El destape… otra vez

¡Anda! Pues igual va a ser verdad lo de la segunda (o nueva, según gustos terminológicos) transición. Como ocurrió en aquella, triunfa el destape. En su versión más cutre y caspurienta, además, la que lleva de serie un mar de babas de salidillos vergonzantes. Sí, y la que resulta impepinablemente eficaz, como demuestran los aumentos consecutivos de audiencia televisiva de las campanadas presentadas por ese trozo de carne apellidado Pedroche.

Lo que nos vamos a descongojar cuando la sujeta, que presume de actuar en uso de su libertad individual y sin que nadie se lo mande —faltaría más—, venga a convencernos de que ella es más que un cuerpo bonito. Un argumento tan original como su propio atuendo de las nocheviejas de autos. Ocurre que otra vez nos falla la memoria histórica, en este caso, la de baja intensidad. Esas transparencias con brillantitos estratégicamente situados son las mismas con las que pregonaban su mercancía hace casi cuarenta años María José Cantudo, Victoria Vera, Bárbara Rey o, entre otras, Ágata Lys, que por cierto, estudió Filosofía y Letras en Valladolid.

No, miren, ya me conocen. Yo no voy a salir con el heteropatriarcado, el imperativo del empoderamiento o demás quincallería verbal retroprogre. Tampoco, como hacen desde enfrente los ensotanados que se ponen verracos por lo bajini, con la milonga de la sociedad enferma y la pérdida de valores. Por descontado, no me haré el escandalizado, porque no veo materia. Me limito a constatar unos hechos que se repiten en bucle cansinamente y a anotar al margen una frase que oigo mucho: en España se vota como se ve la televisión.

Mediocres sin carné

Sólo hay algo peor que un incompetente con carné: un incompetente sin carné. Por algún extraño síndrome, los presuntos independientes captados para cualquier secta gobernante acaban siendo más hooligans de las siglas en que no militan que el más furibundo de los aparateros. Mi teoría es que buscan compensar una ineptitud cada vez más clamorosa —incluso para quien les regaló la cartera— exagerando la nota de su adhesión hasta convertirla en ceguera. El torpón a secas que fue reclutado se transforma en un zote adicto a la causa..

La Nueva Lakua en creciente numantinización es el ejemplo canónico de esta letal combinación de impericia innata con forofismo sobrevenido. Se libra, y únicamente porque ha permanecido en la clandestinidad desde que fue nombrado, el consejero Unda, al que hay que buscar en google para recordar que su nombre de pila es Bernabé y que el departamento en que se oculta es el de Industria. Los otros no paganos de cuotas no han sido tan hábiles en el escaqueo. A ver quién esconde el destrozo que ha hecho Bengoa en la sanidad vasca o la escabechina de Blanca Urgell en la cultura en general y en los medios de comunicación públicos en particular, con la ayuda en este caso de otro supuesto no alineado que atiende por Alberto Surio.

Cierto, me dejo uno, que en realidad es el que ha dado pie a esta columna porque es un ejemplar de incapaz entusiasta de laboratorio. Si los anteriores venían precedidos de media migaja de pedigrí, Carlos Aguirre llegó totalmente exento de hechos relevantes y como quinta o sexta opción para su puesto. Además de por pifiar escandalosamente una tras otra cada previsión, su paso por Economía se recordará por haber tomado una deuda de 492 millones de euros y elevarla (de momento) hasta los 6.798 millones. Y tiene el cuajo de afirmar que “este Gobierno gestiona mejor que cualquiera de los anteriores”. La mediocridad es una forma de fanatismo.

Operación Contador

Algo huele a podrido en el giro copernicano que ha dado el caso Contador. De la noche a la mañana, Pedro J. Ramírez acoge en su regazo al candidato a casi seguro juguete roto, le quita la roña en dos o tres portadas de El Mundo con editorial adosado, lo presenta como mártir en el Marca (que también es suyo), le regala una presencia estelar en su canal de la TDT, y las afiladas lanzas se van volviendo inofensivas cañas. Hasta el presidente del Gobierno español y -para no ser menos- Mariano Rajoy claman públicamente por su inocencia y, como si no hubiera problemas más sangrantes, se explayan sobre la injusticia presuntamente cometida con el pedaleador. En esas llega la Federación española de ciclismo, se hace un puro con la sanción de dos años propuesta por la que creíamos todopoderosa UCI, y el de Pinto se vuelve a subir a la bici tan ricamente, previa nueva entrevista exclusiva en Cope, actual aliada mediática de su padrino con tirantes.

Querrán luego que no criminalicemos -también en este ámbito se emplea el dichoso verbo- el ciclismo y que confiemos con los ojos cerrados en la lucha de sus estamentos por la limpieza del deporte. Eso, los caciquillos (chupópteros, diría García) que viven como marajás de clásica en clásica y de criterium en criterium. Los otros, los políticos y los prohombres de la comunicación, pretenderán hacernos tragar que no ha habido trato de favor con el gladiador que con sus triunfos ha engordado el patrioterismo cañí. Habrían actuado igual con un pobre globero de los que quedan a siete horas en la general. Tararí. Nos han venido a decir, en realidad, que se pasan al Barón de Coubertain por la axila y que les importa media higa que las medallas que se cuelgan cual si ellos también hubieran subido el Tourmalet se hayan conseguido de forma más que sospechosa.

Que legalicen el dopaje

Después de esto, creo que la actitud más honesta sería legalizar y hasta promover el dopaje como sana práctica competitiva que, de propina, redundaría en beneficio del espectáculo. Además de ver a los txirridularis coronar los puertos como sputniks, cada media docena de etapas habría alguno que palmaría entre espasmos porque a su médico se le había ido la mano con la EPO. Y para el avituallamiento, claro, chuletones de Irun bien inyectados de clembuterol. Esto último, lo sé, no tiene ninguna gracia, pero no se me ocurre otra forma de no tomarme a la tremenda lo que los que han absuelto a Contador han dado por bueno: las carnicerías de por aquí arriba son como los coffeshops de Amsterdam.