¿Condenar a ETA? ¡Venga ya!

Oh, qué sorpresa más sorprendente. Ha sido imposible que en el Parlamento vasco salga adelante una declaración unánime de condena a ETA. Venga ya, Vizcaíno, no nos tomes el pelo. Si hace literalmente cuatro días vimos al poli bueno y al poli malo de la izquierda soberanista (de soltera, abertzale), ataviados como pinceles en Aiete diciendo que sentían una hueva el dolor de las víctimas y que, mecachis en la mar, nunca se tenía que haber producido, pobre gentucilla, digo gentecilla. Item más, ese pomposo comunicado de nada entre dos platos aseguraba que en lo sucesivo se comprometían a mitigar el sufrimiento “en la mediada de nuestras posibilidades”. Y para que constara en acta se añadía —chanchanchanchán— que “Siempre nos encontrarán dispuestos a ello”.

Juer, pues la segunda en la frente. La primera, claro, fue la rajada de Eibar, donde el líder máximo enseñó el dedo y nos dijo que montáramos y pedaleáramos. O sea, que “tenemos 200 presos” (primera persona del plural, pero no somos ETA y tal) y ya puede fumar en pipa el secretario general de ELA, que si nos los van sacando de cinco en cinco cada fin de semana, apoyamos los Presupuestos y, si hace falta, la candidatura de Sánchez al Nobel de Veterinaria. Después de eso, lo de ayer no es ni noticia. Ni décimo aniversario ni gaitas en vinagre. No se condena y no se condena, punto pelota. Y el que lo ponga en solfa es un enemigo de la paz y un constructor de trincheras cuando los santos y puros están levantando los puentes, ejem, que dinamitaron dejando debajo casi mil vidas y un inmenso reguero de dolor. ¡Toma diez años de paz, Moreno!

ETA nunca debió hacerlo

Diez años después y no salimos de la rotonda. ¿De verdad nos vamos a enredar otra vez en lo de los pasos adelante pero insuficientes? Me niego. Y entiendo que tendríamos que negarnos todos. Empecemos recordando que la presunta novedad de las palabras de Arnaldo Otegi no es tal. Ya hace años dejó incluso por escrito algo muy parecido. Y después hemos escuchado más o menos la misma fórmula. Simplemente, no era eso. Ni lo es. ¿O es que acaso tomaríamos en serio a Martín Villa diciendo que los asesinatos del 3 de marzo de 1976 en Gasteiz o la muerte de Germán Rodríguez a tiros de la Policía Nacional son “algo que nunca debió producirse”? Claro que no.

Ya vale del engañabobos de los verbos conjugados en formas impersonales. Así, como quien no quiere la cosa (que sí la quiere, vaya que si la quiere), Otegi insinúa que las muertes, los secuestros, las extorsiones o las persecuciones fueron fruto de un cúmulo de circunstancias. Casi literalmente que entre todos los mataron y ellos solos se murieron. Pues no. La frase completa tiene un sujeto que no puede ocultarse. Fue ETA quien provocó el sufrimiento. Por tanto, el enunciado correcto es: “ETA nunca debió producir ese sufrimiento”. Más auténtico aún, en primera del plural: “Nunca debimos producir ese sufrimiento”.

Cabrá el viejo comodín de argumentar que se diga lo que se diga, nunca bastará. Venga, lo acepto. Dejémonos de palabrería y vayamos a los hechos. Evitemos a las víctimas el dolor de homenajear a asesinos múltiples, o el de nombrarlos como presos políticos. Y ya puestos, ¿qué tal ayudar a esclarecer los asesinatos no resueltos?

Otra agresión porque sí

La violencia gratuita sigue campando a sus anchas. El último botón de muestra, que puede ser el penúltimo a estas horas, lo hemos tenido en la localidad vizcaína de Amorebieta. En la madrugada del pasado domingo una piara de energúmenos veinteañeros la emprendió a golpes con un chaval de su edad que acabó en el hospital en estado muy grave. Fue una agresión salvaje porque sí. Tan injusta, condenable y penalmente perseguible como cuando hay otras motivaciones que encuentran mejor acomodo en los titulares y en los tuits de denuncia al por mayor. El odio puede adoptar miles de caras, a ver si nos entra en la cabeza ante la tentación de hacer clasificaciones sobre los linchamientos. Que dé un paso al frente el politiscatro de tres al cuarto que sostenga que se criminaliza a los criminales solo porque son jóvenes. Bonita forma de retratarse siempre al lado de los matones. Nada sorprendente, por otro lado.

Y luego está la matraca de la educación, que también mentaron en sus rasgados de vestiduras algunos representantes políticos. No, estimado Eneko Andueza (entre otros), con los desalmados agresores de Amorebieta ya no hay educación que valga. De hecho, la que hubo, la que recibieron, no ha servido para absolutamente nada. Desde luego, no ha evitado que patearan a un semejante hasta dejarlo entre la vida y la muerte. Va siendo hora de que aprendamos, a la vista de la reiteración tozuda de este tipo de episodios, que la realidad no se cambia cerrando los ojos muy fuerte y deseando que pase lo que queremos que pase. ¿Y si probamos haciendo que sepan que los actos tienen consecuencias?

«¡Maricón de mierda!»

No se me ocurre qué puede haber en la cabeza de trece veinteañeros para darle una brutal paliza a un chaval de su misma edad al grito de “¡Maricón de mierda!”. Para nuestro pasmo y, en mi caso, profunda vergüenza y asco indecible, esto ha ocurrido en Basauri, a apenas veinte kilómetros de donde vivo yo. Por supuesto que no caeré en la milonga facilona de achacar a toda la sociedad lo que obviamente es responsabilidad única de los descerebrados e inhumanos agresores. Pero estimo muy necesario poner el dedo en esta dolorosa llaga para que no caigamos en el vicio autocomplaciente de creer que estas cosas no pasan entre nosotros. Pues sí: pasan, como puede acreditar Ekain, el joven que acabó en el hospital simplemente porque a los ojos de los trogloditas que se cruzaron en su camino su opción afectiva es merecedora de un escarmiento. Mi escepticismo congénito me hace pensar que será muy difícil acabar con este tipo de comportamientos. Pero eso no quiere decir que haya que dar la batalla por perdida. Al contrario: tenemos que pasar a la acción. Y no solo de boquilla. Son muy bienvenidos los comunicados unánimes (esta vez, sí; menos mal) de condena, las concentraciones de apoyo a la víctima y cualquier otra demostración de repugnancia y rabia. Sin embargo, lo que de verdad procede es pasar de las palabras a los hechos. Si decimos que estas actitudes son intolerables, demostremos que de verdad no las toleramos. Hay trece fulanos, trece matones, trece hijos de la peor entraña, sobre los que debe caer no solo nuestra indignación sino todo el peso de la ley. De manera inmediata y sin contemplaciones.

Difícil de entender

El único condenado por la muerte de Iñigo Cabacas no irá a la cárcel. Como ya sabrán, y seguro que les ha sorprendido tanto como a mi, la Audiencia de Bizkaia ha suspendido su pena en atención a dos circunstancias, una jurídica y otra personal. La primera es que fue condenado por un homicidio imprudente, por omisión y no doloso. Dicen los autores de la decisión que eso relativiza la intensidad del comportamiento criminal de cara a una hipotética reincidencia. En cuanto a lo personal, se indica que su estancia en prisión sería especialmente gravosa debido al reciente fallecimiento de su esposa y a que tiene un hijo. Como profano, desconozco si es habitual que se actúe con la misma comprensión con otros condenados. Estaría por jurar que no. Hay algunos casos que parecen indicar justamente lo contrario.

No entraré en si el agente debería pasar en una celda el tiempo que estipula la condena de la propia Audiencia de Bizkaia refrendada por el Supremo. Pero sí trato de buscar un porqué a una resolución que refuerza la idea de la impunidad que ha rodeado todo el proceso. Mi opinión absolutamente personal e intransferible es que tanto el fiscal como sus señorías han podido pensar, junto a otras personas entre las que me encuentro, que el ertzaina acabó cargando con un mochuelo que no era solamente suyo.

Siguen los ataques

Vamos ya para quince días seguidos de ataques a locales políticos, un domicilio particular y algún que otro objetivo. Salimos a una media de dos por noche, e incluso podemos añadir alguno a plena luz del día, como en el que se vivió en una unidad de Lurraldebus la semana pasada. Al primer bote, tanta reiteración y con semejante distancia geográfica da para reflexionar si estamos de verdad ante cuatro nostálgicos o nos enfrentamos a algo más organizado y con respaldo más numeroso. Inquieta cualquiera de las dos opciones. Si es la primera, porque un grupúsculo de chalados sea capaz de provocar estragos en puntos bien distantes con total impunidad. Si es la segunda, por razones obvias: echando mano de una palabra de uso extendido estos días, el rebrote va más allá de la anécdota.

Con todo, lo más terrible a la par que ilustrativo es la falta de rechazo contundente de la autotitulada izquierda soberanista. A fuer de ser sincero, no negaré que he escuchado a varios miembros destacados de EH Bildu expresando su reprobación. Casualidad, añado a continuación, que ninguno de ellos pertenezca a Sortu. De hecho, el máximo responsable del partido troncal y ampliamente mayoritario de la coalición ha regresado a la vieja y rancia letanía de la negativa a entrar en la rueda de las condenas estériles. Pues eso.

Esperando al Supremo

La sentencia, el viernes o el lunes, nos decían. Salvo que estén equivocados todos los calendarios o nos encontremos ya viviendo en universos paralelos, queda claro que va a ser mañana. Por lo menos, la impresa en los folios oficiales, porque también es verdad que ayer y anteayer tuvieron la gentileza de hacernos un adelanto en papel prensa y en los cibermedios amigos. Uno, que pertenece al gremio plumífero, lo celebraría como gran logro del periodismo de investigación, si no supiera que la presunta primicia había sido convenientemente deslizada por los autores del fallo a sus postes repetidores de confianza para que el personal fuera preparando el alma y el cuerpo. Y aquí quizá merezca la pena detenerse un segundo a reflexionar por qué nos parece normal algo tan extremedamente grave como la filtración del fallo del que, junto con el del 23-F, es el proceso judicial de más calado que se haya llevado a cabo en España durante el último medio siglo.

Esa brutal anomalía aparte, podemos convenir que lo avanzado por El País el viernes y El Mundo ayer cuadra bastante con los últimos usos y costumbres de la Justicia española. No es muy diferente de lo que acabamos de ver con el caso Altsasu. Primero se generan las expectativas de condenas durísimas para reducirlas levemente en el dictamen final, de modo que parecería que hay que alabar la generosidad de sus señorías y hacerle la ola al Estado de Derecho. Creo que es lo que nos disponemos a ver también este caso. Habrá apariencia de rebaja, probablemente notable en el caso de algunos de los juzgados. Otra cosa es que cuele. Por pequeñas que sean las condenas, seguirán siendo injustas. Ninguno de los procesados debió pasar un solo día en la cárcel.