Iturgaiz despacha a Ciudadanos

No somos nada. El doctor Iturgaiz Angulo firmó anteayer el parte de defunción de la sociedad de auxilios mutuos entre el PP y Ciudadanos en la demarcación autonómica. “La coalición esta muerta”, proclamó en una entrevista en Vocento el curtido superviviente de la política y líder de la sucursal local de Génova por la gracia de Pablo Casado. Como imaginarán —e incluso, como les pasará a buena parte de ustedes—, las grescas a ese lado del tablero ideológico no me provocan el menor sufrimiento. De hecho, si les digo que solo me inspiran indiferencia, les estoy mintiendo. En realidad, asisto a ellas con media sonrisa que no impide que acudan a mi cabeza pensamientos más o menos reflexivos sobre la indecible levedad de cierta alianzas políticas.

En el caso que nos ocupa, procede recordar cómo hace apenas dos años, el PP vasco persiguió por tierra, mar y aire la entente con la franquicia naranja en el terruño. Aquí nunca fueron más de una docena, pero la aparente pujanza de los entonces acaudillados por Albert Rivera acongojaba a los populares, que veían en las coaliciones electorales una forma de amortiguar el batacazo que temían. Luego se vio que el matrimonio de siglas no evitó la bofetada en las urnas. Es más: para la formación del acordeonista fue pan hecho con unas tortas, pues de los siete representantes en Gasteiz, dos eran de Ciudadanos; ni de broma hubieran obtenido los de Arrimadas tales resultados en solitario, eso sí que fue un cuponazo. Ahora que uno de los agraciados se ha apañado un carné con la gaviota y los azules aumentan su mayoría, Iturgaiz enseña la puerta al que se ha quedado colgado de la brocha. Cría cuervos.

Miserias de un tránsfuga menor

Ya tenía yo ganas de citar a Chesterton en una columna. Sostenía el cínico y brillante carcamal inglés que el periodismo consiste esencialmente en contar que Lord Jones ha muerto a personas que no sabían que Lord Jones estaba vivo. El caso que nos ocupa, afortunadamente, no va de un fallecimiento, sino de otro tipo de tránsito. De transfuguismo, para ser exactos. Que levante la mano aquel o aquella de ustedes que tuviera algún conocimiento de la existencia de un ser humano que atiende por Luis Gordillo. No cuentan los que se dedican a la política vasca ni los sufridos cronistas parlamentarios de la cámara de Gasteiz, que es donde tiene asiento el individuo en cuestión. ¿A que no les suena? De acuerdo, pues este es el momento de explicar a quienes no sabían que Luis Gordillo era el líder de Ciudadanos en Euskadi (jua, jua) que el tipo se ha pasado con armas y bagajes al PP vasco de Iturgaiz (jua, jua, jua).

Entre los aspectos grotescos del caso, se cuenta el hecho de que en la demarcación autonómica, el moribundo partido naranja concurrió en coalición con la achacosa sucursal de Génova en la pérfida Vasconia. O sea, que el fulano cambia de carné pero no le hace falta pasarse al grupo mixto. Se queda donde estaba, en el txikitalde de seis junto a otros cuatro peperos de pata negra y a un tal José Manuel Gil Vegas, que de momento, sigue fiel a Arrimadas y, si no se raja, va a ser el raro de la banda. Lo divertido rozando lo golfo del asunto es que el escapista Gordillo, además de tirar de manual con lo de “los escaños son personales” para mantener el momio, ha tenido el cuajo de afirmar que él no se ha movido. Menudo rostro.

El final de Ciudadanos

Ciudadanos ha entrado en fase terminal. Hay algo casi impúdico en su descomposición transmitida en riguroso directo. Cada poco, una deserción acompañada de palabras agrias. Son muy ilustrativos esos saltos del barco envueltos en decepción y rencor. Quizá no en todos los casos, pero sí en muchos, tal circunstancia tiene explicación en el tipo de personalidad que debía acreditarse para llegar a ser alguien en el partido naranja. El ejemplo perfecto es Toni Cantó, danzante de sigla a sigla que siempre era el más enfervorecido militante en las maduras y el más crítico en las duras. Suele pasar con los ególatras, que era una condición también muy repetida entre las cabezas visibles del chiringuito, empezando por su fundador y hundidor, Albert Rivera, y siguiendo por otros narcisos de manual como Girauta, Arcadi Espada, De Quinto, Aguado… La lista es interminable.

La cuestión es que, cuando se termine de certificar su defunción, prácticamente nadie va a echar de menos a la que llegó a ser tercera fuerza en votos en España. Tal vez solo esa ingenua parte del electorado que creyó que era posible un espacio de centro. Una candidez a la altura de la miopía que implica no haber visto que, como sufrimos en Euskal Herria, Ciudadanos defendía un esencialismo ultraespañol de trazo grueso. No se pierde nada.

España, política basura

El navarro Santos Cerdán, con amplísima bibliografía presentada en materia de enjuagues politiqueros, echaba las muelas contra los diputados murcianos de Ciudadanos que impedirán que triunfe la moción de censura al gobierno local del PP. Tirando de rostro de alabastro, bramaba que pasarán a la Historia como traidores y les acusaba de haberse vendido por un plato de lentejas. Se le olvidaba al fontanero de Sánchez que apenas 24 horas antes de la presunta felonía de los naranjas cambiados de bando, él mismo se había presentado en la capital pimentonera armado de una chequera. Lo que ocurrió fue que pagó un precio demasiado bajo. Al día siguiente se presentó el emisario de Casado, Teodoro García Egea, con unos billetes más y revertió el trato.

Tanto ofreces, tanto consigues. Por desgracia, ese sigue siendo el gran fundamento de la política española, que hace mucho dejó de ir de principios o ideologías. Y más, si por medio hay formaciones como Ciudadanos, supuestamente creadas en nombre de nobilísimos ideales, pero que en cuanto entran en descomposición, como es el caso, demuestran que atienden a lo más primario: salvar el culo y llenar el buche mientras se pueda. Lo acabamos de ver en Murcia, lo olemos en Madrid, y el espectáculo seguirá en cada gobierno pactado con el PP. ¡Más palomitas!

Entre Murcia y Madrid

La de ayer parecía una mañana la mar de tranquila. Quedaba algún resto de serie del levantamiento de la inmunidad a Puigdemont y se tejían perezosamente los mensajes de aluvión de un nuevo aniversario del 11-M. Pero en esto cayó el gobierno de Murcia como efecto de un tiro en el pie del PP gobernate y de una patada a la desesperada de esa nada que atiende por Ciudadanos en comandita con un PSOE que está al plato y a las tajadas. Ni una hora nos duró el entretenimiento a los plumíferos ávidos de cualquier novedad, la que sea. La eternamente minusvalorada Isabel Díaz Ayuso y su Rasputín de cabecera, Miguel Ángel Rodriguez, vieron el momento de echar el órdago. Al carajo el molesto socio naranja, el aguado Aguado —valga la redundancia, como gusta decir a los opinadores del ultramonte—, y vamos a elecciones adelantadas con aroma a mayoría absoluta de la neolideresa. Parece que las mociones de censura a la desesperada de Más Madrid y PSOE llegaron tarde.

Todo eso, claro, esperando el efecto de las ondas sísmicas en los no pocos lugares donde Ciudadanos sostiene, generalmente junto a Vox, gobiernos autonómicos o municipales. Andalucía y Castilla y León aseguran que, de momento, aguantan. Se antoja difícil que lo hagan mucho tiempo. Pedro Sánchez e Iván Redondo sonríen mientras acarician un gato.

Catalunya, ¿cuántos bloques?

Sonrío con resignación al escuchar una y otra vez la eterna martingala de los dos bloques perfectamente definidos en Catalunya. El propio desarrollo de los acontecimientos en los últimos meses y, más concretamente, la foto post electoral del domingo debería servir para desmentir el falso mito del independentismo y el unionismo, o en su versión alternativa, del soberanismo y el constitucionalismo. Empezando por estos últimos, quizá hubo un tiempo en que cabía considerar como amalgama más o menos compacta a todos los que se dejaron ver en francachelas rojigualdas como las que se convocaban en Colón o Urquinaona. Hoy es evidente que el PSC —por lo menos, hasta nueva orden— no compartiría esa foto y por lo tanto, queda fuera de la imaginaria suma españolista del supuesto 50 por ciento.

En cuanto a los que aspiran a tener una nación propia, quizá sí podamos encontrar cierta homogeneidad. Otra cosa es que su unidad de acción sea fruto de la necesidad y tenga que sortear cada vez más serios y profundos desencuentros. Con todo, la inercia y la certeza de saber que por separado se iría al carajo el objetivo mantienen a ERC y Junts (la CUP es otra historia) en una alianza que no termina de quebrarse. Y la prueba es que, pese a todo lo que se tienen dicho y hecho, parecen dispuestos a seguir de la mano.

Todo sigue en el aire

Pues sí, es indiscutible. Se ha consumado el Efecto Illa: victoria en votos y empate en la cabeza en número de escaños, sumando 16 actas más de las cosechadas por el PSC en 2017. Merece ovación y vuelta al ruedo el casi hasta anteayer ministro de Sanidad del Reino de España. Otra cosa es que tan meritorios resultados le vayan a servir para mucho más que para ponerlo en su currículum o para haber pasado una dulce noche celebratoria. Y no hay que ir muy lejos para buscar el precedente. En las elecciones de hace tres años y dos meses, fue Inés Arrimadas la que bailó todas las congas del mundo como ganadora de aquella cita con las urnas al amparo del 155. Aquello no solo no le sirvió ni para oler de lejos el Palau de la Generalitat, sino que ha acabado en una de las bofetadas más tremendas que se recuerdan en aquellos lares.

Muy cierto: es altamente improbable que a un partido asentado como el PSC le aguarde un final similar. Pero el resto de la historia sí apunta a que va a ser la misma. Por más campeón que haya sido en el conteo de sufragios, ahora mismo tiene escasas probabilidades de convertir el éxito en un vale para presidir Catalunya. Se antoja altísimamente complicado que ERC, que en la subcompetición del soberanismo le ha ganado a Junts por los pelos, esté dispuesta a facilitar el gobierno de quien todavía se considera como uno de los responsables del mentado 155. Con los datos aún calientes, solo un monumental giro de los acontecimientos puede hacer que Illa sea otra cosa que líder de la oposición. Eso o, en el mejor de los casos, candidato en unas elecciones repetidas en julio.

Ahí viene la otra gran derivada. ¿Serán capaces ERC y Junts de superar su creciente e indisimulada inquina mutua? O, personalizando, ¿aceptará Carles Puigdemont que, aunque haya sido por un puñado de votos, las siglas que deben liderar un gobierno soberanista son las de ERC? ¿Qué condiciones le pondrá Junqueras? Todo eso, sin contar, que para la mayoría absoluta tendrán que granjearse a la CUP.

Dejo para el final lo que, pese a los titulares de fogueo que veamos, apenas pasa de lo anecdótico. De verdad, más allá de cierto retortijón, la abrupta entrada de Vox al Parlament no cambia demasiado el panorama. Todo lo que ha ocurrido es que ha habido un corrimiento a la requeteultraderecha en el unionismo más rancio. Si suman, verán que, en realidad, la tripleta de Colón tiene menos representación que en 2017. No pintarán nada en lo que sea que vaya a ocurrir, que ahora mismo sigue en el aire.