Como en Quebec

Confieso que al principio no reparé en el titular. Al ver la foto de Pedro Sánchez junto al pimpollo Justin Trudeau, mis ojos se posaron en los calcetines tope-fashion del primer ministro canadiense. Y luego, ya sí, me pegué de bruces con un enunciado que me rompió la cintura. El presidente español había dicho que la gestión de la cuestión de Quebec era un buen ejemplo de cómo la empatía podía rebajar tensiones en política. ¡Manda carajo! Lustros dejándonos la garganta clamando que, con sus mil y un matices, ahí había un buen espejo donde mirarse, y ahora resulta que el que se cae del guindo es el inquilino accidental —o incidental, no sé— de Moncloa. Fíjense los encabronamientos innecesarios que nos habríamos ahorrado si en su día, hace ni se sabe cuántos plenilunios, se hubiera aplicado el cuento de aquellos lares.

Y lo más probable es que tanto en el caso catalán como, desde luego, en el nuestro, el resultado habría sido similar. Llegados a la urnas, como también pasó en Escocia, habría habido frenazo y marcha atrás. O no, de acuerdo, eso no lo sabemos… ni me temo que lo sepamos porque las palabras de Sánchez son puros fuegos de artificio, una retahíla soltada al aire a ver qué pasa, para inmediatamente ser desmentida o matizada hasta convertir la declaración en exactamente lo opuesto. Es la receta que nos están sirviendo cada rato los nuevos mandarines, que como te dicen esto, te dicen aquello. Casi sin solución de continuidad y, mucho me temo, sin más intención que la de seguir conservando una jornada más la vara de mando obtenida de carambola. Ciento y pico días, de momento. ¿Y mañana? Ya se verá.

‘No’ es… abstención

Enorme estreno ante las alcachofas de la recién investida (la que lo sigue lo consigue) portavoz del ¿neo? PSOE en el Congreso de los Diputados, Margarita Robles. Para que digan del defenestrado e indultado Antonio Hernando, en la misma mañana, la jueza a tiempo parcial dijo tres cosas diferentes sobre la postura de su grupo respecto al traído y llevado CETA. Primero, que no, porque el tratado es súper-mega-maxi de derechas y, como es sabido, su partido ahora es la vanguardia obrera rediviva. Luego, que ya se vería, que tampoco había tanta prisa y no era cuestión baladí, blablablá. Y por fin, tras recibir el guasap correspondiente del re-ungido Secretario general, que bueno, que igual, a lo mejor ya si eso, se decantarían por la abstención.

¡Sí, por la abstención! Hasta el menos sutil olió la ironía. Tanto dar la brasa con el NoEsNo, para salir por esa petenera. Porque aquí, idiotas, los justos. A todos, empezando por Iglesias Turrión, nos da el cacumen para notar que, a efectos prácticos, la abstención asegura que se apruebe el convenio con Canadá. Como con la plurinacionalidad monosoberana y la alianza materialmente imposible con Podemos y Ciudadanos para echar a Rajoy, Pedro Sánchez juega triple en la quiniela. Y es verdad que, como sabemos por experiencias recientes y cercanas, la política permite ir a setas y a Rolex o frenar y acelerar al mismo tiempo, pero si te recreas en la suerte, el sopapo es inevitable. Diría uno que los que le dieron su voto en las primarias creyendo sinceramente que por fin iba a tomar las riendas con la mano izquierda tienen que andar un tanto perplejos. O quizá no.