Borbón en off

Redacción: La vaca. La vaca tiene cuernos. La vaca come hierba. La vaca da leche. La vaca hace muuuu. Felices fiestas, eguberri on, bon nadal, boas pascuas.

Como sé que muchos de ustedes son más de poteo previo de nochebuena que de echarse caspa a los ojos o, directamente, que no se atizarían un Bourbon on the rocks ni por todo el oro del mundo, me he permitido resumirles arriba el discurso que expelió anteanoche el actual titular de la corona española. Sí, seguro que han leído o escuchado que dijo otras cosas. Pero no se dejen confundir. Las interpretaciones a medida del consumidor ideológico forman parte de la coreografía que sigue a la emisión del mensaje. En general, la charleta gusta a los de siempre y disgusta a los otros de siempre. Cada cual se cuelga de esta o aquella frase para verter opiniones que ya tenía precocinadas desde antes de que sonara el chuntachunta que abre paso a la conexión en falso directo —esta vez de 24 horas— con el casuplón del Preparao.

En el caso que nos ocupa, ni siquiera cabe ese ejercicio de equilibrismo argumental. El texto que recitó el tipo estaba específicamente construido para llenar los diez minutos de rigor. Fueron seis folios de topicazos de cuarta regional que sirven lo mismo para un roto que para un descosido. De traca fue que mentara Catalunya como de pasada en una enumeración de preocupaciones que incluía las consecuencias de la revolución tecnológica (sic) sobre la cohesión social o la desconfianza de algunos (sic) ciudadanos en las instituciones. Le faltó añadir la decepcionante trayectoria en la liga de su Atlético de Madrid. En resumen, no dijo nada de nada.

Todo bien, ¿seguro?

Las adhesiones inquebrantables acaban jodiendo las mejores causas. Se comprende que, bajo determinadas circunstancias y en pro de un bien superior, se rebaje el nivel autocrítico o se tienda a contemporizar con ciertos comportamientos. Pero si hablamos del soberanismo catalán, tal vez hayamos pasado esa marca hace rato y vaya siendo hora de decir lo que, por otra parte, cualquiera con dos ojos y un gramo de sustancia gris es capaz de ver y comprender. No puede ser que para no pasar por renegado y/o traidor haya que aplaudir la sucesión de jaimitadas que llevamos coleccionadas solo en los últimos cinco días. La más reciente, el rule a Bruselas vía Marsella, vale quizá para una road-movie tragicómica, pero no para la Historia y me temo que tampoco para el noble fin que se persigue.

¿Se da cuenta alguien de cuál es ahora mismo el global de la eliminatoria? Catalunya, teórica república independiente —Ni eso se han atrevido a aclarar; si sí o si no— es en estos momentos aun menos libre que hace una semana. El pretendido estado extranjero administra, guste o no, lo que no administraba el jueves pasado. Pongo ese día como referencia porque es la jornada de la yenka de Puigdemont, el de las 155 monedas de plata que escupió Rufián en Twitter. Algún día nos explicarán qué le impidió convocar —como ya había aceptado; no echemos siempre la culpa al ogro español— las mismas elecciones que 24 horas después impuso Rajoy por sus bemoles. Sí, esas a las que se van a presentar las formaciones que acaban de dar por liberados a los catalanes del yugo opresor. Y los de las rojigualdas choteándose al grito de “Votarem!”.