Entre Kanbo y el 155

Miren que es peculiar la política vasca. En la misma jornada, el PNV ha sido “el de Kanbo” por pactar con EH Bildu el preámbulo del nuevo estatuto que incluye la Nación y el Derecho a decidir y “el del 155” por haber apoyado in extremis los presupuestos del malvado gobierno español. ¿Bipolaridad o transversalidad? ¿Principios de quita y pon o pragmatismo a machamartillo? Servidor diría que cintura y ojo clínico para amoldarse a lo que desea la opinión pública en lugar de la publicada. Porque es verdad que a los jeltzales les están cayendo hostias como panes en las verdulerías habituales, pero allá donde se llevan los asuntos con discreción se piensa que este Madrid bien ha valido una misa.

Por lo demás, el juez soberano no será Llarena ni los postureros de rigor, sino la ciudadanía armada de una papeleta cuando toque. O he perdido definitivamente el olfato, o el digo-Diego no le va costar ni un voto. Como mucho, los de algunos irreductibles que serán compensados de largo con los de quienes prefieren el pájaro en mano al ciento volando.

No puedo ocultar que servidor habría preferido un corte de mangas a Rajoy que activase el dominó correspondiente, quién sabe si para llevar a Moncloa al figurín figurón Rivera. Ya que mola tanto el cuanto peor, mejor, juguemos en serio a la ruleta rusa. Sin embargo, doy por bueno el revés que yo mismo he recibido en la convicción de que estas cosas solo les pasan a los que están en la pomada. Desde la grada o la pancarta, no se corre el menor riesgo. Hay que ser muy miserable, oigan, para ir de dignos con las alubias de los demás teniendo las propias aseguradas.

El dilema del 155

Siempre he sostenido, y cada vez lo hago con más hechos probatorios a mi favor, que ninguna buena acción queda sin castigo. Las mejores intenciones, además de alicatar hasta el techo el infierno, suelen conducir impepinablemente a la melancolía y el desconcierto. Algo, vamos, como lo que debe de reinar en Sabin Etxea en estos minutos en que ni cenamos ni se muere padre. O sea, en que no decae el 155 mientras avanza inexorable el reloj hacia el instante en que deben votarse los presupuestos generales del Estado.

A 24 horas del momento de la verdad, el PNV está entre la espada de su propia promesa y la pared de un acuerdo que considera muy positivo, y que objetivamente lo es. Hace solo una semana, parecía que los astros se habían conjurado para servir una de miel sobre hojuelas. El 155 se extinguía naturalmente justo antes de apretar los cinco botones verdes en el Congreso de los Diputados. Pero en esas llegó Torra, es decir, Puigdemont, y mandó parar. De un modo, además, al que resulta peliagudo ponerle peros. ¿Cómo dar la impresión de que se apoya la conculcación de derechos de los designados consellers estando presos o fugados? Jodida está la cosa, incluso aunque en el fuero interno se sepa que la vaina no va de dignidad sino de estrategia política y que la coherencia y los principios debieron demostrarse, por ejemplo, no participando en unas elecciones impuestas.

¿Cómo se sale de esta? Abogo por hacer de la necesidad virtud. Personalmente, votaría no a los presupuestos. Se mantiene la palabra y se queda liberado de ese acuerdo sobre las pensiones que, por lo visto (ejem), tanto ha disgustado.

Que le duela a Rivera

Aunque hasta el rabo todo es toro y los precedentes no invitan al excesivo optimismo, se diría que la mayoría de los indicios apuntan a la muerte por causas naturales del 155. Otra cosa es que pasado mañana se le haga resucitar en versión corregida y aumentada, pero a los efectos que nos ocupan, que son los del acuerdo sobre los presupuestos generales del Estado, parece que el PNV podrá decir que ha cumplido su promesa. Entra en la negociación efectiva con el Gobierno español una vez que la aplicación del perverso artículo queda en suspenso.

Seguramente, me vendría mejor callarme, pero soy incapaz de dejar de anotar que no tengo claro que fuera buena idea convertir la retirada en condición irrenunciable. Me consta que lo popular es aparentar una firmeza del quince y medio y exhibir unos principios de granito. Lo que no me cuela es que eso solo fuera exigible a una formación (ya puse ejemplos de acuerdos de otras siglas con el malvado PP), del mismo modo que no se me escapa la escasa reciprocidad del gesto por parte de sus destinatarios. Tengo la impresión de que el PNV ha estado a un tris de ser ese tipo que le presta una escalera a un amigo y acaba quedándose sin escalera y sin amigo.

En cualquier caso, llegados a este punto, digamos que bien está lo que bien acaba, y ahora a los jeltzales les toca rematar la faena. Y sí, muy bien lo de las pensiones, pese al desprecio de que ha sido objeto incluso por sus beneficiarios, pero habrá que aprovechar la extrema necesidad al otro lado de la mesa para arrancar todo lo que se pueda. Cuanto más veamos berrear a Albert Rivera, mejor síntoma será.

Procés, punto seguido

Grandiosas noticias. Mariano Rajoy y Pedro Sánchez, líderes de los otrora bastiones del bipartidismo español —actualmente, tercera y cuarta fuerza, según Metroscopia—, se fotografían a las puertas de Moncloa con un palo y una zanahoria. Dicen que por ahora levantan la bota del 155, pero que al primer mal gesto de los perversos soberanistas, les vuelven a calzar el cepo, menudos son ellos. Y por si las moscas, pactan que en el ínterin controlarán las cuentas de la taifa traidora. Desde la pradera de San Isidro y junto a Begoña Villacís vestida de chulapa (se lo juro), el figurín figurón Rivera hace como que echa las muelas y aboga por “extender un 155 duro” para que los disolventes con mayoría en el Parlament se enteren de lo que vale un peine.

En otra viñeta del (tragi)cómic, el recién investido president (gracias a la abstención de la CUP, no lo olvidemos) peregrina a Berlín para que no quepan dudas sobre su obediencia al hombre que lo señaló como portador interino de la vara de mando. Qué papelón para los amigos del Procés, incluyendo los que habitamos en este trocito del mapa entre el Cantábrico y el Ebro, tener que contemporizar con la infame bibliografía presentada por Quim Torra.

Alguien con más capacidad de análisis que servidor quizá tenga a bien explicarme el porqué de semejante elección. Y ya puestos, sería magnífico conocer el motivo de la feroz defensa del personaje por parte de quienes se pasan la vida señalando xenófobos y racistas por doquier. Claro que si hay algo por lo que pagaría a gusto es por los pensamientos íntimos, allá en su lejana celda de Estremera, de Oriol Junqueras.

Catalunya, sobre la bocina

Si no hay Llarenazo que lo impida —no descartable, ojo—, todo apunta a que mañana habrá un president investido en Catalunya, e inmediatamente después, un govern. Todo, a apenas una semana para que la carroza se volviera calabaza, es decir, para la convocatoria automática de otras elecciones. La primera pregunta es si para este viaje han sido necesarias semejantes alforjas como las que llevamos coleccionadas en los últimos seis meses. Ocurre, me temo, que la respuesta no va a salir de la reflexión, sino del corazón, o sea, de las tripas, que son desde hace mucho los motores del soberanismo y del antisoberanismo.

Empezando por los segundos, a ellos plín, pues duermen en el cómodo Pikolín que supone dejar a los otros cocerse en su propio jugo, cárceles, expatriaciones y procesos judiciales incluidos, mientras crecen el encabronamiento y/o la apatía de la sociedad. Qué más quieren las huestes de Naranjito que seguir medrando en la encuestas a costa de aparentar que son el freno y el látigo del separatismo. En cuanto a Rajoy, si algo le incomoda, es lo mencionado: que el pastel se lo está comiendo otro. Más allá de esa faena, el catalán no es su problema.

Y en cuanto a quienes van a investir al president número 131, es de probable que argumenten que la culpa de esperar al último minuto ha sido de los villanos del otro lado. Puede que no sea incierto, pero el solo hecho de señalarlo implica reconocer quién llevaba la manija… y quién la va a seguir llevando. Por lo demás, desde el 21 de diciembre, ha habido unas cuantas oportunidades de encontrar una solución como la que ha acabado cayendo por su propio peso.

Del selfi al hecho

En el principio fueron ojos como platos y bocas abiertas hasta el esguince de mandíbula incapaces de balbucear nada que no fueran obviedades de aluvión. ¿Cómo carajo había que reaccionar al ver que ese partidito del extrarradio con cinco votos le había sacado al ogro de la Moncloa lo que hasta un cuarto de hora antes era absolutamente imposible? ¿Quién se iba a imaginar que los malvados sacamantecas periféricos pondrían como condición indispensable para aprobar los presupuestos de Rajoy una que ni el más cabestro de los extremocentristas podría (des)calificar con la habitual sarta de bramidos sobre los privilegios, el egoísmo y la mancillada unidad de la nación española?

Y si a la piara naranja se le había quebrado la cintura, qué decir de la perplejidad en las amplias llanuras progresís que empiezan donde habitan los cofirmantes del 155 y terminan en los diversos mundos de Yupi. Vaya gol entre las piernas a los cazapancartas de lance. Del selfi al hecho va un buen trecho.

Era de cajón que la cosa no podía quedar así. Es el relato, amigo, se dijeron a lo Don Rodrigo los argumentistas de guardia. De entrada, también es verdad que porque el PNV lo había puesto a huevo, el recuerdo en bucle a la línea roja catalana como presunta muestra de falta a la palabra dada. Un tanto endeble el dardo, si se tiene en cuenta que la votación real de las cuentas será dos días después de que expire el plazo definitivo para convocar (o no) nuevas elecciones. Restaba, entonces, agarrarse a las enseñanzas de la zorra y sentenciar que las uvas están verdes, o en este caso, que el compromiso arrancado es una birria. Ajá.

Pactar (o no) con el PP

De esas cosas que pasan de puntillas por la actualidad porque el foco está puesto en otro sitio. O, bueno, porque hay ciertos asuntos sobre los que es mejor no dar cuartos al pregonero. Hace unos días, EH Bildu y Elkarrekin Podemos sumaron sus votos a los del PP para colocar a Larraitz Ugarte como presidenta de la comisión que investigará en el Parlamento vasco posibles irregularidades en los contratos de los comedores escolares. No mucho después, Elkarrekin Podemos se unió a PSE y PP —esta vez sin conseguir mayoría— para votar en contra de la iniciativa de EH Bildu secundada por el PNV que exige que España respete en su totalidad el nuevo estatuto que se está elaborando en la cámara.

Se puede tomar, al primer bote, como muestra de la rica pluralidad de nuestra política: formaciones que se alían en función de unos objetivos (se supone que) perfectamente legítimos. Todos con todos contra todos. Parlamentarismo maduro funcionando a pleno pulmón. Y sí, como ven, que tire la primera piedra el que esté libre del tremebundo pecado de pactar con el malvado PP del 155, la corrupción hedionda, los mandobles a la libertad de expresión, el chuleo sistemático a los pensionistas o todo lo que no cabe en esta modesta columna.

La moraleja, creo que me pillan, es que en materia de vetos y cordones sanitarios se aplica lo de los principios de Groucho Marx. Vamos, que viene a ser como lo de predicar y dar trigo, lo de la viga y la paja o de la mano derecha y la mano izquierda. Procedería, por tanto, que los campeones de la moralidad bajaran una gota el tono conminatorio y reprobatorio ante ya saben ustedes qué.