Judas Hernando

De todos los personajes y personajillos de la tragicomedia del PSOE, pocos resultan tan patéticos y a la vez miserables como el Judas de las gafas de montura azul. Hasta ahora, para distinguirlo del otro pájaro con acta de diputado con que comparte apellido —el repelente Rafa del PP—, se le nombraba como el Hernando regular en oposición al Hernando malo. Tras sus últimas fechorías acreditadas, la cosa no está nada clara. Procede foto finish en la línea de meta de la ruindad. Suerte tuvo, en el tenso cruce con Pedro Sánchez en la bancada socialista, de que el objeto de su traición se conformara con darle una mano de mantequilla y mirarlo con desprecio. Alguien menos templado que el descabalgado secretario general le habría calzado una hostia. Y seguro que el otro, cobarde de cuna y formación, se la habría quedado sin rechistar.

Qué bochornoso papelón, el de Antonio Hernando Vera, arlequín al servicio de quien sea que tenga el poder. Portavoz a grito pelado y con cara de cistitis del ¡No es No! cuando mandaba el de las camisas blancas inmaculadas, vocero de la abstención responsable y testicular en el interregno de la gestora susánida. Siempre, en todo caso, sumiso, ovejuno y lamelibranquio, como corresponde a esa clase de individuos, desgraciadamente extensa, que no tienen más fin en la vida que salvar el culo propio al tiempo que trepan por el organigrama clavando el piolet sobre las cabezas de sus congéneres. Lo que no calculan muchos de ellos, y algo me dice que será el caso del perillán que nos ocupa, es que en cuanto dejan de ser útiles a sus barandas, son expedidos a la nada sin compasión.

Tris, tras, tres

Primer encuentro a tres desde el 20 de diciembre, que ya ha llovido un rato. Dos horas y media de reloj, con 18 individuos alrededor de una mesa ovalada. ¿Media docena por cada una de las formaciones? Parece lo lógico, pero por alguna razón que les dejo interpretar, había 7 de Podemos —incluyendo al mandarín principal—, 6 del PSOE y 5 de Ciudadanos, con un gachó que causó baja de último minuto. Sánchez y Rivera se reservaron para mejor ocasión.

Muy cuquis en las fotos, pero, ¿el resultado? Nada entre dos platos. Y eso es precio de amigo, porque la cosa anda más cerca de la tomadura de tupé a la ciudadanía que de otra cosa. El trato a los periodistas que cubrieron el evento sirve como prueba, bien es cierto que allá cada uno, si se deja. Después de tener a la canalla tirada a esas horas —vendrán luego con la milonga de la conciliación y la racionalización—, Iglesias, el de la transparencia, el de la luz y taquígrafos, el que quería transmitir las negociaciones enteras, dijo que no le petaba soltar prenda. Mañana, por hoy, sería otro día.

Sí salió un mengano de Ciudadanos, de nombre José Manuel Villegas, a contar que se había quedado buena tarde, que qué bonitos los apliques de la sala donde se habían juntado y que, ya si eso, otro día hablamos. Salvo por la afectación y la solemnidad de chicha y nabo que gasta el teórico número ¿dos? de Ferraz, el discurso de Antonio Hernando derrotó por parecidas bagatelas. Cantaba a leguas que lo que nos están contando estos manifiestamente mejorables actores es que todos están en campaña para las elecciones de restreno que nos aguardan a la vuelta de la esquina.

Cal viva y algo más

En el ratito de gloria que le tocó en la bufonada de investidura, la medianía que ejerce como portavoz del PSOE le echó un cuarto a espadas a su señorito Sánchez tirando del cuento de hadas de la Inmaculada Transición. Ya lo había hecho en la sesión matinal, con bastante mejor prosodia e idéntico abismal desconocimiento del asunto, el figurín Rivera, que cita tanto y tan mal a Suárez, que el Duque acabará resucitando para darle una manta de hostias.

Aparte de en la ya mentada ignorancia atrevidísima, el chisgarabís Hernando y el recadero del Ibex  coincidieron en retratar esos años como un nirvana donde todo fluía en insuperable armonía. Cuánta razón hay que darle una vez más a Gregorio Morán —que a diferencia del par de zascandiles con acta de diputado, sí vivió aquello y lo recuerda con dolorosa precisión—, cuando señala ese peculiar fenómeno del pasado que consiste en cambiar constantemente mientras el presente sigue inmutable. Con media hora que pasaran en la hemeroteca, los alegres juglares descubrirían que la crispación de hoy es una broma divertida en comparación con la sangre, la pólvora y la bilis que corrían por entonces.

O la cal viva, cuyo uso se extendería hasta unos lustros más tarde, como citó en la misma jornada y sin que nadie pueda acusarle de inventarse nada que no ocurriera el diputado Iglesias Turrión. Mucho más leído que el dueto del Pacto a la Naranja, el líder de Podemos se estrenó en el Congreso recordando los 40 años de la masacre de Gasteiz. Aunque al principio me pareció que se adornaba, viendo lo que vino después, el ejercicio de memoria resultó más que pertinente.

¿Están fingiendo?

Les confieso mi perplejidad y mi despiste. Al preguntar a personas que están bastante cerca de las negociaciones para la investidura del próximo inquilino de Moncloa si creen que habrá nuevas elecciones, me contestan invariablemente que no. Lo hacen, además, con gran contundencia y dándome a entender que todo está mucho más maduro de lo que vamos viendo en esa rueda de prensa si solución de continuidad en que se ha convertido últimamente la política española. Si es así, pido un Oscar colectivo para los actores de esta farsa porque se están empleando a fondo para que parezca exactamente lo contrario.

Y ahí tienen como ejemplo inmediato —por lo menos, a la hora que escribo; seguro que en los próximos cinco minutos hay cambios— las comparecencias sucesivas del secretario general de Podemos, Pablo Iglesias, y del portavoz parlamentario del PSOE, Antonio Hernando. El “Pablo, no sabes ni dónde estás” que le escupió el segundo al primero tenía toda la pinta de genuino hartazgo ante la suficiencia que, una vez más, acababa de mostrar el líder morado. Del mismo modo, la intervención completa del aludido, ofuscado en el reparto de sillones y mostrando incluso un manual de instrucciones sobre cada ministerio, daba la impresión de ser un intento descarado de conseguir que los socialistas se encabronasen y le mandaran a hacer gárgaras. La inclusión del referéndum en Catalunya como condición impepinable apuntaría también por ahí.

Pero vayan ustedes a saber. A lo mejor es verdad que solo estamos asistiendo a una representación guionizada y, como en una mala teleserie, todo se soluciona en el último minuto.