Otra vez el euskera

Por más conocido que me resulte el fenómeno, no dejará de maravillarme el empeño obsesivo del PP vasco en avanzar retrocediendo. ¿Cómo va a creer nadie a Alfonso Alonso reclamando la moderación frente al casadocayetanismo que escora a su partido hasta los mismos confines de Vox o, a veces, dos palmos más a la derecha? Ni diez días después de lo que los más ingenuos tomaron como una declaración de intenciones, la sucursal genovesa en Vasconia ha vuelto a revelarse exactamente como tal acudiendo al Tribunal Superior de Justicia del País Vasco para denunciar la ilegalidad del decreto que regula el uso del castellano y el euskera en los ayuntamientos.

Así andamos a estas alturas del tercer milenio, haciendo de la lengua motivo de gresca y, sobre todo, teta de la que ordeñar algún que otro minuto en los medios, a ver si hay suerte y en la próxima cita con las urnas se detiene la sangría de votos. Para que la acción resulte más patética, ni siquiera es original. Los populares autonómicos —que no autónomos— chupan de nuevo rueda de Vox, que se adelantó en el recurso ante los primos togados de Zumosol.

Esto va, lisa y llanamente, de la competición por ver quién se sitúa más al fondo y, sobre todo, más a la derecha. Sería solo una ridiculez que no debería quitarnos un segundo si no fuera por el objeto que han escogido para medir sus crestas ultramontanas. Una vez más, han hecho presa en el euskera, al que pretenden convertir en instrumento de división a base de trolas tan zafias como la que ha desmontado el alcalde de Gasteiz. La buena noticia es que pinchan en hueso. La sociedad vasca ya no traga esos burdos cebos.

Demasiadas luces

Quién nos iba a decir que viviríamos un nuevo siglo de las luces. Pena que sea de las luces… ¡de Navidad! Y pena mayor, que las denominadas entrañables fechas hayan medrado en el calendario de tal modo que los fastos comienzan en los albores de noviembre, apenas hemos terminado de honrar a los difuntos, digo de entregarnos al jaloguín de importación. La avanzadilla la marca el desembarco de los polvorones y los turrones en los supermercados. Luego llega la torrentera de anuncios de colonias atiborrados de susurros asmáticos gabachizantes y, por fin, la alocada carrera de los munícipes por ver quién coloca más pifostios cegadores en sus jurisdicciones y, sobre todo, de mayor tamaño.

En realidad, la competición en las latitudes peninsulares es por la segunda plaza. De sobra se sabe que la victoria, a traineras de demagogia baratera de distancia, corresponde de saque a Abel Caballero, político otrora medianamente serio que vive su tercera juventud como alcalde bananero de Vigo. Y la cosa es que, tonelada de bombillas a tonelada de bombillas, el tipo incrementa sus mayorías absolutas hasta el infinito y más allá, y consigue que cada año sus delirios lumínicos capten la atención mediática al borde de rayar la náusea.

Ahí es donde toman nota los y las demás regidores —da igual de capitales, ciudades medias o pedanías—, y se lanzan a buscar su minuto de gloria a base de bolas gigantescas, norias fosforescentes y, en fin, toda suerte de quincallería productora de contaminación lumínica a granel. A los que somos refractarios a semejante despliegue refulgente solo nos queda rezar para que llegue pronto el 7 de enero.

Trapicheos municipales

Una vez vendido todo el pescado municipal, el primer recuerdo es para Rajoy, ese señor que ahora se dedica a pegarse chombos en el Mediterráneo, quítenle lo bailado. Uno de sus más célebres galimatías ha quedado desmentido. O, como poco, muy matizado. No es el vecino el que elige al alcalde. No, desde luego, en buena parte de los consistorios, donde, como pudimos ver ayer, la vara de mando ha dependido de cambalaches en despachos bastante lejanos al lugar donde luego tocará ejercer.

Y ojo, que si hacemos un repaso somero, enseguida comprobaremos que no hay sigla que se libre de haber participado en trapicheos, bien sea a granel o al detalle. Me maravilla casi más que me encabrona cómo dependiendo de si se pilla o se pierde cacho, estamos ante la democracia funcionando a pleno pulmón o frente a una rapiña intolerable. Parece olvidarse que donde las dan las toman… y viceversa.

Sí es verdad, en todo caso, que ha habido algunos comportamientos para nota en las asignaturas de la hipocresía y/o el autorretrato. Lo del PSN, sin ir más lejos, que ayer certificó, por si hubiera lugar a dudas, que es el cuarto integrante de Navarra Suma. Su actuación a medio camino entre Poncio Pilatos y Don Vito Corleone —me lavo las manos, pero que parezca un accidente— ha entregado al combo del ultramonte un puñado de alcaldías. En la contraparte, ha arramplado con alguna que otra propina, batiendo récords en Huarte, donde será alcaldesa la única concejal de la formación, toma sandiós. Antes de consumarse la infamia, decía Barkos que sin atisbo de coherencia es difícil encontrar un mínimo de dignidad. Yo lo leo así: Agur, Chivite.

No está todo escrito

Ha estado vivo Joseba Asirón al poner por la tarde el pleno de constitución de la nueva corporación municipal de Iruña. Para entonces se sabrá qué ha pasado en la mayoría de los demás pueblos de la Comunidad Foral y quizá quepa un movimiento in extremis para evitar que la vara de mando vuelva a manos de Enrique Maya. Como salga medio bien la jugada, la autoridad electoral competente tendrá motivos para imitar a las contiendas deportivas e imponer que en lo sucesivo todos los plenos inaugurales se celebren simultáneamente y sin posibilidad de saber qué ocurre en el resto de estadios, o sea, de ayuntamientos.

Con todo, la diferencia horaria de Iruña va a ser una excepción. La suerte de prácticamente todos los demás consistorios se va a dilucidar mañana por la mañana. En el caso de la demarcación autonómica, es cierto que el pacto-ómnibus entre PNV y PSE le ha restado mucha emoción al asunto, pero aun así, hay una docena de localidades donde las espadas siguen en alto. Espadas cruzadas y contradictorias, por demás. EH Bildu, que ha mostrado su enfado por la falta de respeto a las listas más votadas allá donde el binomio PNV-PSE les puede arrebatar los gobiernos, no tendrá empacho en actuar a la recíproca en los lugares donde le alcance la suma con Elkarrekin Podemos y/o las plataformas independientes. Es más: no es descartable que la coalición soberanista y los jeltzales, en un doble tirabuzón que encabritaría a Alfonso Alonso, se asocien para dejar al PP sin Laguardia y Labastida. No sé si me divierte o me espanta que casi todos los casos, por incoherentes que parezcan, vayan a ser perfectamente argumentados.

Los otros desalojados

Cierto, qué gloria ha dado ver cómo iban desfilando estos días los que se consideraban intocables. Esas caras de funeral de tercera con rictus de no puede ser que me esté pasando a mi, ese pésimo perder en sus parraplas biliosas de despedida o ese rencor sulfuroso que han ido ladrando por los chaflanes han sido un regalo añadido a su propio desalojo. Incluso para los educados en no alegrarse del mal ajeno ni hacer leña del árbol caído ha resultado imposible no disfrutar, siquiera una migaja, del patético espectáculo de esta cofradía de poltroneros metafóricamente muertos. Ayudaba a no sentirse demasiado mezquino, también es verdad, saber que a muy buena parte de estos recién devenidos en zombies políticos les aguarda, como escribí el otro día, una bicoca mejor remunerada que la que perdieron en las urnas.

Déjenme, sin embargo, que en este punto vuelva blanda la columna y dedique las líneas que quedan a aquellos y aquellas que se van con una mano delante y otra detrás. Aunque les cueste creerlo, haberlos, haylos. De diferentes siglas, además, incluidas varias con las que no comulgo especialmente. Personas que, guiadas por unas ideas, abandonaron una vida más o menos llevadera por otra incierta, y en no pocos casos, peligrosa; tendemos a olvidarlo, pero las escoltas son de anteayer en este país. Con suerte, algunas podrán regresar, sudando para el reenganche, a sus antiguas ocupaciones. Otras quedarán a la intemperie, exactamente igual que tantísimos que han perdido un trabajo convencional. Quizá se pregunten si les mereció la pena haber dado aquel paso. Si soy sincero, no sé qué contestarles.

Polémicas añejas

Lo del viejo tiempo que no acaba de morir y el nuevo que no termina de nacer es algo más que un tópico. Si nos miramos al espejo y al ombligo, comprobaremos que ahora mismo estamos exactamente ahí, en una suerte de tierra de nadie de nuestra Historia que nos resistimos a abandonar. ¿Por miedo? ¿Por pereza? ¿Por comodidad? Tal vez, mezclando lo uno y lo otro, por simple inercia. Llevamos tantas lunas volteando la sobada noria, que las piernas se resisten a describir una tangente y enfilar de una puñetera vez hacia ese futuro que decíamos soñar.

Nunca daremos el paso definitivo si seguimos anclados a los tics y a las polémicas del pasado. La que ha surgido a cuenta de la presencia o la ausencia de escoltas en los ayuntamientos huele a rancio que echa para atrás. Medio gramo de empatía y otro medio de sentido común habrían bastado para evitarla, pero no parece que nadie haya estado por labor. Y “nadie” es, literalmente, “nadie”. Si fue un error estrenar una legislatura con una medida que no era en absoluto urgente y que se podía haber adivinado a quiénes les iba a despertar la gula, ha sido todavía peor la rubalcabada de amenazar con una ley que desfaga el entuerto en diez minutos.

Inaugurado el lodazal, los argumentos razonables han quedado fuera de juego. Recordar que en el mismo Parlamento vasco ya impera una norma así o que hace nueve años el alcalde -entonces, socialista- de Santurtzi aprobó lo mismo sin la menor bulla te convierte en enemigo de los tirios. Pero si señalas que en este minuto del partido hace más falta que nunca demostrar que no nos es ajeno el sufrimiento de las personas amenazadas, son los troyanos los que te ponen en la lista negra. Y si expones las dos cuestiones, eres algo peor a ambos lados de la barricada: un cobarde equidistante.

Debe de haber una forma de romper esta diabólica espiral que nos devuelve una y otra vez adonde ya hemos estado. ¿Queremos encontrarla?

Tocomochos cruzados

Quedó escrito en estas líneas hace un par de semanas: todos con todos contra todos. Basta dedicar diez minutos al marcador que nos ha dejado la constitución de los nuevos ayuntamientos para concluir que, como en el dicho, se ha investido capador al que más ha podido. Cada quien, claro, contará la feria según le ha ido, y unos proclamarán que se ha interpretado con justicia la voz del pueblo mientras otros jurarán haber sido víctimas de maniobras orquestales en la oscuridad. Lo divertido es que ambas posturas se apoyarán en los mismos chalaneos. Los que se quedan con la vara de mando lo atribuirán a la higiene democrática y los desposeídos, a la putrefacta manipulación de la voluntad popular.

Si la política no fuera cada vez más descaradamente puro forofismo donde los míos son los mejores y los demás, una panda de cabrones a los que hay que hacer morder el polvo, cada cual podría hacer un examen de conciencia y ver que las actitudes han sido manifiestamente mejorables. Pero no hay lugar para tal. Lo que vale es el corto plazo y el pájaro en mano. Gero gerokoak. ¿Quién piensa en construir un proyecto común para pasado mañana, cuando tienes la posibilidad de pillar cacho durante los inmediatos cuatro años, aunque no sepas muy bien para hacer qué? Ya nos quitarán -o no- lo bailado más tarde. Mientras tanto, vamos tirando.

Es, por lo que parece, nuestro sino y nuestro instinto. Se acepta, pero lo menos que se puede pedir es que ninguna sigla venga dando lecciones de moralidad ni vindicándose virgen y mártir en exclusiva. El nuevo mapa nos enseña que los navajeados aquí o acá se han vengado allá o acullá en un galimatías de tocomochos cruzados donde las minorías, tan dignas ellas, se han ido con el mejor postor.

En resumen, que hoy hay más cuentas pendientes que ayer, pero menos que dentro de dos semanas. Arrieritos somos, dirán algunos. Traición, clamarán otros. Y volveremos a empezar. Qué lata.