Nada es imposible

Leo que Andoni Ortuzar no teme una alianza de EH Bildu, Elkarrekin Podemos y el PSE para desalojar al PNV de Ajuria Enea después del 5 de abril. Seguro que dispone de mejor información que un servidor, pero si el presidente del EBB tiene una memoria tan cabrita como la mía, recordará lo que ocurrió en 2009. Se lo refresco, en cualquier caso.

En los días previos a aquellos comicios que se iban a celebrar con la izquierda abertzale fuera de combate por ilegalización, se daba por hecho el advenimiento de un gobierno bipartito (tripartito, contando a la EA de entonces) con los socialistas vascos que en aquellas fechas lideraba Patxi López. La cosa se suponía tan masticada, que corrían por doquier los repartos de responsabilidades con precisión milimétrica. No solo estaban asignadas las carteras del gobierno, sino las principales entidades públicas. En EITB, que era donde yo trabajaba en aquella época, por ejemplo, corrió —sin que nadie la desmintiera— la especie de que el nuevo director general sería determinado socialista alavés. “Espero que te lleves bien con él”, me decían una y otra vez los conocedores del chauchau.

La solemne promesa de López de no pactar en ningún caso con el PP fue tomada por más de un ingenuo como la confirmación de que los rumores iban bien encaminados. Pero llegó el momento de contar los votos en esa inolvidable noche del 1 de marzo y ocurrió que los 25 escaños del PSE y los 13 de los populares de Antonio Basagoiti sumaban mayoría absoluta. Supongo que no es necesario que les cuente el resto porque lo tendrán grabado a fuego. En política y en la vida las cosas no pasan… hasta que pasan.

Basagoiti entre líneas

Cuando el diablo se aburre, mata moscas con el rabo. A Antonio Basagoiti, sin embargo, le da por sacarse de la sobaquera polémicas artificiales a ver quién pica. Y sí, lo reconozco: salvo error u omisión, soy el primer panchito que se ha tragado el anzuelo en la de más reciente creación. Vaya en mi descargo que andaba necesitado de material para el tecleo y que siento una atracción fatal e incontrolable por las paridas. Miren que pensaba que tenía cubierto el cupo de esta semana con la revelación de que el Reino Unido dispone de un plan de contingencia ante una posible invasión zombie. Pues no, tuvo que venir el presidente del PP vasco a empujarme al borde de la sobredosis con un estrambótico melón para abrir: ¿debe vivir el lehendakari en Ajuria Enea? Confiesen que en la cena de nochebuena no hablaron de otra cosa.

Siete párrafos de vellón le dedica en su blog a tan candente asunto, arrancando con un titular de los que atrapa al lector sin contemplaciones: “Lo importante no es si Ajuria Enea es cómoda”. Resulta curioso que lo diga él, que tiene tantas posibilidades de instalarse allí como servidor de mudarse a Beverly Hills. Y también tiene su cosa que el teorema no sea de aplicación a todos los lehendakaris sino, vaya por Dios, al que acaba de ser investido. Si no imaginan por qué, piensen en algo de tres letras o, directamente, lean la argumentación: “Hace un año que ETA aseguró que nunca más volvería a atentar, y transcurrido este tiempo no parece que sea esencial residir en Ajuria Enea por motivos de seguridad”. O sea, que según interese, ETA sigue siendo el problema o ha dejado de serlo; vaya, vaya.

Me anoto esa frase para recordársela cuando mañana o pasado sostenga exactamente lo contrario. Aunque únicamente haya sido para llevar el agua a su molino en un debate de usar y tirar al que no merece la pena entrar, Basagoiti ha reconocido por fin lo que no se cansa de negar.

¡Corre, Patxi, corre!

Pongámonos en el 20 de noviembre a las ocho y un minuto de la tarde. Todo lo que le quedará al PSOE entonces será una prórroga sin penaltis en Andalucía, un incómodo taburete desde el que sacar brillo a los zapatos de Barcina en Navarra y, como pieza más enjundiosa, quince meses de forfait condicional en Ajuria Enea. Si sigue pagando religiosamente las mensualidades a su prestamista (cruel paradoja, el mismo que ha desalojado a su partido de todos los palacetes de la piel de toro), Patxi López será el último resto del naufragio socialista.

Cualquier otro con menos obstinada querencia por las moquetas y las mesas de caoba se detendría diez minutos a reflexionar y al undécimo se rendiría a la atronadora evidencia: aquí y ahora ya no pinta nada. Podría marcharse con la dignidad que no tuvo al llegar (“Jamás gobernaré con el PP”, ¿recuerdan?) y dejar que unas urnas por fin sin trucar decidieran a quién le toca llevar la makila. Si vamos a ser generosos en cuestiones muy delicadas, no es descabellado pensar que pudiéramos serlo también con sus qués y con sus cómos. Andando el tiempo, quizá se le concedería, si no la Cruz del Árbol de Gernika, un pin del Puente Colgante. Pero él, que quemó sus naves junto a su palabra a cambio de un puñado de oropeles y una esquinita en una página de la Historia, ni contempla esa posibilidad.

Arropado por sus palmeros pretorianos, se soldará al cargo que le dieron las matemáticas trampeadas y emprenderá —es decir, continuará— su frenética y desesperada huida hacia adelante sin mirar, como hasta ahora, por dónde ni a quién pisa. Allá penas con el erial que vaya dejando a su paso. Quienes vengan detrás, que arreen. Y ya podemos echarle un galgo. O dos. O cien. El de Coscojales no interrumpirá su sprint destructor hasta que dentro de ¡un año y tres meses! se encuentre, al final de la escapada, con la pared. Pero para entonces, que le quiten lo bailado.