, a la sazón, Rasputín Pérez Rubalcaba. Era un plazo más del pago diferido del atentado de la T4 y del fracaso de las negociaciones de Loiola. Se vendió —y aún se dilucida así en la Audiencia Nacional— como la reconstrucción del brazo político de una ETA que había vuelto al matarile. Los hechos han demostrado de sobra que si algo se buscaba en ese encuentro y en otras actuaciones que también acabaron en juicios y condenas —Bateragune—  era forzar a la banda al ERE de extinción.

Una vez he dejado claro que para mi esta causa judicial no tiene más sentido que el político, no puedo evitar, sin embargo, plantear una duda existencial: ¿cuándo hay que ciscarse en la malvada Justicia española y cuándo hay que apoyarse en ella para atizar al adversario?

Osasuna y el cinismo

No se cansa de hacer horas extras el gendarme de Casablanca. Ahora en la vieja Iruña: “¡Qué escándalo, qué escándalo! ¡Aquí se amañan partidos!”. Me pregunto si cuela y a quién. Fíjense que a este humilde escribidor de tontunas, aun estando a 150 kilómetros y habiéndose quitado mucho de la farlopa futbolera, le había llegado el chauchau ya hace un buen rato. Creo recordar que fue en medio del baile del abejaruco electoral que terminó con la victoria de Luis Sabalza literalmente por incomparecencia de rivales. Pudo ser incluso antes, en tiempos de la gestora que hubo de lidiar con el marronazo del descenso y el monumental pufo económico, sobre el que también el personal se hizo de nuevas, por cierto. Y no piensen que la confidencia me vino rodeada de candados ni me fue susurrada. Se comentaba a viva voz en las redacciones periodísticas de toda la navarridad. ¿Que por qué no se publicaba? De eso, solo les puedo ofrecer una intuición. Era cabrón buscar las pruebas concretas, pero más lo era la eventualidad de encontrarlas. Nadie quiere aparecer como el que le da la puntilla al club de los amores del terruño. Que inventen (o sea, que investiguen) otros.

Así fue. Un medio foráneo levantó la apestosa liebre y comenzó el rasgado ritual de vestiduras, no sin un primer impulso negador por parte de muchos aficionados. Diría que más o menos los mismos que celebraron el sonrojante rescate de Osasuna con un pastizal público. A todo esto, ¿podrían asegurar los tres partidos promotores de esa salvación de birlibirloque que cuando la aprobaron en el Parlamento no habían oído hablar del dinero que no aparecía?

Qué asco, alé, alé

No han pasado ni tres meses de las lágrimas de cocodrilo, los golpes de pecho y la indignación de plexiglás. Tras el asesinato de un hincha del Dépor a manos de una jauría de miembros del Frente Atlético, el fútbol patrio(tero) tocó a rebato. Se suponía, y así se cacareó, que aquello era el non plus ultra. De ahí en adelante, los energúmenos serían expulsados de los estadios y se perseguiría con lupa de un millón de aumentos cada acto reprobable que tuviera lugar en las gradas. El listón se puso tan ridículamente bajo, que en el campo del Villarreal fue requisada una tosca pancarta en la que se leía “Sexo, gol y Finnbogason”. Medio diapasón más arriba, la farisea Liga de Fútbol Profesional puso en búsqueda y captura a unos aficionados que habían coreado en el Camp Nou “Cristiano Ronaldo, borracho, oé, oé”.

Comparen ese cántico casi infantilón dedicado al astro portugués con este otro que se entona en el Benito Villamarín en cada partido para animar a un jugador del Betis al que se le piden dos años de cárcel por malos tratos a su exnovia: “Rubén Castro, alé, alé, no fue tu culpa, era una puta, alé, alé, lo hiciste bien”. Aunque fue el pasado fin de semana cuando saltó la noticia, provocando el fingido escándalo de dirigentes del club sevillano y de mandamases del deporte español, lo cierto es que hace ya muchos meses que esa atrocidad se berrea ante el silencio cómplice general. Silencio nauseabundo que incluye a la directiva bética, al cuerpo técnico, la plantilla en pleno, la afición verdiblanca con honrosas excepciones, y desde luego, a la prensa local, que ha hecho literalmente oídos sordos. Alé, alé.

Responsabilidades griegas

Como de costumbre, no hay lugar para el término medio. O los griegos son una jarca de mangantes que se han ganado a pulso sus desgracias, o unas inocentísimas víctimas de la voracidad insaciable de los mercados, la señorita Rotten-Merkel y el ruin FMI. A partir de una u otra versión, se construyen los discursos y se venden al por mayor entre personal —ahí está la triste clave— que ya tiene una verdad enroscada en cerebelo y lo que busca no es cuestionarla sino confirmarla. Admitiendo que me siento más cercano a la segunda teoría, la de una ciudadanía maltratada por unos poderes perversos con pocos matices, creo que resulta honesto (aunque ya sé que nada popular) señalar elementos que hablan de algún tipo de responsabilidad de una parte del pueblo heleno.

Sin necesidad de entrar en grandes profundidades, se diría que es difícil negar una evidencia: algo han tenido que ver las griegas y los griegos en la elección de sus gobiernos. Salvo el ejecutivo de tecnócratas impuesto por la Troika desde finales de 2011 hasta junio de 2012, el resto de los mandatarios —igual antes que después del descubrimiento del pastelón— salieron de las urnas, y en algunos casos con mayorías holgadas. Solo cuando parecía que ya no había nada más que perder, es decir, el mes pasado, se otorgó la confianza a la formación que proponía romper la baraja.

Para el resto de los comportamientos que han ayudado a Grecia en su camino al desastre, les remito a las novelas de Petros Markaris protagonizadas por el comisario Kostas Jaritos. Ya desde la primera, aparecida en el lejanísimo 1995, se intuye que la cosa acabaría muy mal.