Una hostia bien dada

Confieso que todavía temo que acabe descubriéndose que el vídeo viral del repartidor que le calza una yoya a un tontolachorra con cámara que le vacila sea un montaje. Lo sentiría en el alma. Sin rubor proclamo que hacía mucho que no me dejaba tan buen cuerpo un producto audiovisual. Qué inmenso gustirrinín, asistir a esa bofetada cósmica ejecutada de modo sublime, marcando cada uno de los tiempos, como Aduriz cuando está de dulce. Ti-ta-tá, y el giliyoutuber se lleva en su jeta de gañán la huella justiciera del sopapo. Por primaveras. Por botarate. Por cenutrio. Y sobre todo, por buscarlo.

Si no saben de lo que hablo, lo que imagino casi imposible en estos tiempos de imágenes que se multiplican como los panes y los peces de la Biblia, pregunten, porque seguramente alguien a su lado tendrá una de las mil versiones de vídeo. Sin duda, la mejor es la que tiene menos ornamentos. La provocación del panoli con el insulto que acabará en el diccionario de la RAE —Cara anchoa—, la incredulidad al primer bote del currela, el inútil intento de contenerse, el cabreo llegando al punto de ebullición, los balbuceos acojonados del graciosete y, como apoteosis, la galleta en la jeró.

Como motivo de gozo añadido, la media docena de santurrones de pitiminí que han venido a afearnos la conducta con no sé qué vainas de la legitimación de la violencia. Qué derroche de moralina de quinta y, sobre todo, qué tremendo insulto a quienes son objeto de la violencia auténtica, cascarse el bienqueda cóctel de tocino y velocidad. Basta un gota de sentido común para entender que se trata, sin más, de una hostia ganada a pulso.

Rajoy da pena

Gol en la Nova Creu Alta: un imitador de Carles Puigdemont de una radio catalana atraviesa todos los (supuestos) filtros telefónicos de Moncloa y se la cuela hasta el corvejón a Mariano Rajoy. La gran sorpresa para este que escribe es que cuando esperaba reír a mandíbula batiente, terminé de escuchar la broma sin saber dónde meterme, en medio de un indescriptible estallido de vergüenza ajena y, para resumir, con una sensación de pena infinita. Sí, ya sé que los más duros del lugar me van a decir que ante el responsable último de toneladas de dolor no hay que tener la menor compasión. Diré en mi defensa que lo que describo no es a favor del objeto de la guasa, sino todo lo contrario. No creo que haya nada más demoledor para alguien que ir por el mundo inspirando lástima.

En ese estadío me temo que se encuentra ahora el otrora señor del rodillo, con Gardel poniéndole la banda sonora: cuesta abajo en la rodada. Su situación es tan triste que le confiesa sin rubor al falso Puigdemont que tiene la agenda “muy despejada”. ¡En unas semanas que deberían ser frenéticas para quien se supone que está en el trance de ser conminado a formar gobierno! Quizá lo será hoy mismo, pero nadie nos va a quitar la sospecha de que ocurrirá a la fuerza. Ni media hora antes de hacerse pública la chufla de que fue objeto, no había esquina opinativa en la que no se le diera por definitivamente amortizado, en esta ocasión, a los acordes de Yira Yira, con otros —Sánchez o Soraya, según— probándose en sus mismas narices la ropa que va a dejar. Y, con todo, añadiría que no se confíen. No sería la primera vez que resucita.