Gracias, Felipe VI

Pues qué quieren que les diga, a mí sí me gustó la largada del Borbón joven. De hecho, cada minuto que pasa, me relamo un poquito más evocando esos seis minutos de cháchara furiosa. Y eso que, como les ocurriría a tantos de ustedes, la primera reacción fue de gran cabreo al asistir a tal exhibición de desparpajo autoritario por parte de un gachó que parecía tonto cuando lo compramos en aquel birlibirloque que fue la abdicación de su viejo tras el episodio del paquidermicidio y la caída etílica en un bungalow de Botswana.

Menudo retrato de sí mismo se ha hecho el fulano. Muy preparao, pero ni se ha debido de leer la Constitución a la que debe su chiringo. Vale, sobresaliente cum laude en lo de garante de la unidad de la patria, pero cero patatero en todo lo demás. ¿Papel de moderador y árbitro? Sí, igual que Mateu Lahoz cuando le pita al Athletic, no te joroba. Eso, sin mencionar el rostro que hay que gastar para que un tío que es lo que es por haber sido en su día un espermatozoide en los dídimos de su padre se permita echarle los perros a un gobierno como el de la Generalitat, legítimamente elegido por la ciudadanía de Catalunya.

Para que luego digamos que Rajoy es una máquina de hacer independentistas; pues este no es manco. Por cierto, recuerden la columna de ayer. Ya ven que el cachazudo de Moncloa no es el único problema. Tras él hay toda una tramoya, el andamiaje de un régimen que no es el del 78, como le dicen, sino el régimen a secas. Hasta Isabel y Fernando debemos remontarnos. Pero que siga. Un día ojalá no muy lejano gritaremos en su honor: “¡Gracias, Felipe Sexto, contigo empezó todo!”.

Y lo niegan

Un clásico de la psicología, no sé si de la parda o de la menos parda. La primera fase del duelo es la negación. Y en esas andan Rajoy, su patulea de pelotillas como la nulidad Maíllo (busquen en Zamora alguien, incluso del PP, que hable bien de él), el Macron de saldo Rivera o la docena de hinteleztuales de corps. Niegan y reniegan con obstinación de iluminado y rostro de cantera de Carrara lo que han visto hasta los ciegos de la canción de Brassens. Que la actuación de los Escuadrones Piolín en Catalunya fue proporcional, se engolfan en proclamar de atril en atril, de entrevista en entrevista, de canutazo en canutazo. Hace falta ser… eso que los lectores están pensando.

Pero que les vaya aprovechando esa perversidad gratuita. En términos que usaría mi hijo, menuda troleada que le han pegado los promotores del referéndum a los —¡redundancia va!— poderosos poderes del Estado. Venga y dale a requisar papeletas y urnas, que el día en cuestión apareció allá donde tenía que estar todo el material para votar. Igual, con las webs cerradas o los cortes de internet. Como cantaban los rojos del 36 sobre el puente del Ebro, diez mil veces que lo tiren, diez mil veces que lo haremos. En esas, no queda otra que soltar a una panda de uniformados encabronados a hostiar a personas que pusieron varias veces la otra mejilla. No hablamos de antisistema de capucha negra, sino de la más amplia variedad humana que quepa imaginar, desde adolescentes de peinados imposibles a abueletes arrugados como pasas pasando por la vecina del tercero. Todos, con la firme determinación de no dar un paso atrás. A ver quién les para.

Cita con la Historia

A la hora en la que lean estas líneas, habré aterrizado en Barcelona. Es lo más parecido a una certeza que albergo ahora mismo. Bueno, no es la única. También estoy convencido de que pase lo que pase, salga como salga, estaré viviendo un acontecimiento destinado a ocupar su lugar en la Historia. ¿Lisboa el 25 de abril de 1974 o Berlín entre el 9 y el 10 de noviembre de 1989? Quizá no tanto, porque algo me dice que aún quedan más episodios, pero parece difícil negar que ya se ha cruzado la línea de no retorno. Incluso aunque la fuerza bruta se imponga y el titular de urgencia sea que no se ha podido votar, todo el mundo, incluyendo a los que manejan los hilos judicioso-policiales, tiene bastante claro que esto ya no se arregla con el viejo esquema del cambalache, el apretón de manos y las palmaditas en la espalda. Se ha marcado un antes y un después.

Ante tal evidencia, lo inteligente —y lo justo— sería no tratar de detener con violencia lo que ha demostrado ser una determinación firme y ya inalterable de lo que, se mida como se mida, constituye una amplísima mayoría social en Catalunya. Y no hablo de quienes aspiran a la independencia, sino de las ciudadanas y los ciudadanos que exigen algo tan primario y tan simple como ser escuchados.

La tremenda, casi perversa, paradoja es que si hace un tiempo se hubiera pactado un referéndum, es altamente probable que se habrían impuesto los partidarios se seguir formando parte de España. Siempre quedará la duda de si ha sido la torpeza o el cálculo frío e intencionado lo que nos ha traído hasta estos minutos cruciales de los que me dispongo a ser notario.

Lo épico y lo patético

Rajoy en USA mientras en su amado país ocurren acontecimientos que, sin lugar a la exageración, formarán parte de la Historia, ¿a quién me recordará? Y todo, para abrazarse a un oso despreciado de confín a confín del planeta. Que Santa Eduvigis conserve la perspicacia del asesor que le agenció en el Ebay de las vanidades esa fotografía con Donald Trump, doctorado en catalanología parda por la universidad de su sobaquera. Menudo sonrojo, escuchar al llamado líder del mundo libre que la secesión no se va a producir porque “sería una tontería marcharse de un país tan bonito”. No sabe uno dónde meterse, si bien es cierto que, por lo menos, no dijo que hay que destruir Catalunya.

De propina, Tancredo disparatando con que no le corresponde a él declarar unilateralmente la independencia [sic] o rebautizando como Madero a Maduro. ¿Efectos del jet-lag? Más bien, de las gambas a la plancha con alioli de Sevilla y el pollo con glaseado de membrillo y jerez romanesco que se metieron entre pecho y espalda las dos luminarias de Occidente. “Menú claramente español”, apostillaba el cronista de uno de los periódicos al servicio de la cruzada por la unidad de la patria. Tiene guasa que los que afean los vicios de los nacionalismos que no son el suyo anden batiendo el récord sideral de catetismo en rojo y amarillo. ¿Saben que una asociación anti-independentista ha puesto en marcha una denominada Operación jamón para avituallar con perniles ibéricos y vino de Rioja a los aguerridos miembros del Escuadrón Piolín acantonados en territorio comanche? Está claro quién se ha quedado con lo épico y quién con lo patético.

Rajoy prende la mecha

El día de ayer y algunos de los que vendrán serán de esos que, dentro de unos años, contaremos a todo el mundo que nos tocó vivir. No parece esta vez que sea exagerado pensar que el pirómano Erdojoy (¿o era Rajoygán?) ha prendido la mecha de un episodio que quedará en la Historia. También es verdad que es temprano para asegurar el desenlace, pero por de pronto, la mezcla de torpeza y maldad —ya ven que no solo no son defectos incompatibles, sino que combinados tienen efectos demoledores— ha regalado a los independentistas catalanes la épica imprescindible en cualquier proceso revolucionario. Si hasta ahora habíamos visto momentos de gran intensidad emotiva o de enorme plasticidad y simbolismo, las poderosas imágenes de las últimas horas y me temo que las de las próximas suponen la consagración definitiva de un movimiento de resistencia.

Para bien (ojalá) o para mal, ya no hay marcha atrás. Se ha cruzado el Rubicón y se han marchado por el desagüe los debates de la antevíspera. ¿Garantías? Ahora sí que son lo de menos. Si antes de la razzia judicioso-policial sabíamos que no cabía esperarlas, ahora, por razones puramente logísticas, tenemos muy claro que bastante milagro será que el día 1 de octubre haya siquiera urnas. Sin embargo, nadie duda de que habrá centenares de miles de catalanes —y de ellos, un altísimo número de no soberanistas— que se echarán a la calle para manifestar su voluntad de votar. Estaremos entonces en la batalla de la legitimidad, y, especialmente si se mantiene el civismo ejemplar que nos ha maravillado hasta este instante, será prácticamente imposible argumentar en contra.