Mobile, ¿quiénes pierden?

Un diario digital nada sospechoso de hacerle el caldo gordo al malvado capitalismo opresor abre a todo trapo con las consecuencias de la suspensión del Mobile World Congres de Barcelona. De saque, palmatorio de 500 millones de euros y 14.000 contratos de trabajo que se van al guano. Y es precio de amigo. Si vamos a los círculos concéntricos, nos encontramos con un efecto dominó calamitoso que trasciende la propia capital catalana por la ingente cantidad de negocios cruzados que se han quedado en el limbo de las transacciones comerciales.

Sin duda, es un mordisco para los gigantes tecnológicos que han preferido pasar un kilo del sarao bajo la excusa del coronavirus o por miedo basado en datos ciertos que habrán evaluado. Un quebranto, en cualquier caso, asumible o compensable por los procedimientos habituales; lo que sale por un lado ya vendrá por otro. Eso, por desgracia, no reza para los últimos de la fila. Los cafés y las copas sin servir, las carreras de taxi o VTC y tantas otras menudencias contantes y sonantes no tendrán retorno hasta el año que viene… si no hay contraorden.

Ese poema que es la cara de la alcaldesa Ada Colau tras la volatización del Mobile está escrito, curiosamente, con la misma tinta que sus (no tan) viejas proclamas contra la mayor cita mundial de la telefonía en particular y la celebración de grandes eventos en general. Llamaría a tomar nota a los molones irredentos que se desgañitan también en nuestro terruño contra la organización de actividades de relumbrón. Sé que pincho en hueso porque así se suspendieran todos, ni sus bolsillos ni sus vicios burguesotes se verían afectados.

Colau y el poder

De entre las innumerables historias ejemplares (en el buen y en el mal sentido) que nos dejaron la constitución de los ayuntamientos, me quedo con el folletón de Barcelona. Más allá de filias y fobias, la actitud de Ada Colau atornillándose a la poltrona contiene la quintaesencia de lo que es la política. El juego va, básicamente, de conseguir y mantener el poder. Lo demás son evanescencias, postureos para la galería que se practican solo desde la oposición y, en definitiva, parole, parole, parole. La propia regidora-lapa lo ha confesado sin el menor rubor. “Nos hemos dado cuenta del valor incalculable que supone retener la institución”, iba contando ante cada alcachofa que le ponían delante. ¡Ella, que apenas anteayer vociferaba contra la casta que mandaba de vacaciones su ideario y hacía lo que fuera por permanecer en el machito!

Y ojo, que no seré yo quien le afee la conducta. Me limito tan solo a señalar la (enésima) brutal incoherencia entre los blablablás de la individua antes y después de tocar pelo gubernamental. En lo que es la sustancia de su actitud, poco tengo que decir. Que tire la primera la piedra quien no haya hecho lo que buenamente ha podido para auparse a un gobierno o, como es el caso, para no ser descabalgado. La propia ERC, que tanta indignación está manifestando, intentó por lo civil y por lo criminal exactamente lo mismo que Colau. Solo que lo que en otros municipios le fue bien, en Barcelona chocó con un PSC bien armado aritméticamente y con un señor, el tal Manuel Valls, necesitado de sacar petróleo de sus penosos resultados. “Es la política, amigo”, diría ya saben ustedes quién.

Ya veremos

Pateo algunas calles de Barcelona el sábado por la mañana, apenas unas horas después del nacimiento de la República Independiente de Catalunya, ustedes y la RAE me perdonen si he escrito alguna mayúscula inicial de más; la falta de costumbre. El tiempo soleado es idéntico al de ayer. De amanecida ha amagado con una gotita más de aliviante fresco, pero pronto se ha restituido la normalidad meteorológica. Anoto en mi libreta de periodista a lo Camba o Chaves Nogales —más quisiera, sí, ya lo digo yo— que eso no ha cambiado respecto al día anterior. Tampoco la moneda. Pago el vermú y la tapa de butifarra en euros, y me devuelven en euros. La clavada, que es de escándalo, es la habitual de los tiempos de la pertenencia a España.

¿Qué más puedo observar? ¡Ah, sí, los quehaceres cotidianos, las caras y las actitudes! Pues menudo chasco, porque la gente sigue haciendo las mismas cosas de cualquier día libre de veroño. Unos desayunan en las terrazas, otros se echan carreritas sudorosas embutidos en prendas multicolores de licra —running le siguen llamando— y hay quien entra en las prohibitivas tiendas de ropa o complementos a pagar un pastizal por algo que no vale ni la mitad de la mitad.

En cuanto a los rostros, ni alegría desbordante ni tristeza incontenible. Como mucho, si fuerzo mi observación para ver lo que yo quiero ver, que es lo que hacen todos los cronistas, intuyo curiosidad. Apurando, una migaja de incertidumbre, que infiero de una pregunta que he captado en cuatro o cinco conversaciones a las que he puesto antena: ¿Y qué pasará ahora? La respuesta no puede ser más obvia y a la vez cabal: ya veremos.

Alertas o así

Qué envidia. Todo el mundo parece tener clarísimo lo del presunto aviso de la CIA —¿no sería la TIA de Mortadelo y Filemón?— sobre un inminente atentado en Las Ramblas. Y en el mismo viaje, se sabe al dedillo quién lo recibió, en qué términos y cómo se despachó o se dejó de despachar. “¡No hicieron nada para impedir la matanza porque solo piensan en el prusés!”, clama el unionismo hispanistaní desorejado. “¡Era una alertita de tres al cuarto, como las cien mil que se reciben cada día y que vaya usted a saber si sí o si no!”, se defienden los aludidos y asimilados, con el fotogénico major de los Mossos ejerciendo, faltaría más, como ofendidísimo portavoz, nunca se vio alguien devorado por su propia leyenda en menos tiempo.

La verdad, como en la serie de televisión que podría protagonizar el madero recién mentado, está ahí fuera. O las verdades, que a buen seguro hay varios hechos medianamente ciertos en el episodio. Ocurre, como tantas veces, que lo que realmente sucediera con la supuesta advertencia es lo de menos. Aquí lo que cuenta es la barricada en la que esté censado cada cual. De hecho, basta invertir los protagonistas y las circunstancias para comprobar que esto va de adhesiones a esta o aquella causa. ¿Qué se estaría diciendo si la alarma se hubiera recibido en la sede del CNI y las españolísimas policías la hubieran dejado en el limbo? No tengan ni la menor duda que exactamente lo mismo pero con los discursos y los papeles cambiados.

La desoladora moraleja reside en la enésima constatación de lo que aprendimos hace decenios: con este o con aquel terrorismo, las víctimas son apenas un adorno.

Franco ha vuelto a morir

#SaMataoPaco, caray con el gracejo… ¿español? En un segundo toda la indignación hirviente por una exposición (o así) en el Born de Barcelona sobre cómo las gastaba el bajito de Ferrol se torna en una torrentera de chistacos —tal se dice ahora— a cuenta del derribo y posterior (casi) desguazado de la estatua ecuestre y decapitada del dictador. Como estamos en la era de la imagen vírica, digo viral, las gracias venían pertinentemente ilustradas con vídeos y/o fotografías de la heroica gesta de los aguerridos partisanos que echaron abajo… lo que estaba puesto ahí justo para eso. Anda que no se notó cuando el concejal del ramo, en ausencia de la alcaldesa porque la nueva política también sabe de escaqueos, calificó como “comprensible” el final de la efigie del Sleepy Hollow cañí, también bautizado como El Caídillo por alguno de los activistas de la guasa.

Vamos, que todo se ha tratado de una performance de tomo y lomo. Quizá un tanto ida de madre en su desenlace, pero al fin y al cabo, con un propósito catárquico, que diría un psiquiatra argentino de los de estereotipo. 41 años después de su muerte en la cama (repito para despistados: en la cama), se hacía necesario el exorcismo postrero, el asesinato simbólico, el gesto final (ejem) empoderador, liberador y la hostia en verso, buah chaval.

Pues bravo bravísimo, pero déjenme anotar en uso de la libertad de expresión recobrada ahora que sabemos que Franco ha muerto de verdad de la buena, que tarde andamos. Si ya en los ochenta del siglo pasado era viejo el antifranquismo retrospectivo, en el año 16 del tercer milenio debería resultar extemporáneo.

La sociedad es la culpable

Aún estaban perorando los que saben a pies juntillas que la política migratoria es cuestión de abracitos de oso y terrones de azúcar, cuando se sumaron al jaleo los expertos en psicología infanto-juvenil. Llegaron juntos y revueltos los megafachas, los requeteprogres, y los de cuarto y mitad con sus teorías a cada cual más lisérgica para explicar por qué un criajo de trece abriles se había llevado por delante a un profesor de un machetazo y dejaba heridos a dos adolescentes y otros dos adultos. Se entiende, ojo, que explicar sin que quedara medio resquicio a la duda ni a lo que pudiera desvelar una investigación posterior. Y así empezaron los unos a señalar la letal influencia de los juegos del interné, los de rol, y las sanguinolientas series de televisión. Tres diapasones más arriba, hubo un componedor de perfiles de urgencia que llegó a verter algún grado de responsabilidad sobre Ardá Turán y Valentino Rossi, ídolos deportivos del asesino alevín.

A la recontra, el sector zen dictaminaba con total certeza que, como de costumbre, no había otra culpable que la alienante sociedad que inocula en los seminiños un vacío tan atroz que lo menos que pueden hacer, ¡pobres angelitos!, es liar una escabechina. Pero sin mala intención, ¿eh? Solo como forma poca elaborada de reclamar la atención de sus mayores. Una pena y tal, lo del cadáver y los cuatros heridos, fruto, en todo caso, de no haber profundizado lo suficiente en esa mano de santo que llaman educación en valores.

Tíldenme como equidistante, pero les aseguro que me siento a tantos años luz de las versiones edulcoradas que de las tremebundas.

Violentos pro-Sistema

Cualquier acto masivo, desde un congreso mundial de ursulinas a la junta general de accionistas del Mangante’s Bank, es susceptible de acabar a hostia limpia. Basta con que un puñado de los asistentes -mandados por alguien o, simplemente, llegados por su propio pie con ganas de bulla- repartan los primeros mamporros. A partir de ahí, se ponen en marcha la adrenalina, la confusión y todos los instintos primarios descritos en miles de manuales de psicología de las multitudes. En un titá, el mobiliario vuela por los aires y tipos que de a uno no son capaces de matar una hormiga mutan en Conan el bárbaro. Un puñado de cámaras registrando primeros planos de furia y captando el rugido de la marabunta completan el trabajo.

Ocurrió tal cual anteayer en Barcelona, con la propina de unos helicópteros rescatando a los buenos y hasta el detalle chusco de unos gañanes tratando de guindarle el perro-guía a un parlamentario ciego. Era de libro que un movimiento que tenía de los nervios a los amos del calabozo terminaría así. Fracasados los intentos de presentarlos como una turba de ingenuos que no tienen ni puta idea de lo que vale un peine democrático o como unos haraganes refractarios a la higiene, sólo quedaba el fácil recurso de retratarlos como una versión con rastas de las huestes de Atila.

¿Estoy dando pábulo a las teorías semiconspiratorias de los infiltrados policiales que encendieron el cirio? Hombre, que había unos madelmanes disfrazados de grotescos activistas es algo de lo que da fe Youtube. Pero no hay pruebas de que fueran ellos quienes empezaron la gresca. De hecho, no les hacía ninguna falta. Bastaba con dejar que actuaran los cuatro imbéciles que, sin otra ideología que buscar la boca, trashuman de lío en lío. ¡Si los conoceremos por aquí arriba! El llamado Sistema no tiene mejores aliados que esos antisistema de atrezzo. No los confundamos con quienes sólo piden que algo cambie.