Milonga del Popular

Lecciones sobre el (cruel) sistema financiero en un minuto. Aquí hay un banco, ahora ya no. Se lo ha comido, parece que por encargo, un banco mayor. Por un euro, qué pena no haberlo sabido, bromeamos los perplejos simples mortales. Bueno, no todos. A los accionistas no les hace ni puta gracia. Lo han palmado todo. ¿Todo? Hasta el último céntimo que tenían. ¿Y cómo es eso posible? Por lo que anotaba al principio: igual que dicen del fútbol los entrenadores parraplas, el capitalismo es así. Una veces se gana y otras se pierde. Ahora los aguerridos comentaristas de la cosa deben escoger el discurso para espolvorear en los eructaderos sociales. Unos dirán que así se jodan por codiciosos y por jugar a los tiburones. Otros, que es una injusticia que a los pobres les roben sus ahorros de toda la vida. Y los habrá que combinen ambas martingalas, según el público y las ganas de conseguir Likes o Retweets. Una fiesta, en cualquier caso, para esos bufetes de abogados que cada vez se pueden permitir campañas publicitarias más caras. Volvemos al comienzo: de eso justamente va el capitalismo.

Por lo demás, que me aspen si entiendo algo. No hace tanto, los mismos gurús de la bolsa que ahora pontifican que se veía venir juraban que el Popular era el banco ideal para meter una pasta, verla crecer y cobrar un goloso dividendo. Joder con los profetas. Y joder también con los test de estrés. Que Santa Lucía conserve la vista a los examinadores. Fuera de concurso, el ministro español de Economía, que hace un mes aseguraba que la entidad hostiada no tenía problemas de solvencia ni de liquidez. ¿Mentiroso o inepto? Todo.

MAFO y otros presuntos

Lo malo es acostumbrarse a los escándalos. Apenas si arqueamos una ceja cuando vemos dimitir en bloque a los miembros de la cúpula del Banco de España, sobre los que recae la sospecha de haber permitido que Bankia saliera a Bolsa sabiendo a ciencia cierta que era un chicharro infame. ¡Y si solo fueran ellos! La investigación judicial —cuánto más claro el nombre anterior: imputación— alcanza a quienes en el momento de la más que probable estafa ocupaban los puestos de mayor responsabilidad en la Comisión Nacional del Mercado de Valores y en la propia entidad (supuestamente) supervisora.

Casi nadie al aparato en ambos casos, pero especialmente en el segundo. Hablamos del hasta ahora todopoderoso e intocable máster del universo económico Miguel Ángel Fernández Ordóñez, más conocido por su petulante acrónimo, MAFO. La de veces que nos habremos ciscado en su parentela por haber propugnado bajadas de sueldos, aumentos de la jornada laboral u otras recetas neoesclavistas del pelo. Nombrado por el gobierno de José Luis Rodríguez Zapatero, no lo pasemos por alto.

Respecto a este sujeto y otros barandas y exbarandas de los máximos organismos financieros españoles, la Sección Tercera de la Sala de lo Penal de la Audiencia Nacional sostiene que poseían quintales de información del desastre que sobrevendría a la salida a bolsa de Bankia y que, aun así, hicieron la vista gorda. Calculando por lo bajo, además del quebranto a miles de accionistas y preferentistas, el fiasco rondó los 50.000 millones de euros que tuvimos que pagar a escote. Duele pensar que salir en los papeles sea todo el castigo que les espere.

Economía virtual

El jueves a las 12 del mediodía, tras entrar en caída libre, cada acción de Bankia llegó a valer 1,17 euros. Gracias a una mano mágica que empezó a intervenir —qué curioso— en el instante en el que todo olía a desplome imparable, los valores iniciaron una escalada vertiginosa que los llevaron a cerrar en 1,42. El viernes a las 11 de la mañana, con la carrerilla cogida, se pusieron en 1,90. Alguien que hubiera comprado mil títulos en el momento más bajo y se hubiera deshecho de ellos en el más alto se habría embolsado 730 euros… ¡en tan sólo 23 horas!

Como imaginan, quienes participan en estas timbas no se andan con minucias y operan con cantidades infinitamente mayores que la de mi pedestre ejemplo. Añádanle al beneficio, como poco, tres ceros. Y eso, sin contar que he tirado del supuesto más sencillo, el de la compra-venta limpia. Cualquiera que sepa cuatro cosas de la selva bursátil les puede explicar los endiablados mecanismos que permiten forrarse incluso cuando la cotización se desmorra y los titulares tocan a muerto.

Siento haberles conducido al borde del mareo, pero creo que es necesario tener presente esta parte de la tramoya que no nos suelen enseñar. El pastizal que ha ido a las buchacas de unos ventajistas escogidos no tiene la menor relación con la verdadera situación de Bankia. Por muy milagrero que sea Goirigolzarri, la entidad no puede pasar en un día del borde de la quiebra a ir viento en popa como sugiere la trepidante recuperación (casi un 50 por ciento) de su cotización. Una vez más, se le ha puesto precio al humo, que es con lo que se negocia ya casi exclusivamente en los temidos y temibles mercados. Aunque la especulación existe desde el primer trueque de la historia, ha sido en los últimos años cuando ha alcanzado su victoria definitiva y ha impuesto una economía virtual. En la real, la de los recortes sobre lo ya recortado, sólo vivimos los pringados.

Rescates

He probado leyendo, y nada. He probado preguntando, y tampoco. He probado imaginando, y ha sido divertido, aunque igualmente inútil. Arrojo, pues, la toalla y confieso enormemente avergonzado que no tengo ni la menor idea de cómo se rescata la economía de un Estado. Sí, claro, ya se que es cuestión de pasta -se “inyecta”, dicen- y hasta sospecho de dónde sale todo ese parné, que en realidad no son billetes, sino números con muchos ceros a la derecha. Donde me pierdo es en lo que pasa una vez que alguien toca el botón que da salida a todo ese chorro de dinero. ¿Llega a un número de cuenta? ¿Se reparte entre varios? ¿Y de ahí, a dónde va? Más importante: ¿Con eso se pasa el peligro? ¿Por cuánto tiempo?

Podría estar poniendo interrogantes hasta la columna del segundo martes del mes que viene, pero sospecho que sería un esfuerzo inútil. Cada gurú de la economía -eso ya lo he visto- tiene respuestas diferentes y contradictorias. El mismo sabio o la misma sabia, dependiendo de la hora del día y lo que marquen el Dow Jones, el Nikkei o el castizo Ibex, expedirán un diagnóstico o el contrario, argumentados ambos con idéntica convicción y siempre adornados con esa palabrería que al común de los mortales nos deja caras de vacas mirando al tren. Y ese es el drama, que el tren es el de la última película (o similar) de Tony Scott. Circula a toda mecha sin maquinista cargándose lo que encuentra a su paso. No se va a detener porque aquellos a los que votamos para que lo hicieran, no saben cómo frenarlo, aunque jamás lo confesarán. Por mal que vengan dadas, a ellos no les faltará la Visa Oro ni el chárter para ir a hacer footing a Seúl.

El capitalismo es historia

Desde el flanco izquierdo y en primera línea de peligro de ser arrollados, se le puede echar la culpa al malvado capitalismo. Tal vez sirva como pataleo para desfogarse, pero poco más. Ojalá el monstruo que nos devora el bolsillo se atuviera a las injustas pero comprensibles leyes de la plusvalía. Qué tiempos, aquellos en los que era tan fácil identificar al enemigo de clase.

Aquellos ricachos con sombrero de copa y frac lo eran porque comerciaban -o traficaban- con materias tangibles, contantes y sonantes. Y si invertían en bolsa, las acciones subían o bajaban siguiendo el ritmo real de negocios también reales. Hoy se compran y se venden números, puro humo. Ni siquiera sabemos quién pone el precio, pero sí que de tanto en tanto todo un Estado puede quedarse sin blanca para seguir jugando al Mononopoly. Y entonces, hay que rescatarlo, sea eso lo que sea