¿Ponemos fecha?

Ni sé las veces que habré escrito esta columna. Prácticamente, las mismas que nos ha tocado asistir a la acogida con cohetes de una encuesta que concluye que los vascos están mayoritariamente felices en el marco jurídico actual. La más reciente ha sido la última entrega del Euskobarómetro, estudio que, como es público y notorio desde hace varias glaciaciones, no es el que goza del mayor prestigio de nuestro entorno porque ni siquiera se empeña en disimular un sesgo que al paso de los decenios ha devenido en tufo. Eso, sin contar que, confrontados los pronósticos con los resultados reales salidos de las urnas, el número de fiascos ha tendido a infinito.

De todos modos, en el caso que nos ocupa hasta podemos pasarlo por alto. Más allá de ciertos triles en las preguntas y en la distribución a la carta de las respuestas, podremos conceder que varias tendencias del último potaje del chef Paco Llera están apuntadas grosso modo en otros sondeos, y añadiría incluso que en lo que cualquier nariz medianamente entrenada puede percibir en la calle. La idea básica es que la sociedad vasca no parece estar ahora mismo por embarcarse en una movilización por la independencia, y menos, tras escarmentar en carne ajena las vicisitudes del procés; mucha simpatía, pero ninguna gana de pasar por algo similar. Y ahí es donde, saltándome varios capítulos, enlazo con lo de la columna repetida que les decía al principio. Si tan claro está que no hay ninguna vocación rupturista, no habría motivo para no correr el riesgo de someter la cuestión a una consulta. Con el compromiso, faltaría más, de acatar los resultados. ¿Ponemos fecha?

Simplemente, decidamos

Los resultados de las últimas consultas en los municipios no invitaban al optimismo. Al contrario, se había instalado algo que, no siendo exactamente una moral de derrota, sí tenía un punto de resignación. De ahí que 100.000 participantes, esa medida casi universal de tantos acontecimientos del terruño, se antojaba una cifra excelente. Y al final, miren por dónde, poco faltó para que fuera el doble. 175.000 ciudadanos y ciudadanas se dieron la mano el pasado domingo de Donostia a Gasteiz pasando por Bilbao para reclamar el derecho a decidir. Como decían ayer los editoriales de los diarios del Grupo Noticias, hablamos de una de las mayores movilizaciones sociales que se recuerdan.

Es obvio que ahí hay varios mensajes. El primero, que es el que se quieren saltar algunos por incómodo, nos dice que el respaldo activo del partido mayoritario en los tres territorios de la CAV, con la presencia a pie de asfalto de su plana mayor, ha sido un factor fundamental en el éxito de la convocatoria. La prueba es el encabritamiento sulfuroso del PP que se siente cada vez más cornudo y apaleado y que ha vuelto a tirar de repertorio cavernario. Anótenlo —o mejor, grábenselo a fuego— los que pretenden sumar restando, creo que ya me entienden.

El otro recado es más simple. De hecho, ni hacía falta una demostración de fuerza como la que acabamos de ver, porque es una circunstancia ya evidenciada en decenas de encuestas, sí, pero también en cada cita real con las urnas. En este país hay una amplísima mayoría social que quiere ejercer el derecho a elegir su futuro y que está dispuesta a aceptar el resultado de un referéndum.

La clave del Sociómetro

Lo bueno del Sociómetro vasco, como de cualquier otro estudio de opinión, es que ofrece la posibilidad de escoger el titular que más se adapte al gusto y/o las necesidades de cada medio, mejorando, ejem, lo presente.

Apuesto (y seguro que gano) a que al informar sobre la entrega más reciente del sondeo habrá unos cuantos que tiren por el mínimo histórico que vuelven a marcar los partidarios de la independencia de Euskadi, con un tristón 17 por ciento. Justo enfrente estarán —o, vaya, quizá estaremos— los que destacarán la amplísima mayoría, casi un 60 por ciento, que es partidaria de que se convoque un referéndum sobre el marco de relación con España. Y como me conozco el paño, estoy convencido de que no faltarán los que, tirando de una derivada del dato anterior, preferirán subrayar que más de tres cuartas partes de los encuestados ven poco o nada probable que llegue a haber un acuerdo el gobierno español para convocar la deseada consulta. Otra opción será simplemente obviar la noticia o relegarla a alguna esquina perdida por el miedo a quedar en pelota picada ante la evidencia de que la ciudadanía de los tres territorios va por libre respecto a ciertas doctrinas proclamadas como mayoritarias en los discursos del día a día.

Llámenme raro, pero sin dejar de ver como razonables todas esas opciones, yo encuentro más útil poner el foco en la parte socioeconómica del informe. De entrada, en el hecho de que el mercado laboral siga siendo de largo la principal preocupación, incluso cuando el 69 por ciento afirma llegar a fin de mes sin dificultades. Ahí tienen la clave de la política vasca actual.

Manifiestos

No va a ser por la falta de garantías, ejem, por lo que embarranque el referéndum. Ni por la aplicación del 155, del 156 o del 33. Ni por la asfixia económica que ha decretado el furriel Montoro. Ni por los tricorniados incautando a destajo hasta el último folleto. Ni siquiera por el encarcelamiento —supongo que, como poco, en el castillo de Montjuic— de los alcaldes y las alcaldesas desobedientes ordenado por un Rajoy que cada vez se está gustando más en su papel de aprendiz de Erdogan. Nada de eso. Lo que convertirá las urnas del día 1 de octubre en cautivas y desarmadas será el efecto demoledor de los manifiestos llamando a no participar.

En el momento de escribir estas líneas hay dos, a cada cual más topiquero, grotesco y argumentalmente cipotudo. El primero lo publicó —juraría servidor que incurriendo en ilícito penal, puesto que no deja de ser propaganda sobre una consulta proscrita judicialmente— el diario El País el pasado domingo. Con maquetación notablemente mejorable, y bajo el título “1-O, Estafa antidemocrática. ¡No participes! ¡No votes!”, lo suscribían una recua de tipos que se presentan no solo como intelectuales, sino además, “de izquierdas”. ¿Ejemplos? Paco Frutos, Miguel Ríos o Mónica Randall. Y alguno con bastante más pedigrí y currículum digno de admiración, eso también es verdad. De la otra proclama, aventada en su versión original por 228 profesores universitarios, solo les diré que la firma número uno es la de Fernando Savater, ese predicador al que vimos presumir entre risas de haberse divertido mucho luchando contra ETA. Puigdemont, Junqueras, Forcadell, ríndanse.

Consultas, según

Es un vicio encabronar a tirios y troyanos de boina a rosca. ¡Lo ponen tan fácil, además! Resulta digno de estudio de veterinaria el modo en que entran al trapo, el tamaño de su enfurruñamiento zangolotino y, cómo no, lo ramplonamente previsible de sus encorajinadas respuestas. Puto facha, puto separatista, te espetan con similar entonación y cabreo, una vez les mandas una pelota un milímetro por encima de la chapa.

Basta señalar, por ejemplo, lo curioso que es que los mismos que aplauden a rabiar la consulta venezolana contra Maduro deploren la catalana sobre la soberanía. Y viceversa, claro: buena parte de los propugnadores del derecho a decidir a toda costa en Catalunya tachan de gusanos a los que ponen urnas de cartón en Venezuela. Para que el embrollo sea aún más divertido, unos y otros se lían a tirarse a la cara los mil titulares de cada medio afín en que queda patente la brutal contradicción de apoyar esto y deplorar lo otro. Ni así caen en la cuenta de que son tal para cual.

Lo confirman cuando la bancada correspondiente salta como un resorte a gritar que no es lo mismo, siempre siguiendo la vieja ley del embudo que establece que las cosas son como me sale de la entrepierna. Por supuesto que uno tiene la edad y la capacidad de discernimiento suficiente para comprender que ambos procesos, movimientos, o lo que sean tienen sus propias particularidades y se defienden, en general, desde obediencias ideológicas y vitales que rozan lo antagónico. Y, sin embargo, la semejanza es aplastante: igual en Catalunya que en Venezuela, la solución es dejar que el pueblo escoja democráticamente su destino.

Lo dice el niuyorktaims

Y en esas llegó el New York Times y se cascó un editorial sobre la cuestión catalana. 352 palabras, según tuvo el humor de contar cierto opinador partidario de la independencia que lo celebraba tal que si pasado mañana Puigdemont fuera a firmar el ingreso en la ONU o, como poco, en la FIFA. ¿Tan a favor era? Pues eso, oigan, queda al gusto del lector y a su facultad para hacerse trampas al solitario. Hasta donde a servidor le dan las entendederas, el autor, no sin practicar el clásico eslálom ni dejar de dar la impresión de un conocimiento básico del asunto, sí acababa propugnando que se permitiera el referéndum. Eso sí, para que luego el pueblo soberano votara en masa que prefiere seguir en España. Para entendernos, la postura de Iglesias Turrión, llena de lógica y totalmente legítima.

Vamos, que el amanuense del diario estadounidense no descubría la luna. Ocurre, sin embargo, que ese puntito paleto del que jamás nos desprenderemos convirtió su prédica en motivo para el festejo o a la diatriba, según a qué bandería se perteneciese. Para el soberanismo es un espaldarazo del copón de la baraja y una humillación a Rajoy como la copa de tres pinos. Para los de la una y grande, sin embargo, era una membrillez de un garrulo que no tenía ni puta idea. Lo divertido a la par que revelador del tremendo embuste en que nos movemos es que ustedes y yo sabemos que si el gachó hubiera escrito que ni consulta ni hostias, las reacciones habrían sido idénticas a la inversa. Es decir, el españolismo glosaría el tino y la sabiduría del referente periodístico internacional y el catalanismo se ciscaría en sus muelas.