Contra el acoso escolar, nada

Tenemos tantos frentes abiertos, que ayer se nos fue casi de puntillas el día internacional contra el acoso escolar. Siento decir que tampoco nos perdimos nada más allá de proclamillas de aluvión y rasgados de vestiduras de acuerdo a coreografías repetidas hasta la saciedad. Como nos ocurre con tantas injusticias intolerables, en el caso de los matones alevines que siembran el terror en los centros escolares, se nos va la fuerza por la boca. Somos la releche a la hora de denunciarlo con lemas resultones o con vídeos chachiguais como ese del Atlético de Madrid que, en realidad, debería darnos vergüenza porque nos presenta a un machito fortachón saliendo al rescate de la atribulada y atolondrada víctima.

Luego, nos medimos con los hechos contantes y sonantes, y nos encontramos con que en las aulas, los pasillos, el patio y/o el camino a la ikastola o el colegio hay chavalas y chavales que son sometidos a humillaciones físicas y sicológicas sin cuento por sus iguales. O algo más terrible todavía, pero desgraciadamente revelador: no pocas de esas criaturas hostigadas buscan a su alrededor congéneres más débiles y les hacen objeto de las mismas tropelías que sufren. Es un bucle infinito perverso que, por lo visto, no hay modo de cortar, por más protocolos requetemolones que importemos de los mitificados países nórdicos, allá donde el acoso no solo no se ha erradicado sino que se ha ido perfeccionando hasta la barbarie indecible. Supongo, claro, que ante un problema sin solución (o al que hay que tener coraje para buscársela) es más fácil hacer como que se hace y, en lo práctico, mirar hacia otro lado.

Y a pesar de todo

Parece que al final no fue para tanto. Nadie que votara el domingo puede decir que se expusiera a un peligro mayor que entrar al súper —no pongo el ejemplo del vermú, que los guardianes de lo correcto me crujen— a comprar un paquete de macarrones. Pena de desmemoria impetuosa, muy pronto habremos olvidado los quintales de guano en que estuvieron envueltas nuestras primeras (y espero que últimas) elecciones de la pandemia. Al punto de que los campeones galácticos de la democracia hicieron todo lo posible primero por impedirlas, y después, por propagar el pánico para que la gente menos militante se quedara en casa. Eso último, para nuestra pena y nuestra vergüenza, lo consiguieron.

Se diría incluso que a alguna de las banderías que jugó tal baza le salió bien la vaina. O, bueno, medio bien, que aunque últimamente se haya convertido en moda celebrar los meritorios subcampeonatos, el algodón no engaña. Todavía, 100.000 votos de diferencia, con la peste, Zaldibar, Osakidetza, De Miguel, la muerte de Manolete y lo que te rondaré, moreno. Yo sí me acuerdo de cuando la hegemonía era pan comido en 2014. Eso, sin pasar por alto las paradojas o quizá las parajodas de las urnas. De qué te vale un resultado extraordinario si enfrente hay, salvo chaladura inmensa, una mayoría absoluta que te hace prescindible.

Camisetas negras

Asisto con perplejidad creciente al lanzamiento e inmediata difusión masiva —viralización se dice ahora— de una lisérgica campaña para que las mujeres vistan camiseta negra en el txupinazo de los sanfermines de este año. La primera en la frente, el mensaje espolvoreado por toneladas sitúa el lanzamiento del cohete inaugural de la fiesta el 7 de julio, lo que da una idea del gran conocimiento de causa de quien quiera que alumbrara la propuesta… y de las miles de personas que se lanzaron en plancha a rebotarla. Es verdad que alguien debió de caer en la cuenta de la cantada, y se puso circular una segunda versión corregida, aunque todavía anda por ahí la anterior, avalada por lo más granado de la inteligentsia progresí.

No dudo de la buena intención que ha movido a muchísimas mujeres y no pocos hombres a secundar lo que pretende ser una protesta por las agresiones machistas y, supongo que más en concreto, por las últimas decisiones judiciales al respecto. Desde luego, como iniciativa es bastante más presentable que otra que también ha rulado por ahí y que consiste directamente en llamar a no acudir a Iruña. Ambas propuestas comparten, en cualquier caso, el tufillo de la superioridad moral entreverada de osada ignorancia y unos toques de falta de respeto hacia una ciudad que ha demostrado que lleva la delantera en concienciación y denuncia de las agresiones sexistas. Por eso mismo, y aunque la coartada sea que la repercusión de las fiestas de la capital navarra multiplicaría la potencia de la acción, sería radicalmente injusto hacer que queden asociadas en todo el mundo con la tolerancia hacia los agresores.

No basta con palabras

Una vez más, y pierdo la cuenta de las que van, lo sorprendente es que nos sorprenda. ¿Cómo puede ser que siga habiendo agresiones sexuales en las fiestas con lo bien que nos quedan los lemas, los avatares, las manitas rojas o las huellas moradas? ¿Por qué misterio insondable los agresores no se detienen en seco ante nuestras contundentes e inequívocas requisitorias? ¿De qué mecanismo demoníaco se sirven los violadores para evitar que hagan mella en ellos las formidables concentraciones, marchas, movilizaciones o lo que sea en que les dejamos claro clarito que No es No, que ojo al cristo que es de plata y que a ver si vamos a tenerla?

Me canso de escribirlo. Supongo que no están de más las bienintencionadas campañas, las coloristas y hasta multitudinarias salidas a la calle o las diferentes expresiones públicas de rechazo a los depredadores. Pero mal vamos si nos persuadimos de que una pegatina o un pin son el remedio. Y me temo que en esas andamos. Basta ver cómo en Sanfermines o en cualquier otra fiesta todo este material se reparte y se recibe como si fueran estampitas de la Virgen de los Remedios para combatir el flato.

Se diría que se busca —y tristemente, se consigue— un efecto balsámico sobre las conciencias. No pongo la palabra por casualidad, pues de ella deriva otra que se repite machaconamente, también a modo de exorcismo: concienciación. Que sí, que cada vez estamos más concienciadas y concienciados. ¿Quiénes? Pues las personas que jamás de los jamases forzaríamos a una mujer ni justificaríamos a quienes lo hacen. Tendríamos que actuar, y no exactamente con palabras, sobre esos tipejos.

Escandalizarse

Venga, vamos a escandalizarnos. Pero todos y por todo. Por los penes y las vulvas. Por el autobús contra lo de los penes y las vulvas. Porque lo retiran. Porque vuelve a circular con un par de parches en forma de signos de interrogación. Por la virgen drag del carnaval de Las Palmas. Porque un obispo bocabuzón dice que le duele más lo anterior que un accidente de aviación con 154 muertos. Por el antiespañolismo pueril que destila un programa de televisión emitido un mes atrás. Por el antivasquismo regüeldón de las reacciones correspondientes. Por lo estomagante de las defensas a escuadra de los que aparecían en el mentado programa, que en realidad nadie ha visto entero. Por la cerrilidad de los que aprovechan el río revuelto para llamar al boicot a una película en la que sale tres minutos una de las actrices que figuraba en los recortes del espacio señalado. Por la cobardía sin límites con que la productora del filme —¡y sus compañeros de reparto!— ponen a los pies de los caballos a la actriz para que los bienpensantes retiren el boicot. Porque esa actitud cagueta genera el llamamiento a un nuevo boicot en la contraparte. Por…

Escojan una o varias de las posibilidades. O las muchísimas que me han quedado sin inventariar. Será por motivos para encorajinarse. Y luego, si tienen medio rato, reflexionen sobre los parecidos y las diferencias entre lo que provoca los diferentes vertidos de bilis y las consiguientes alineaciones a favor o en contra. Como harán trampa, igual que yo mismo, las suyas siempre serán la causas razonables. El odio, faltaría más, lo siembran de forma invariable los de enfrente.

¿Hasta cuándo, Errejón?

En mala hora Iñigo Errejón quedó a dos puntos y medio del líder supremo en la votación interna de la semana pasada. Lo suyo era palmar por goleada, siguiendo el pronóstico general, por mucho que ahora salgan Nostradamus retrospectivos a proclamar que lo veían venir. El severo correctivo previsto habría dejado al número dos de Podemos como el Pepito Grillo de tamaño pin o llavero que Pablo quiere. Siempre que esté claro que el macho alfa es él —a Vistalegre I nos remitimos; la terminología es suya—, Iglesias está dispuesto a permitir una disidencia de bolsillo que le sirva a un tiempo para vender la imagen de la deseable pluralidad y como escupidera. Insisto en pedirles que repasen los presuntos “debates en abierto” para comprobar el reparto de papeles: el de la coleta da, el de las gafas recibe.

Pero de pronto, cuando las propuestas —que en realidad, son los nombres— se someten al escrutinio anónimo de los militantes (o como se llamen), David está a punto de dejar grogui a Goliath. De hecho, a efectos prácticos, lo hace. Casi todos leemos la derrota por la mínima como una victoria. También parece verosímil pensar que muchos de los votos no vienen solo de errejonistas sino de antipablistas. Se revela la toxicidad del kaiser morado y sus adláteres: producen damnificados a un ritmo endiablado.

Ahí es donde cobra sentido lo de la mala hora que anotaba al principio. El jijíjajá se va tornando en purga inminente. Los palmeros de Pablo, empezando por Echenique, se lanzan a Twitter bajo el lema #AsíNoIñigo. El pelo de la dehesa estalinista. ¿Hasta cuándo seguirá bajando la testuz el señalado como traidor?

Urquijo a la carga

Aunque la izquierda abertzale ha demostrado sobradamente su pericia para la comunicación política, su mejor propagandista no forma parte —que sepamos, vaya— del equipo creativo oficial. No hay lema, serie de carteles, buzoneo ni viral en redes sociales que iguale la eficacia de unas palabras desabridas del virrey ahora en funciones, Carlos Urquijo. La ardorosa obstinación con que el comisionado de Madrid se entrega al proselitismo involuntario es digna de tesis doctoral, no se sabe si de psiquiatría o de veterinaria. O quizá de física de los materiales, porque hace falta ser duro de mollera para no haber comprobado a estas alturas que sus intentos demonizadores surten exactamente el efecto contrario al que busca.

Inasequible al desaliento, su penúltima cruzada pretende alimentar una reacción social [sic] en la pecaminosa Vasconia que impida que Arnaldo Otegi sea designado candidato a lehendakari por EH Bildu. Por fortuna, esta vez no lo hace a base de oficio acusica ante la fiscalía para que esta luego mande a los guardias, sino a través de su blog personal, lo que le da un toque de extravagancia añadida.

Más Rompetechos que Don Quijote, se lanza ciego contra tal molino de viento, armado de las soflamillas de rigor, entre las que destaca, por rancia y cansina a estas alturas de la liga, la imputación de complicidad de no se sabe qué a la ciudadanía vasca. “¿Qué tipo de sociedad narcotizada frente al terror se ha ido construyendo para no poner el grito en el cielo ante esta provocación?”, se echa las manos a las cabeza el Cicerón de Laudio en su catilinaria de andar por casa. Todo un personaje.