Pancarteros impunes

El mismo día en que el Sadar guardaba un minuto de silencio y expresaba su rechazo por el último asesinato machista en Navarra, en los graderíos rojillos unos aficionados del Sevilla exhibían una pancarta en apoyo del presunto violador y probado tipejo que atiende por los alias Joselito el Gordo o El Prenda. Con nauseabundo desparpajo, se homenajeaba al considerado líder de una reata de mastuerzos entrullados preventivamente como sospechosos de una brutal agresión sexual en grupo cometida en los últimos Sanfermines. El vomitivo trapo permaneció desde antes del pitido inicial y hasta el final del encuentro en el lugar donde lo había plantado un desalmado hincha hispalense. Eso, pese a que su presencia había sido detectada y denunciada por varios espectadores en las mismas redes sociales donde se multiplicaban los mensajes de ánimo y simpatía hacia el tal Prenda o Gordo, al que se identificaba como “uno de los nuestros”.

Pero hemos de estar tranquilos. La muy diligente delegada del gobierno español en la Comunidad foral ya ha tomado cartas en el asunto. Ha dado instrucciones a la policía nacional —¡uauh!— para que elabore un informe —¡iepa!— al respecto y, si procede, lo traslade a… ¿LaFiscalía General del Estado? ¿La de la Audiencia Nacional? ¿La de Navarra, siquiera? Qué va. Confórmense con la Comisión Antiviolencia del Deporte español, chiringuito tan pomposo de nombre como absolutamente ineficaz en cuanto a hechos. Apuesten a que todo quedará en un encogimiento de hombros bajo alguna estúpida excusa. A nadie se le escapa que las ofensas que se castigan, incluso con cárcel, son de otra clase.

Memoria de Mikel Zabalza

Curioso ganapán, el de delegado o delegada del Gobierno español en las taifas peninsulares del café aguado para todos. Miren la que acaba de liar la que ejerce en Madrid a cuenta de la estelada. Del virrey en la demarcación autonómica de Vasconia, Suecencia Urquijo, qué les voy a contar; como aquel viejo eslogan del cupón de la ONCE: cada día, un numerito. Y no pierde comba en el concurso de hacer la gapuchipez más gorda la titular de la prefectura patria en el cachito foral, Carmen Alba.

“Ya estoy acostumbrada a que me reprueben y pidan mi dimisión”, se refocilaba hace unos días la que lleva como apellido cierto ducado de infame recuerdo. Razón no le falta, a ella plin, así que, sin dejar de sumarme a la inútil petición de que se las pire de una vez, le muestro mi gratitud en estas líneas. Sí, lo que leen: gratitud. Su infinita torpeza —seguramente malvada, por demás— al relacionar con ETA a Mikel Zabalza en el tristemente célebre requirimiento para que se borrase la pintada de Aoiz contra la tortura ha servido para sacar del olvido uno de los más truculentos crímenes cometidos en las cloacas del Estado español.

Invito a los lectores más jóvenes a documentarse sobre el caso. Más de 30 años después, los mismos que berrean sobre la asunción del daño causado y nos dan lecciones de memoria, siguen sin tener los bemoles de reconocer como víctima a un inocente al que sacaron de su casa de madrugada, lo llevaron a Itxaurrondo para inflarlo a hostias, y apareció 20 días más tarde en una zona del río Bidasoa que ya se había rastreado. ¿Cómo era la cantinela de la verdad, la justicia y la reparación?