Salir a perder

Para que luego digan que no hay hecho diferencial. Si seremos peculiares los vascos de la demarcación autonómica, que hasta las campañas electorales se hacen contra el canon. Tampoco exagero. Las de los anteriores 30 años, cada una con sus rarezas y hasta con sus trampas —recordemos que no siempre se han podido presentar todas las formaciones—, han podido entrar dentro de la convención. Es en esta que estamos arrostrando con las poquitas fuerzas que nos quedan en la que se ha roto el principio básico según el cual los que porfían por gobernar dirigen su garrota al que ha estado en el poder. A la recíproca, el que quiere conservar la poltrona monta un alcázar desde donde, además de aventar una loa exagerada de sus grandes logros, vierte aceite hirviendo y exabruptos sobre los asaltantes. De catón, pero como digo, en esta ocasión, tal vez para que quede probado que somos el gran oasis de la I+D+I, los estrategas se han puesto creativos y la cosa funciona exactamente al revés.

Tan al revés, que cualquiera sin conocimiento previo que aterrizara hoy en esta Patxinia en liquidación por cese de negocio y viera qué se berrea en los mítines y en los anuncios daría por por hecho que el que ha estado mandando es quien ha pasado tres años y medio de fría y cabrona oposición. Bonito caramelo envenenado para Iñigo Urkullu —que llega a la carrera de aspirante y además, novato— haber sido investido por sus propios rivales como la rueda a seguir o, menos finamente, la espinilla a patear.

Los doctores de Sabin Etxea se las van a ver figurillas para bajar la posible fiebre victoriosa inducida. Me llena de curiosidad saber cómo se gestiona en boxes una lehendakaritza de humo. Pero aun me intriga más el porqué de la patética táctica perdedora de los dos partidos —sí, Basagoiti, el suyo también, no disimule ahora— que han sostenido la makila. Ni siquiera para el final reservan un gramo de dignidad.

Pensiones (Nivel básico)

A ver, López, Basagoiti y demás bodoques (no es un insulto; vayan al diccionario) del muro de contención contra el secesionismo rampante, pregunta de examen: ¿Cómo funciona el sistema español de pensiones? Calma, que no les pido una explicación al dedillo y con decimales. Basta con lo básico, con lo que sabe hasta el último cotizante… salvo, por lo visto, ustedes. Ya se ve por sus caras y, sobre todo, por las soplagaiteces que van soltando por ahí, que no tienen ni idea. Claro que también puede ser que estén mintiendo como bellacos. No querrán que pensemos eso de ustedes, ¿verdad? Dejémoslo, pues, en ignorancia supina y corrijámosla.

La cosa es más o menos así: Cada mes todos los que tienen la suerte de tener trabajo, ya sea por cuenta ajena o propia, aportan una cantidad equis a la Seguridad Social. Sí, sí, a la española, que de momento no hay otra. Con esa cuota, apoquinada regularmente mientras tengan un contrato en vigor, adquieren el derecho a recibir una paga a partir del momento en que se jubilan. Como sabrán porque leen los periódicos, es el Estado (bueno, ahora atendiendo a los supertacañones de Europa) quien fija la edad mínima —cada vez más tarde— así como el número indispensable de años en el tajo para empezar a cobrar. La cuantía que se percibe depende del periodo cotizado y del tamaño del descuento mensual. Por eso hay quien llega a los 2.500 euros y quien, con suerte, raspa los 500. Anoten que no es la geografía la que marca las desigualdades.

De hecho, y llegamos a lo gordo, la geografía no pinta nada en todo esto. A efectos del sistema de pensiones, España es una y grande. Por algo, su seña de identidad es la caja única. Los pensionistas actuales, vivan en Legorreta o Jaén, pagaron su piquito mensual a España y, en consecuencia, es España quien tiene la obligación de ingresarles su parte mientras vivan. Incluso, fíjense, aunque nos independicemos mañana. ¿Aprendido?

El pucherazo, en su punto

Pardillo de mi, como si no guardara memoria de los escupitajos que le ha largado el PP a la mínima decencia, pensaba que esta vez iban de farol porque necesitaban una cortina de humo para tapar el cagarro de su gestión económica. O que era una piruleta para tener engatusados por un rato al frente cavernario y a los golfos apandadores que han hecho del victimeo un oficio muy bien remunerado. No es que creyera que habían cambiado —el que nace lechón muere gorrino—, pero sí que habían aprendido a disimular lo justo, que a ellos mismos les convenía trocar la mano de hierro por el guante blanco y empezar a usar un desodorante que no cantase tanto a testiculina.

El planteamiento es, además, tan burdo, tan grosero, tan de Romanones y Hassan II, que a cualquiera con media gota de pudor no le entraba en la cabeza que pudiera ir al BOE. ¿Engordar los censos de la CAV y Navarra con parroquianos afectos de las taifas hispanas donde hay excedente de palmeros gaviotiles? ¿Nada menos que entre 200 y 400.000? ¿Poner como único requisito para tal desafuero haber estado avencidado, aunque fuera un ratito, en el territorio colonizable a distancia y jurar por Snoopy que ETA les había hecho las maletas? Nótese que esos certificados los van a expedir los mismos que aspiran a convertirlos en votos contantes y sonantes. Suena tan ridículo que se antojaría imposible que nadie en su sano juicio se atreviera a defenderlo y menos a llevarlo a cabo. Pues deberíamos haber mirado el lema que rodea las torres de Hércules (con o sin aguilucho) en el escudo español: Semper plus ultra.

Adelantaba ayer La Razón, órgano oficioso de la falange mariana y la centuria basagoítida, que el pucherazo está en su punto, listo para servirse en las elecciones que López se resiste a convocar. La semana que viene, Dios y los rescatadores europeos mediante, nos darán los pelos y las señales. Vuelvo a preguntar: ¿cuándo nos vamos?

Tres años de humillación

Es el precio de un plato de lentejas, una makila y un puñado de puestos bien remunerados para la colegada. Quien te lo paga adquiere el derecho de arrastrarte por el barro, soltarte unos fustazos y, si se tercia, escupirte en un ojo, en el otro, o en los dos. Y para que la humillación sea completa, ni te dejan el mínimo alivio de ser tú quien anuncie la ruptura. Un día, mientras tú celebras la victoria de un pariente lejano como si fuera propia, el que te ha chuleado a modo durante tres años vuelve a jugártela regalando la exclusiva. En la víspera del tercer aniversario, qué ingratitud infinita. Podría ser una canción de Chavela Vargas, pero ni eso. Apenas llega a un karaoke de los Chichos: te vas, me dejas y me abandonas, mal fin tenga tu mala persona.

No será porque no se veía venir. Desde el mismo instante en que se firmaron las capitulaciones (para el PSE, en sentido literal) matrimoniales, quedó claro que la gaviota iba a jugar a gavilán en la relación. Fue tan hábil, que ni siquiera quiso mancharse las patas entrando al Gobierno. ¿Para qué, si desde fuera iba a mandar más y mejor? Repásese la magra media docena de decisiones de esta raquítica semilegislatura, y se comprobará que todas derivan del credo del PP. Las que tienen que ver con lo identitario, como la liofilización de EITB, pero también, ojo al parche, las otras, las de tajazo al bienestar que cada martes anunciaba la portavoz Mendia sin saber dónde meterse porque no iban ni en su programa ni en su ADN.

¿Y ahora qué? Pues tiene toda la pinta de que nos aguardan unos cuantos meses de sartenazos entre los viejos amantes, que en realidad nunca llegaron a serlo. “Kramer contra Kramer” va a parecer una comedia en comparación con el divorcio socio-popular. Resultaría divertido asistir al espectáculo, si no fuera porque este país ha perdido ya un trienio completo, seguramente el más delicado de nuestra historia reciente.

Y ahora, un congreso

Con casi siete meses de retraso, aquel tren en el que Patxi López se hizo una foto que lo perseguirá de por vida llega a su destino. Triste y pobre destino, un apeadero de quinta con apariencia de congreso, esa cosa que lo mismo sirve para reunir a acólitos de Amway, expertos en lo que sea a tanto el minuto o estomatólogos legañosos subvencionados por una multinacional farmacéutica. Que tire la primera piedra el que esté libre del pecado de haber organizado (o participado en) uno o varios. Cuando se clausuran, pasa el día y pasa la romería. Se devuelve el pinganillo de la traducción simultánea, se guarda la bolsa y la carpeta serigrafiadas para regalar a un amigo o familiar, los periodistas recogen los focos, las cámaras, las grabadoras y las libretas llenas de garabatos, y ya nadie más se acuerda.

Curiosa paradoja, que ese olvido vaya a caer también sobre este happening que en su enunciado lleva la palabra “Memoria”, seguramente una de las más manoseadas de nuestro limitado vocabulario. No menos llamativo, que el otro apellido sea el igualmente sobado término “Convivencia”. Ya hemos visto, sin siquiera empezar el sarao, qué gran ejemplo de tolerancia y disposición al entendimiento nos han dado los queridos-odiados socios enganchándose en público por la invitación a alguien que el PP (lean ahí Basagoiti) considera un poco demasiado terrorista para su gusto. El episodio, no obstante, nos da la clave sobre lo que se sacará en limpio de todo esto: la enésima escenificación cuidadosamente guionizada del inminente divorcio de los que necesitan llegar con el certificado de soltería a las elecciones.

Lo demás, casi nada con sifón. Los sin duda interesantes testimonios de algunos de los ponentes darán para media docena de titulares resultones y hasta para algún reportaje emotivo… que desgraciadamente despertará una atención limitada porque —he ahí el quid— ahora estamos a otras cosas.

Basagoiti, con la caña

Empiezo dejando claro y sin lugar a matices que retirar la tarjeta sanitaria a los inmigrantes sin papeles es una tropelía intolerable que retrata la miseria moral de quien lo ha decidido. Mucho más cuando, mirando las cifras, se descubre que no son los cuatro duros de ahorro real los que han motivado la medida, sino la convicción de que despertaría más simpatías que antipatías. El caldo que se ha ido cociendo a fuego lento durante los últimos años está listo para servirse. La prueba es que Antonio Basagoiti, catedrático de oportunismo político, ha corrido a tomarse la primera taza sin miedo a escaldarse la lengua… ni la saca de votos. Si decidió aventurarse en el Rubicón que supone escribir “primero, los de casa”, catón de la ultraderecha montaraz y malfollá, es porque sabía perfectamente que la media docena de collejas que le iban a caer no le harían ni cosquillas. Lo que buscaba y encontró era el aplauso de una parte creciente de la sociedad —sí, también de la vasca— que sostiene ese discurso cada vez más abiertamente.

¿Y ahora qué hacemos? ¿Miramos al dedo o a la luna? La respuesta de carril es poner pingando al lenguaraz presidente del PP vasco, compararlo con Marine Le Pen para salir guapo y bronceado en los titulares o tildarlo de populista de baja estofa. De acuerdo, me sumo. Es todo eso y mucho más. Pero insisto en que, metido el pie en el charco después de hacer los cálculos correspondientes, al aludido le importa un huevo de gaviota que lo crujan dialécticamente. Él simplemente ha ido a vendimiar unas uvas de la ira que están maduras.

Eso es lo que nos debería preocupar. ¿Por qué ha crecido tanto entre nosotros el sentimiento hostil hacia la inmigración? ¿Por qué lo ha hecho, particularmente, entre la gente de economía más modesta? Mucho ojo con las respuestas, porque si son tan incorrectas como hasta ahora, el río revuelto beneficiará a los pescadores como Basagoiti.