Amigos como Puigdemont

No me cansaré de repetir que ninguna buena acción queda sin castigo. Ni tampoco que hay determinados amigos que hacen que sobren los enemigos. Que se lo pregunten al lehendakari. En buena hora se le ocurrió atender la llamada angustiada de un entonces accidental president de la Generalitat que no sabía cómo salir de la brutal trampa para cazar elefantes en la que había entrado por su propio pie. Lo suyo habría sido preguntarle al desbrujulado Puigdemont, menos Carles que Manolete, que si no sabía torear para qué se había metido. Pero Urkullu es como es y, como siempre, pensando en echar una mano, que en el caso que nos ocupa era evitar un desastre, cambió los mocasines por las katiuskas y se fue de hoz y coz a un barrizal del que inevitablemente iba a resultar pringado por activa, pasiva o circunfleja.

Como se acaba de ver, el pago por tal favor ha sido que el señor de Guaterló se haya despachado tildando a quien le echó el capote de desmemoriado o, como han entendido nuestros succionadores procesistas de salón, de mentiroso. Hay que ser muy miserable para hacerlo y muy malnacido para jalearlo. Más, cuando sobran los detalladísimos archivos de Urkullu para saber que la trola gorda a la par que cobarde —¡otra vez!— es la del delfín desviado de Artur Mas. Lo que ocurrió aquel 26 de octubre de 2017 es público y notorio. Está tasado y medido porque lo contamos todos los medios, igual los más proclives al soberanismo que los entregados al unionismo. Puigdemont citó a la prensa para anunciar la convocatoria de elecciones. Un tuit hablando de 155 monedas y tres mil estudiantes gritando le hicieron dar marcha atrás.

Ayer… como hoy

Desconozco si fue casualidad o causalidad, pero el caso es que el pasado domingo, los diarios del Grupo Noticias traían dos piezas que yo diría estaban cosidas por hilos espacio-temporales y afectivos invisibles. Por una parte, Iban Gorriti rescataba del no tan lejano anteayer cómo el lehendakari José Antonio Aguirre cumplió la palabra dada al president Lluís Companys de acompañarlo cuando le llegara el momento de salir al exilio. Le faltó tiempo a mi muy apreciado senador Jon Inarritu para tuitear la página correspondiente —sin que se viera el medio de procedencia, ejem—, acompañada del latinajo “O tempora, o mores”, que viene a querer decir que cómo cambian las cosas.

Podría caber la carga de profundidad si no fuera porque a unas páginas de distancia, amén de destacadísima en primera, venía la extensa crónica en la que Humberto Unzueta detallaba al milímetro cómo fue la mediación de Iñigo Urkullu que estuvo a punto de cambiar el guión del procés. Mediación pedida expresamente y con apremio por un agobiadísimo president Carles Puigdemont en un instante en el que veía que se le venía encima todo el peso de la Historia.

Es verdad que, como sabemos y como se cuenta de forma fidedigna, el intento se fue al garete en 18 minutos más histéricos que históricos. Sin embargo, la esencia de lo sucedido, ese hilo que une presente y pasado que mencionaba al principio, está ahí: de nuevo, en un momento crítico, un lehendakari está al lado de un president que le ha requerido su ayuda. Es lo que va de predicar a dar trigo, o en términos actuales, de hacer politiqueo de selfi y pancarta a hacer política de verdad.

426 euros

La España de Los santos inocentes no pasa de moda. Qué magnánimos son los señoritos del cortijo, que en vez de gastárselo en aeropuertos sin aviones o juguetes de matar, dan una limosna a esos menesterosos que para no ofender la sensibilidad de los castos y pacatos llaman “parados de larga duración”. 426 euros al mes hasta junio, a ver si pican, y en mayo florido estos desgraciados echan en la urna la papeleta correcta. Populistas, ya saben, son los otros. Los dueños del trigo no tienen que predicar; les basta soltar unos granos en el suelo y convocar a las gallinas: pitas, pitas, pitas…

¡Ayuda! Nos colocan como ayuda un miserable aguinaldo durante medio año que, para colmo, ni siquiera llegará a la inmensa mayoría de sus teóricos destinatarios. De entrada, despídanse los parados de las demarcaciones autonómica y foral de Euskal Herria, porque el óbolo es incompatible con los respectivos sistemas de protección básica. Eso viene en la letra pequeña, junto a dos docenas de excepciones que limitan hasta el mínimo el número de posibles beneficiarios.

Lo tremendo, aunque no sorprendente a estas alturas de la claudicación sindical impúdica —¿o se trata de venta sin matices?— es ver en la foto del acuerdo las jetas de los barandas de UGT y Comisiones Obreras, más sonrientes incluso que Rajoy, Báñez y la dupla patronal, compuesta por Rossel y su antagonista Garamendi. Si esos son los agentes sociales, mejor no saber cómo serán los antisociales. En los días en que estamos, la imagen ilustraría perfectamente un christmas: Méndez y Fernández Toxo, qué pena y qué rabia tan grandes, posando en su pesebre.