Estatus interruptus

Cuando despertó, la ponencia sobre el nuevo estatus todavía estaba allí. Y al paso que va el triciclo, empiezo a sospechar que este comienzo de columna tan escasamente original —está muy visto lo del dinosaurio de Monterroso— seguirá vigente. El penúltimo aplazamiento ha sido hasta noviembre. Que lo están peinando, dice la comisión de expertos, peculiar grupo formado por especialistas que se lo toman en serio, alguien que, según me chivan por el pinganillo, no sabe por dónde le da el aire y un sputnik convocado para el troleo descarado. Todos, ¡ay!, con sigla adosada a la solapa, lo que seguramente es muy democrático pero poco práctico. No me miren así. Se supone que el contenido de la cosa lo deciden los políticos de acuerdo a su representación. La tarea del sanedrín debería ser dar forma jurídica a la cosa, independientemente de la fe partidista que profesen.

¿Y cómo de grave es el enésimo retraso? Ríñanme, pero les diré que entre casi nada y nada. Si lo fuera, al anuncio de la de la demora le habría seguido una bronca de pantalón largo en la calle. Mejor que nos quitemos la venda: salvo un selecto grupo de muy cafeteros, prácticamente nadie está al corriente de que en el Parlamento Vasco se trabaja en la futura arquitectura institucional de la demarcación autonómica. Es verdad que tampoco he preguntado uno a uno a los avecindados en los tres territorios, pero algo me dice que la cuestión ahora mismo no está entre sus preocupaciones más perentorias. Intuyo de igual modo, o sea, a ojo, que habría una amplia mayoría partidaria de profundizar en el autogobierno, pero que no tiene una enorme prisa. Continuará.

DUI con freno y marcha atrás

Qué les voy a decir que no hayan pensado ya ustedes a la vista de la independencia que ha durado apenas un suspiro antes de irse al cajón hasta quién sabe cuándo. Si me tocase escribir argumentarios, me agarraría, claro, al clavo ardiendo de la altura de miras, la enorme generosidad, el sacrificio colosal de tender la mano cuando se roza con los dedos el objetivo por el que se han dejado quintales de sangre, sudor y lágrimas. No digo que no haya algo de eso, pero sí que a la fuerza ahorcan, que para este viaje han sobrado una hueva de alforjas y que, joder, es imposible no tener la sensación de haber vuelto a asistir al parto de los montes, cuyo fruto era finalmente un ratón.

Lo dije ayer. Era DUI o no DUI. Lo que se viene prometiendo desde hace ya tres años —¿no recuerdan el 9 de noviembre de 2014?— o claudicar otra vez. De acuerdo, por un bien superior, porque era peor el remedio que la enfermedad, porque lo otro era el abismo, porque, como cantaba Gardel, contra el destino nadie la talla. Ocurre que todo eso había que haberlo pensado antes. Sin la menor dote de escrutador de vísceras de pollo o politólogo, se veía a leguas que la desconexión encabronaría a la hidra de mil cabezas, y que de poco valía dejarse hostiar a modo. Mal vamos, si la fuente de legitimidad es recibir palos.

No, no diré como los ventajistas del otro lado que esto en una rendición en toda regla. Mejor que se cuiden antes de cantar victoria. Simplemente, anoto la frustración de quienes creyeron que era verdad lo que les decían. Es revelador que con los primeros que va a tener que dialogar Puigdemont sea con muchos de los suyos.