Extraña detención

Esa sensación tan familiar de que hay algo que no es como nos cuentan. O bueno, casi nada, en este caso. Lo que tampoco puedo jurarles sobre el episodio es dónde empiezan las causalidades y dónde las casualidades, que seguro que también se dan unas cuantas. No me digan que no es una curiosa coincidencia que menos de una semana después de la muerte de Alfredo Pérez Rubalcaba se detenga a Josu Urritkoetxea, es decir, Ternera, que fue uno de sus principales antagonistas en el gran drama con ribetes de macabro astracán que nos deparó ETA.

Se diría que alguien humano o extrahumano buscaba el simbolismo del círculo cerrado. Después de 17 años fugado pero covenientemente localizable por todos los gobiernos españoles de la época, la entente policial de costumbre le echa el guante en un lugar muy frecuentado. Ocurre, además, en medio de una campaña electoral y justo el día en que los plumillas habíamos despejado la agenda informativa para ocuparnos monográficamente del fiasco del PSOE en su intento de colocar a Iceta casi por decreto como presidente del Senado. Todo ello en una operación bautizada —creo que con pésimo gusto— Infancia robada, y con el llamativo elemento añadido de que el arrestado, que es una persona que arrastra una grave enfermedad desde hace mucho, acaba en un hospital.

El resto de la trama sí ha cumplido con el guion tristemente previsible en forma de brutal espejo de un problema que andamos tarde para solucionar. Los mismos que para otros asesinos exigen verdad y justicia se han hecho selfis con cara de indignación infinita clamando contra la detención de alguien a quien tiene por héroe. Tremendo.

Excesos fúnebres

Camino del más allá, Alfredo Pérez Rubalcaba irá pensando en cómo una vez más los hechos le han dado razón. “En España se entierra muy bien”, dejó dicho el sabio de Solares, y a su propia muerte se ha podido comprobar la verdad de tal aserto. Nada que decir, faltaría más, sobre el elogio nacido del alma de los cercanos en lo afectivo o en lo ideológico. Ni tampoco respecto a las palabras de sincero reconocimiento y aprecio de los muchísimos adversarios políticos con los que tuvo una relación estrecha más allá de las banderías y de las posturas incluso diametralmente opuestas. Lo que canta La traviata son los juegos florales de homenaje dialéctico entre tipos que en su día tildaron al recién difunto de demasías sin cuento.

Manda carallo y medio que los que lo acusaban de colaborador de ETA o de instigador del 11-M se vengan arriba ahora en el ditirambo. ¿Qué narices anda González Pons dedicándole una elegia rebosante de natillas cuando lo acusó de perrerías indecibles? ¿A qué vienen los halagos envueltos en almíbar de Gabriel Rufián al carcelero, enemigo de la causa catalana y no sé cuántas más? Me quedo un millón de veces con quienes, a pesar de tener quintales de reparos hacia el personaje, han optado por el silencio respetuoso.

Siempre lo he dicho y lo repito por enésima vez: la muerte no nos hace ni mejores ni peores personas. Con suerte, vendrá el tiempo a ponernos en nuestro sitio o a barnizarnos de una cruel pátina de olvido. En cuanto a Pérez Rubalcaba, y sin negar su vida anterior, me quedo con sus últimos días, cuando rehusó la puerta giratoria y volvió a la universidad. Fue un gran… expolítico.

Adiós a Suresnes

El 13 de octubre de 1974, en el teatro Jean Vilar de Suresnes, con Willy Brandt y François Mitterrand como testigos y padrinos, Felipe González Márquez, más conocido como Isidoro, llegó a la secretaría general del PSOE. Fue un golpe de mano en toda regla. La vieja guardia, encabezada por el histórico Rodolfo Llopis que hoy no le suena a nadie, fue desalojada no solo de los órganos de poder sino, con el tiempo, del partido. Con la bendición de las más altas instancias internacionales y el visto bueno de quienes preparaban la metamorfosis controlada de la dictadura a la democracia o así, tomaba el mando de las venerables siglas un grupo de jóvenes no se sabe si osados o desvergonzados.

Ellos pilotaron, siempre con el dóping externo, la conquista del gobierno central, de varios autonómicos y de muchos más municipales. Y ahí se han mantenido, saltando por infinidad de vicisitudes que no caben en esta humilde columna, hasta anteayer. Literalmente anteayer. No creo exagerar demasiado si escribo que la victoria de Pedro Sánchez el domingo no fue únicamente sobre Susana Díaz. Al fin y al cabo, la pinturera presidenta de Andalucía solo desempeña el papel de testaferro de los dinosaurios y sus pajes de menos edad. Tan mal vieron la cosa, que estuvieron en primer plano junto a su mujer de paja. Felipe, Guerra, Pérez Rubalcaba, Zapatero y demás barones y baroncetes de varias generaciones de la estirpe de Suresnes mordieron el polvo, qué ironía, ante quien fue criado para continuar su legado. Bien es cierto que la fuerza necesaria para derrotarlos vino de la militancia que por fin parece haberse rebelado.

El último de Bateragune

Desde estas humildes líneas, me sumo a la iniciativa por la libertad de Rafa Díez Usabiaga. Lo hago enfatizando la pluralidad de quienes la han impulsado. Podrá parecer una anécdota, pero es algo más que una grata sorpresa encontrar a un exgobernador civil de Bizkaia —Daniel Arranz— entre las adhesiones.

Respecto a los motivos, poco que decir. Resulta frustrante explicar lo obvio. Como todos sus compañeros del funesto caso Bateragune que tuvieron que comerse hasta el último día de prisión, Díez Usabiaga es víctima, en el mejor de los casos, de la incapacidad de la Justicia española para reconocer un error clamoroso. El tiempo y los hechos —el jueves se cumplen cinco años del comunicado de cese de las acciones armadas de ETA— han demostrado que fueron condenados por exactamente lo contrario de lo que hicieron. Desde luego, si hubieran sido culpables de lo que se les acusaba, el desenlace habría sido otro. Probablemente, aún seguiríamos lamentando asesinatos.

Y ya digo que esa, la de la equivocación que cabría asumir y rectificar, es la teoría más favorable. La mayoría de ustedes y yo sospechamos, con bastante base, que detrás de este atropello continuado ha habido una clara intencionalidad. No es difícil tampoco poner nombres y caras a los elementos del conglomerado político-judicial que perpetraron la injusticia. Qué menos que recordar al ministro de Interior de aquellos días infames, Alfredo Pérez-Rubalcaba, y al juez que le puso barniz legaloide, un tal Baltasar Garzón Real, hoy honda y profusamente aclamado por cierta progresía como paladín de la Democracia y mártir del Sistema. Gran paradoja.

Sánchez gusta… al PP

Como el training para liderés de Pedro Sánchez ha sido a uña de caballo, se ve que ninguno de sus adiestradores ha tenido tiempo de explicarle una de las reglas básicas de la política, que lo es también de la vida en general: si en lugar de acordarse de toda tu parentela, tu oponente se pone tierno contigo, la has jodido. Y que él, que al fin al cabo es un neófito con un ego de aquí a Lima, no se de cuenta, pase, pero que tampoco se percaten sus muñidores, con la escuela parda que se les supone, es de récord Guiness de la panfilez. O eso, o es que lo del oro venezolano es verdad y los tipos son submarinos a sueldo de Podemos, formación que debe de estar improvisando a todo trapo refugios de mecanotubo para acoger a los penúltimos votantes —todavía unos centenares de miles— del partido que fundó el Pablo Iglesias original.

¿Es que a alguien con dos guardias hechas en el aparato le parece medio normal la cálida, por no decir tórrida, acogida en la acera de enfrente? Ya hubiera querido Mariano, cuando fue investido capitán de las huestes gaviotiles, haber recibido de los suyos la mitad de los parabienes natillosos que se le están dispensando al heredero de Pérez Rubalcaba. Sin el menor disimulo, lo elogian por ser garantía de estabilidad, freno del aventurerismo y la radicalidad, y, entre otras muchas cualidades de orden, aliado de confianza para las grandes cuestiones de estado, o sea, de Estado, con la mayúscula inicial bien marcada. Ante tanto y tan prieto abrazo de oso de los que deberían estar soltando espumarajos, cabría deducir que el proceso interno del PSOE lo ha ganado de calle el PP.

Gran coalición

A los expresidentes —pregúntenle a Iñaki Anasagasti— les llaman jarrones chinos, aunque en la mayor parte de los casos no pasan de pongos, es decir, esos regalos o herencias que uno no se atreve a tirar a la basura pero tampoco a colocar en un lugar visible por vergüenza. Si bien la ocultación se puede hacer con los objetos inanimados, que no protestan al ser exiliados en el quinto cajón de la cómoda, resulta casi imposible practicarla con humanos de natural enredador y ego con elefantiasis como algunos de los que un día estuvieron en lo más alto del escalafón. A la larga, se aburren de sestear en los consejos de administración en que se forran sin dar golpe y van sonámbulos hacia los focos a ejercer de sabios de la tribu y, de propina, a dar mala vida a sus sucesores, que no saben dónde meterse.

Volvió a hacerlo el domingo Felipe González, cuando se dejó mesar las canas que desde hace mucho no tiene que fingir en una de esas entrevistas con preguntas de fogueo. En plena campaña electoral y con su partido haciendo filigranas para aparentar que con el PP no iría ni a cobrar una bonoloto, dejó caer la idea de lo buena que podría ser una gran coalición a la española. Apostilló que solo “en caso de necesidad”, pero de sus respuestas previas y posteriores se deducía que eso significaba hoy mejor que mañana. Palabra del recientemente comparado por la candidata socialista con Jesucristo y el Che.

Anda ahora el PSOE en pleno desmintiendo y matizando a todo trapo. Desde la acera de enfrente, a mi me da por pensar que no estaría tan mal esa gran coalición. Las cosas estarían (todavía) más claras.

¿Quién ganó?

La ya celebérrima patraña de Évole sobre el 23-F es una broma escolar al lado de otras que nos cuelan —vale, yo también me acuso— a diario sin provocar el menor revuelo ni despertar sospecha alguna. Las encuestas, por ejemplo. Fíjense qué prodigio: la de Metroscopia para El País sostiene que Pérez Rubalcaba ganó por poco el Debate sobre el estado de la nación, mientras que la de Sigma Dos para El Mundo proclama que el vencedor, también por poco, fue Rajoy. Fuera de concurso, la del chiringo NC Report para La Razón, que cacarea que Mariano no solo apalizó al Rasputín de Solares, sino que consiguió encandilar —les juro que es la palabra que utilizan— a la concurrencia.

Todo esto que les cuento va tal cual a los titulares correspondientes con marchamo de verdad verdadera, y ya pueden ustedes dejarse los ojos entre la letra pequeña, que no encontrarán una nota al pie aclarándoles que les han tomado el pelo. Lo más aproximado a eso es una apostilla que deja caer el redactor de la pieza de El País. Los resultados se han obtenido, nos dice, tras consultar telefónicamente a quinientas personas que “no necesariamente vieron el debate, sino que se guían por comentarios de personas en quienes confían o las informaciones de los medios”. Vamos, una credibilidad de tres pares de narices.

Les he revelado la parte más evidente del timo. Hay una segunda que solo se detecta con el microscopio. Aunque pueda parecer que la intención de estos sondeos es arrimar el ascua a la sardina predilecta, hay otro objetivo no menos perverso: alimentar la martingala de que la política es cosa de dos. Y ahí traga todo quisque.