Otro aplazamiento

Dos oyentes de Euskadi Hoy de Onda Vasca me sugieren sendas comparaciones de lo más inspirado con el juego de amagar sin terminar de dar que se traen Mariano Rajoy y Carlos Puigdemont. El primero recuerda a Clint Eastwood y Lee Van Cleef disparándose al suelo y al sombrero en Por un puñado de dólares. El otro evoca la crisis de los misiles de 1962, cuando por un quítame allá esos artefactos, Estados Unidos y la Unión Soviética se pasaron dos semanas amenazándose con destruirse mutuamente y, ya de paso, el planeta. Del desenlace de la película de Sergio Leone no me acuerdo, pero sí sé que en el episodio histórico —del que estos mismos días se cumplen 55 años— la sangre no acabó de llegar al río porque las superpotencias negociaron por debajo de la mesa y se aceptaron de forma recíproca pulpo como animal de compañía. Resumido, tú me quitas los misiles de Turquía y yo desmantelo los de Cuba (o viceversa), cambalachearon Kruschev y Kennedy. La Humanidad se salvó, el cine de serie Z vivió una época dorada y, de propina, se creó el celebrado teléfono rojo entre el Kremlin y la Casa Blanca.

¿Cabe esperar algo similar entre Moncloa y el Palau? Confieso mi incapacidad para imaginarme los términos en que podría encontrarse algo parecido (esto lo decía también el oyente) a los misiles turcos. Lo único que puedo constatar es que, a fecha de hoy, cada ultimátum inaplazable ha sido seguido por otro exactamente igual de apremiante. Ni cenamos ni muere padre. O sea, ni está declarada la independencia, como quedó claro en la carta de ayer, ni está intervenida la autonomía catalana. ¿Y mañana? Vaya usted a saber.