Altsasu, una reflexión

Supongo que a estas alturas del psicodrama tenemos claro que Albert Rivera y sus siniestros acompañantes ultramontanos abandonaron Altsasu habiendo conseguido el objetivo que se trazaron cuando convocaron la marcha parda al ya para los restos lugar santo de la carcunda. Oigo entre el consuelo y el autoengaño que no fue para tanto, pues en las previsiones iniciales del figurín figurón y sus prosélitos se contemplaba una zapatiesta del nueve largo.

Allá quien se conforme con la teoría del mal menor y no quiera ver que, para los efectos mediáticos, que son los que cuentan, da lo mismo una señora batalla campal que un puñado de empujones, pancartas y gritos de docena y media de buscadores de gresca que se salieron de la consigna general de no caer en la brutal provocación. Si de una piedrecilla los heraldos madrileños —incluyendo algunos de lo más progre— hicieron una intifada, cómo no aprovechar las imágenes de actitudes objetivamente agresivas para que la profecía riveriana se autocumpliera. Lo que el editorial de Diario de Noticias de Navarra llamó atinadamente “patético akelarre ultra” fue apertura informativa el domingo y siguió alimentando ayer columnas, tertulias y declaraciones politiqueras de alto octanaje.

Y aquí es donde llamo a una mínima reflexión. Lo hago, desde luego, con plena conciencia de lo difícil que es contenerse frente al hostigamiento sin tregua que sufre la localidad desde los hechos de octubre de 2016. Pero precisamente por esa condición de eterno pimpampum, procedía, tal y como se decidió en la asamblea popular de la semana pasada, practicar el no aprecio como mayor de los desprecios.

Para delirio, lo de Alsasua

Qué oportuno, Rajoy hablando de delirios autoritarios en relación a Catalunya, apenas 24 horas después de que sus terminales judiciosas en la Audiencia Nacional hayan pedido descomunales penas de cárcel para los presuntos autores de la paliza —yo no lo diré de otro modo— a dos guardias civiles en Alsasua. 62 años para uno, 50 para otros seis y 12 y medio para la que, hay que joderse, sale mejor librada. ¿Quién delira ebrio de autoritarismo norcoreano en este caso? Por desgracia, los únicos que tienen la capacidad para hacerlo. Suyas son las leyes y suya, la facultad de retorcerlas hasta donde les salga del níspero.

Impotentes, los escandalizados espectadores clamamos que no es justicia sino venganza y nos quedamos patéticamente cortos. Ni siquiera lo hacen por resarcirse de la vieja afrenta. O no solo. Simplemente, les pedía el cuerpo un escarmiento ejemplarizante y se han pegado el capricho de darlo en las carnes de los primeros pardillos que les han salido al paso. Para que se vea quién sigue mandando aquí, como aviso a navegantes y, de propina, como provocación a ver si alguien muerde el cebo y tenemos unos sanfermines calentitos, como aquellos de hace 39 años.

Echa uno de menos en este lance, igual que en tantos, a los campeones siderales de la democracia y el requeteprogresismo molón. Quizá es que en mi tele ponen otra cosa, pero no veo a la siniestra exquisita montando el cristo en los programas postureros que ustedes y yo sabemos. Como exceso, una leve queja a media voz o un tuit de aluvión envuelto en burbujitas de plástico, no nos vayan a confundir con los malos. ¡Vaya con la revolución!

No es terrorismo

Andaban algunos chafarderos indomables echándole los perros a Pablo Iglesias por haber dicho que, aun sin leer el auto judicial, tenía la convicción de que el episodio de Altsasu no es terrorismo, cuando llegó la Audiencia de Navarra a poner orden. Aquí sobran las acusaciones de indocumentación, frivolidad o conchabanza con los malvados. Los componentes de la Sección Primera del tribunal territorial, personas de orden con todos los títulos oficiales en regla, y tras la lectura no solo del auto sino de las notas a pie de página y hasta el último legajo del sumario, entienden que no hay tutía.

“No es posible concluir que en los hechos denunciados existan indicios de la comisión de un presunto delito de terrorismo”, aseveran en el texto en que se acepta el recurso de los nueve jóvenes investigados —tres de ellos todavía en prisión— por la tristemente célebre agresión a dos guardias civiles y sus parejas ocurrida hace ya seis meses. Evidentemente, antes de llegar ahí, los magistrados detallan profusamente los fundamentos jurídicos que dan lugar a su dictamen. El resumen es que bajo ninguna circunstancia cabe establecer que estemos ante un delito lo suficientemente grave como para que se juzgue en un tribunal especial. Como consecuencia inmediata, se exhorta al juzgado de Iruña a reclamar a la Audiencia Nacional, vía conflicto de competencias en el Supremo si es necesario, la devolución de la causa para seguir adelante con el proceso.

Aún restan capítulos a esta pesadilla literalmente kafkiana, pero por lo menos, ha quedado claro que defender que no es terrorismo no implica ser cómplice ni connivente.

Escarmiento en Alsasua

Así se hace querer y respetar la Guardia Civil en Alsasua. Con una operación de exhibicionismo chusquero a mayor gloria del teledelirio de las tres de la tarde y sus correspondientes clones, incluyendo los de las cadenas megaprogres, que en esto de la una y grande no se salen del carril. Qué bien dan en las pantallas amigas las apoteosis verdeoliva, la caza y captura del lebrel desafecto casa por casa cuando bastaba y sobraba una citación monda y lironda para declarar en el tribunal de excepción que dicen Audiencia Nacional.

Pero claro, hay ministro nuevo al mando y tiene que marcar paquete justiciero, ayudado por las aguerridas togas que se hacen puros con las páginas del código penal. ¿Una de delito de terrorismo, Don Camilo? ¡Venga! Y allá que se van los beneméritos sedicentes de safari por las pecaminosas tierras del norte. Para que el regüeldo sea completo, el cachondo que bautiza las hazañas bélicas de los tataranietos del Duque de Ahumada le pone a esta Ausiki, es decir, Morder. Hay que ser algo que no me atrevo a escribir porque sé cómo las gastan los amos del calabozo hispanistaní.

Acción, reacción, acción. Pierdo la cuenta de las veces que he anotado la tríada en estas columnas de desahogo. Empieza a acongojar este vertiginoso regreso al pasado, con los tirios y los troyanos encantados de conocerse nuevamente, aquí repitiendo las rancias soflamas y allí montando pifostios entre el escarmiento y la pirotecnia.

Como consuelo y esperanza, me quedan los versos de Neruda. La mayoría de nosotros, los de entonces, ya no somos los mismos. Esta vez no va a colar. No podemos dejar que cuele.

Cinco años, cinco

Esta es una columna de trámite, no se lo negaré. Me traen la inercia de la efeméride y la fuerza de la costumbre. Si he escrito algo en cada aniversario, no voy a dejar de hacerlo en este, que es el quinto. Qué monográficos más bonitos hemos hecho todos para conmemorar el lustro del comunicado de liquidación de ETA por cese de negocio. Arrimando, claro, cada cual el ascua a su sardina o hasta mintiendo conscientemente. ¿Por? Pues porque hay que maquillar los recuerdos, supongo. ¿Cómo vamos a reconocer que, pasado un tiempo, aquello que tanto ansiamos, que soñamos de mil y una maneras, acabaría tocado de una vulgaridad carente de cualquier delicadeza?

Esto, sin más ni menos, era lo que algunos, exagerando dos huevas, llaman la paz. Ha tenido su cosa que estas fechas marcadas en el calendario hayan coincidido con el psicodrama de Alsasua. Qué gran piedra de toque para calibrar el minuto de juego y resultado del camino hacia la normalización. Por si alguien lo dudaba, hay quien está exactamente como en las décadas del plomo y la sangre corriendo por el asfalto. Unos en Tiro y otros en Troya, pero gastando las mismas demasías dialécticas y tirando sin rubor de panfleto chillón.

La buena noticia —y aquí descolocaré otra vez al señor que el otro día me reprochó que empezaba los textos de un modo y los terminaba de otro— es que esos, los irreductibles del conflicto a diestra y siniestra, son menos. Muchos menos. Están perfectamente censados en sus respectivas reservas que van menguando de elección en elección. Ocurre que los otros, los que les quintuplican, hace bastante tiempo que están a otra cosa.

Linchamiento en Alsasua

El pasado nos persigue. A punto de cumplirse cinco años de algo que ocurrió en 2011 (aquel comunicado largamente esperado), volvemos, como poco, a 1998. Alsasua, un solo hecho y dos versiones radicalmente opuestas. Ninguna creíble porque una y otra son de parte y arrojadizas. Juegan al viejo acción-reacción-acción, y a los hechos que les vayan dando morcilla. Cuádrese cada cual junto a su mástil y entone su cántico de guerra. Todo lo empezaron los de enfrente, faltaría más.

En triste y un tanto cobarde consonancia, dos declaraciones institucionales en el Parlamento de Navarra. La primera, en términos épicos entre el verdeoliva y el rojigualda; arriba España o así, todo por la patria. Votos a favor: UPN, PPN, PSN. La segunda, meliflua, de silbido a la vía, como al despiste, a ver si colaba y la esponjosa ambigüedad arrastraba también a EH Bildu. Ni por esas. Abstención y gracias. Votos a favor: Geroa Bai, Podemos e Izquierda Ezkerra. ¿El Gobierno del cambio? Bien, gracias. Los desacuerdos pactados, ya saben, no vayamos a darle pisto al Antiguo Régimen.

Lástima que esta vez no se haya conseguido tal objetivo. Por casualidad, puse ayer la tele en el canal progre por excelencia, y me encontré a Eduardo Inda con una apreciable erección neuronal mientras lanzaba los sapos y culebras de rigor. El resto de contertulios presentes, los mismos que habitualmente se le echan a la yugular, le hacían palmas. Digo yo que alguna conclusión deberíamos sacar de esa unanimidad. Bien es verdad que resulta más cómodo hacer como si no supiéramos que, ocurriese como ocurriese, el linchamiento del sábado no tiene un pase.