Aflicciones balompédicas

Para ser cada vez menos futbolero, he de reconocer que el Mundial de Rusia me está resultando verdaderamente entretenido. Entre la novedad del VAR, los invitados inesperados y media docena de detallitos más, se echa uno las tardes tan ricamente, lejos de los quebraderos del día a día. Sí, de acuerdo, me dejaba el que hasta el domingo ha sido uno de los principales alicientes: seguir las peripecias entre psicodélicas, psicotrópicas y psicodramáticas de la selección española. Y ojo, no piensen lo que no es, porque hace ya muchos años que pasé ese sarampión infantil de ir sistemáticamente con quienes se enfrentaran al combinado hispano. De hecho, aun teniendo a muchísimos amigos y personas muy queridas entre los tocados por ese vicio menor, no puedo evitar flipar en cuadrafonía al ver a progres del recopón y pico tifando por democracias del carajo como Irán o, mismamente, Marruecos.

En realidad —y me voy acercando a lo que quería contarles—, los que obran así no son demasiado diferentes de los de enfrente, es decir, los ciclotímicos forofos de la rojigualda. Quizá exagero, pero en sus cambiantes reacciones ante las victorias y las derrotas se diría que hay un retrato no diré que de un país (porque sería injusto), pero sí de un cierto paisanaje. Han pasado de la exaltación ciega de los héroes a la demonización biliosa de los convertidos en villanos. Y si eso se ha visto a pie de barra de bar, de andamio o de mesa de oficina, el fenómeno ha sido especialmente descarado entre mis compañeros de oficio. Los hasta anteayer cantores de gesta se ciscan en las muelas de los ídolos caídos. Como les digo, es muy divertido.

De Génova a Sicilia

Tres hurras por el guionista del psicodrama. O cuatro, qué narices, porque lo de atizar el acuerdo presupuestario —¡Gol en la Condomina!— en medio de la polvareda cifuentil ha sido el remate pintiparado a la trama lisérgica de un día para la histeria, que no para la Historia. La pena, en lo que me toca, es que atrasa la columna de rigor, esa en la que explicaré una vez más lo que va de predicar a dar trigo o la diferencia entre cazar pancartas y llevar al BOE un poquito de lo que se pide con toda justicia en la calle. Déjenme que presuma de haber avanzado en mi última homilía algo de lo que ocurrió.

Y ya que nos ponemos, dado que tantas otras veces mis vaticinios han devenido en vergonzosos fiascos, anotaré también que en estas mismas líneas publiqué un epitafio a cuenta de la hasta hace nada gran esperanza blanca del PP. Es verdad que en este caso, el mérito era tirando a justo, porque la mengana olía a fiambre a millas, pero que hablen ahora los que porfiaban contra toda evidencia que la individua llegaría a agotar la legislatura.

Sí reconozco humildemente que lo último que me imaginaba es que la puntilla sería un bochornoso vídeo de la doña afanando unos potingues en un Eroski de Vallecas hace siete años. Con zapatos de Prada, como describió la dependienta que le echó el ojo. El primer aprendizaje es que un choriceo menor es más eficaz para acabar con una carrera política que una rapiña multimillonaria. El segundo y más importante es comprobar que si la izquierda es cainita, como decíamos ante el enredo bobo de Podemos en Madrid, la derecha española es directamente corleonesca. Capisci, Cristina?

PSOE, suicidio transparente

Habrá que empezar reconociéndole al PSOE que de lo suyo gasta. Es muy libre de desangrarse ritualmente en público y, por supuesto, de presumir del ejercicio de transparencia y democracia interna que supone la apertura en canal con luz y taquígrafos. Al César lo que es del César: hasta la fecha no habíamos asistido al harakiri de una formación política a razón de un militante, una cuchillada, digo un voto. Ni la autolisis de la UCD ni las mil y una refriegas cainitas que demediaron sucesivamente el PCE y sus coaliciones supervivientes han atendido a tan elevado principio. No mentirá un epitafio que diga: “Nos fuimos al carajo por nuestro propio pie”. Si nos ponemos líricos, sería una hermosa forma de morir. El peligro de tan encomiable gesto es, paradójicamente, fallar con el estoque y, en lugar de un cadáver lustroso a la par que heroico, dejar un organismo malherido que se arrastre por las contiendas electorales inspirando compasión.

Añado, para no contradecir lo que escribí hace unos días, que siempre cabe aguardar el milagro de último segundo que tantas veces se ha dado en los 135 años de historia de un partido que, además de la del puño, ha llevado otra flor en el tafanario o, dicho en menos fino, en el culo. A la espera del desenlace, quienes no llevamos ni arte ni parte en la cuita pondremos a prueba desde la barrera nuestra capacidad de asombro. Hasta este instante hemos visto cómo un candidato totalmente desconocido hace un mes —Pedro Sánchez— casi duplica en avales (y le gana en su casa) a otro —Madina— que sale todos los días en la tele. Y tiene mucha pinta de ser solamente el principio.