Culpas

De Europa tengo una opinión manifiestamente mejorable. Eso, contando con que ni siquiera sé muy bien lo que expresa una palabra que se utiliza indistinta y confusamente para hablar de instituciones o de geografía. Si va de lo segundo, miro el mapa y sonrío con una migaja de desconcierto. Hace falta un congo de buena voluntad para tragar que haya algo que homogeneiza a los millones y millones de pobladores de tan vasta extensión territorial. Y peor, si nos referimos al conglomerado político que primero se llamó comunidad económica —ahí por lo menos no se disimulaba— y de un tiempo acá se dice unión. Ahí ya no es escasa simpatía, sino una creciente y fundada antipatía.

Lo anoto, e inmediatamente añado que, sin embargo, esa inquina de oficio no me lleva a culpar de todas las catástrofes sobre la faz de la tierra ni al continente ni a su quincallería institucional… y mucho menos a sus atribulados habitantes. Como probablemente estén imaginando, aludo a la guerra de Siria y a sus consecuencias. Aunque sus gobernantes hayan tomado mil y una decisiones equivocadas o directamente malintencionadas, es una barbaridad como la copa de tres pinos responsabilizar a Europa de todo el horror y la destrucción. También una simpleza y, de propina, una muestra de supremacismo occidental que no se la salta Sergei Bubka. ¿Cómo calificar, si no, que se dé por hecho que los únicos dotados para el mal sean los blancos lechones? Aunque no les entre en sus etéreas seseras a los cofrades del angelismo pueril, ni el matarile ni el puteo sistemático del prójimo son monopolio de esta parte del mundo. Ni de lejos.

Los que sabían

¿Siniestro deliberado? ¿Que al copiloto del vuelo Barcelona-Dusseldorf se le fue la olla (o no) y provocó la muerte de 150 personas, incluido él mismo? Bueno, eso será la opinión del fiscal de Marsella y de los investigadores después de haber atendido a minucias como el análisis de la caja negra o el trabajo de campo sobre el terreno. Muy respetable y todo lo que quieran, pero se trata de una imposición fascista, que vulnera el derecho inalienable de cada ciudadanx (ahora se escribe así, con equis supermolona e igualitaria de género topeguay) a tener su propia teoría. Una persona, una hipótesis, qué menos, ¿no?

Una… o varias, que en Twitter y en las tertulias, que es donde se concentran los auténticos peritos de todo —tanto da protocolos sobre el Ébola que sistemas de frenado de trenes de alta velocidad—, nos han suministrado en vena diversos teoremas sobre lo ocurrido. Era difícil escoger. Yo, por ejemplo, me debatía entre dos de las que han tenido más predicamento. Una sostenía, con un par, que los pilotos de ahora no tienen ni puta idea de manejar aviones porque llevan la cabina llena de aparatejos informáticos que trabajan por ellos. La otra, más pedestre y de carril —y por eso mismo, de mayor éxito—, proclamaba que los perversos fletadores de vuelos loucós dejan sin engrasar dos de cada cinco tornillos, revisan las partes vitales de Pascuas a Ramos, y reparan los desconchones en el fuselaje con papel Albal. Y claro, así pasa lo que pasa, maldito capitalismo sin entrañas, te vas a enterar cuando el personal se empodere y le salgan alas. ¿Siniestro deliberado? ¡Ja, eso habrá que verlo!