Lo de Llarena es algo personal

El juez Llarena insiste una y otra vez en levantar infructuosamente las tapas del yogur judicial europeo. “Siga jugando, hay muchos premios”, le dicen sin cesar desde las más variadas magistraturas europeas. Pero el contumaz togado no saca ni media pedrea. Todo lo que cosecha son encogimientos de hombros, miradas de perplejidad, desplantes y, en alguna que otra ocasión, tirones de orejas. El más reciente de los reveses, adelantado incluso por los que sabemos lo justito o casi nada de Derecho, lo confirmó ayer el tribunal de apelación de Sassari, en Cerdeña, que dejó en suspenso el procedimiento de entrega del escurridizo expresident Carles Puigdemont hasta que la Justicia de la Unión Europea resuelva las dos causas pendientes sobre su inmunidad por su condición de Europarlamentario. De nuevo, no se han decretado medidas cautelares, por lo cual, Puigdemont ha vuelto a Bruselas y con él, los exconsellers Clara Ponsatí y Toni Comín, a los que se llevó de acompañantes a la vista en la localidad sarda. Fue el colmo del recochineo del líder de Junts. El Tribunal Supremo español mordió el anzuelo, pidió su detención a las autoridades italianas y, en fin, firmó otro ridículo clamoroso.

El resumen de lo sucedido es que la Justicia hispanístaní ha vuelto a quedar en evidencia. Y no solo eso: todo lo que ha conseguido es devolver a Carles Puigdemont a los titulares, y además, en el papel de víctima injustamente perseguida. Lo peor es que no podemos albergar la menor esperanza de que el justiciero Llarena y sus colegas depongan su actitud. La cuestión se ha convertido, incluso trascendiendo lo ideológico, en algo personal.

Felipe VI firmará los indultos

A falta de entretenederas de más fuste, y una vez que parece asumido que habrá indultos a los dirigentes soberanistas catalanes, al fondo a la derecha se han sacado de la sobaquera una nueva bronca de diseño. Va, precisamente, de si Felipe de Borbón debería negarse a firmar las medidas de gracia. Vendría a ser un remedo de la abdicación por un día del meapilas Balduino de Bélgica para evitar firmar la ley del aborto en su país. Eso, claro, en la versión más suave, pues no son pocos los ultramontanos que le están insinuando a su muy preparada majestad que debería ponerse farruco y romper los papeles cuando se los lleve a firmar Pedro Sánchez. Se correspondería tal actitud con la que mostró el hijo de Juan Carlos en el glorificado discurso del 3 de octubre de 2017. Pero pueden esperar sentados porque tal circunstancia no se va a dar.

Lo que más saborcillo le aporta a esta polémica de nada entre dos platos es que suspuestamente ha provocado el enfrentamoento entre el presidente del PP, Pablo Casado, y la pujante supernova de la derecha, Isabel Díaz Ayuso. Como ella misma ha dicho con su desparpajo habitual, su postura al respecto (la de la insumisión del monarca) es la misma que la de Casado. Otra cosa es que él, aspirante al principado del centroderecha, no se atreva a decirlo con la misma claridad. Y mucho menos, si los correveidiles del Palacio de la Zarzuela andan por ahí haciéndose los ofendidos porque la presidenta de Madrid ha puesto en evidencia a su señorito, al que, como digo arriba, nada le va a librar del trago de rubricar de su puño y letra la salida de prisión de los políticos a los que él mismo instó a perseguir.

Tic, tac, Catalunya

No gana uno para cuentas atrás. 96 días para la inmunidad de rebaño que Sánchez nos va telegrafiando desde el lunes y 12 para que la carroza catalana se convierta en calabaza y haya que convocar nuevas elecciones. Tocarían, por cierto, en julio, como las de la CAV de hace un año, aunque en este caso, con un pelín más de fatiga pandémica y de urnas, porque las anteriores fueron hace justo tres meses, el 14 de febrero.

¡Ay, el procés, y nosotros, que lo quisimos tanto! Cada vez me siento más incapaz de disimular el hastío, especialmente, ante mis queridos amigos, los procesistas locales de salón, que encontraron allá al nordeste de la península lo que no tenían en casa y se hicieron devotos. Me da hasta pena preguntarles qué piensan de los sucesores del multienmarronado Pujol gritando ante la sede de Esquerra “¡Junqueras, traidor, púdrete en prisión!”. Cierto: ahora que lo pienso, era el partido de vuelta de aquellas 155 monedas de plata de Rufián que fueron las que obraron el milagro de la conversión de Puigdemont de piernas institucionalista en líder carismático del soberanismo fetén.

Todo muy bien, si no fuera porque el unionismo español que muerde el polvo una y otra vez cuando se llama a votar, se está escogorciando de la risa ante la bronca sin cuartel por la hegemonía del independentismo.

Mientras, en Catalunya…

Pere Aragonés, aspirante de ERC a presidir el Govern de Catalunya, acaba de morder el polvo por segunda vez. Como el viernes pasado, su intento de ser investido ha embarrancado… y no precisamente por culpa de los malvados unionistas. Qué va. De nuevo ha sido el presunto fuego amigo el que le ha impedido cosechar los votos necesarios para saltar a la próxima pantalla, que es la toma de posesión y la inmediata formación de un ejecutivo que, además de enfilar hacia la ansiada república, ha de solucionar los muchos y urgentes problemas de la ciudadanía catalana.

En una muestra de indescriptible cinismo, los causantes del bloqueo quitan hierro al asunto diciendo que todavía hay dos meses para llegar a un acuerdo. Vamos, que Carles Puigdemont aprieta pero no ahoga. Solo está jugando sus bazas como perdedor de la batalla por la hegemonía soberanista. Para goce y disfrute de la caverna hispana, que asiste complacidísima al espectáculo, el ya ex president expatriado está contribuyendo a conseguir lo que no pudieron ni los piolines ni el 155. Este es el punto y la hora en que por un quítame allá esos egos, esos oropeles y —por qué no decirlo— ese pastizal que cuesta mantener la presidencia paralela y no votada, el procés está en vía muerta y sin más visos que seguir dando vueltas en círculo. Una pena.

La caza de Puigdemont

No deja de sorprenderme la algarabía con la que los defensores irreductibles de la nación española han recibido el levantamiento de la inmunidad de Puigdemont, Ponsatí y Comin en el Parlamento Europeo. Se diría que ya dan por extraditados, juzgados y condenados a los tres políticos soberanistas, especialmente al primero. Y es perfectamente comprensible que, después de incontables expectativas de captura defraudadas, le tengan tantas ganas, pero hasta ellos mismos saben que es demasiado pronto para vender la piel del irredento president expatriado. No es casualidad que junto a sus aleluyas de celebración, estén lanzando todo tipo de sapos y culebras sobre Bélgica en general y la Justicia belga en particular. Se huelen que de nuevo puedan verse compuestos y sin pieza cobrada.

Lo cierto es que todo apunta por ahí, y más, si tenemos en cuenta la sucesión de fiascos coleccionados por el Juez Llarena. Ni al coyote de los dibujos animados se le escapó tantas veces el correcaminos. Así que, pasando a limpio lo que ha ocurrido en los últimos días, la presunta gran victoria del Estado de Derecho va a quedarse en pírrica. Eso, sin contar que, siguiendo la costumbre, para lo que ha servido el episodio heroico es para volver a poner en el primer plano de la actualidad a alguien que lo necesitaba como el comer. Otra cosa es que Ayuso haya venido a hacerle sombra.