El juez Garrido se alía con Tebas

Cuando supe que la Liga de Fútbol Profesional había presentado recurso ante el Tribunal Superior de Justicia del País Vasco contra la limitación de aforos en los estadios determinada por el Gobierno vasco, no tuve la menor duda de cuál sería la resolución. Sí, justamente la que ha sido. Al ya celebérrimo juez Luis Ángel Garrido solo le faltaba aliarse con el incalificable Javier Tebas, y lo ha acaba de hacer en este dictamen que se ha sacado de la sobaquera de la toga en medio santiamén. Se trata de una nueva muesca en su mazo en lo que se refiere a decisiones contrarias a las medidas puestas en marcha atendiendo a criterios sanitarios.

Cabrá decir que este último auto tampoco es tan grave, pues con la pandemia remitiendo, era cuestión de días que se aumentaran los aforos de los recintos deportivos. Todo apuntaba a que, como poco, el LABI tenía pensado subirlo hasta el 50 por ciento. En cualquier caso, no estamos ante una anécdota sino frente a una categoría, un patrón de conducta que se ha venido repitiendo sistemáticamente desde la irrupción del virus. Prácticamente en cada oportunidad que se ha presentado, la Justicia en general, la vasca en particular y este magistrado aun más en concreto se han decantado por dictámenes que dificultaban o directamente impedían los intentos de frenar los contagios. No negaré, como me señaló el sabio Juanjo Álvarez, que se han enviado a los tribunales patatas calientes que deberían haber sido resueltas en otras instancias o que la política ha sido perezosa para mejorar la (según dicen) poco útil legislación previa. Pero, con todo, muchas de sus señorías deberían hacer examen de conciencia.

Señoritos contrariados

No fue la vibrante y brillante clasificación para semifinales de Real y Athletic haciendo morder el polvo a Madrid y Barça. Ni siquiera la posibilidad de una final entre ambos en Sevilla con Felipe VI encabronado y récord de decibelios en el momento del chuntachunta. Decididamente, lo mejor de esta Copa a cara o cruz sin red ha sido la llantina inconsolable de los señoritos porque sus todopoderosos y multimillonarios equipos no se han jalado un colín.

Se ha hecho medio famoso estos días el tal Roberto Gómez, el discípulo menos aventajado de Butano, despotricando en la tele pública española —manda huevos— por el sindiós de llegar a la fase decisiva de la competición con todos los gallos apeados y cuatro comparsas como protagonistas. En su cerril descarga de bilis, el individuo porfiaba como un tremendo daño al torneo el método que había provocado la ausencia de los supuestamente grandes e intocables en el cuadro de honor.

Pura anécdota, si el bocachancla Gómez hubiera sido el único en salir con tal petenera. Por desgracia, en francachelas igual dizque deportivas que politiqueras me he topado con melonadas despreciativas del mismo pelo. Muchas terminaban, no en el capítulo de La Cartuja, sino en el siguiente, en la turné de pleitesía a los petrosátrapas saudíes. “¿Tú te imaginas lo que dirán los jeques y los de las televisiones cuando vean un Mirandés-Bilbao (sic) en la Supercopa del año que viene?”, se indignaba uno de los habladores. “Esto no puede volver a ocurrir”, zanjaba un compadre de blablablá. Y tiene bastante pinta de que allá donde se toman las decisiones alguien convertirá en realidad sus deseos.

¿Y el próximo partido?

No diremos que fue un sueño. 48.121 personas se reunieron en San Mamés una tarde invernal de miércoles para ver un partido de fútbol femenino. Me cuento entre los que —desde casa, ojo— sintieron una íntima invasión de orgullo y emoción ante las impresionantes imágenes del campo a reventar. Incluso cuando el amor a unos colores se ha ido atemperando por los años y ciertos hechos contantes y sonantes, resultaba imposible esquivar la piel de gallina, el nudo en la garganta y los ojos humedecidos. Fue algo grande, sin duda. Sin embargo, me temo que nos haremos trampas al solitario si pensamos que este hito es algo más que eso, un récord que merece celebración, pero que ni de lejos representa que se haya avanzado verdaderamente hacia la igualdad en el deporte.

Lamento el jarro de agua fría, aunque creo no ser el único que estima que en ese camino sería más valioso ver que el próximo encuentro, y el siguiente, y el que venga después cuentan, siquiera, con la mitad del respaldo en las gradas… pagando, claro. O si los ventajistas que se han atribuido el éxito, los que lo glosan con un paternalismo ruborizante o, en fin, los que se apuntan siempre a las fotos y las frasecitas chachiguays, supieran el nombre de media docena de jugadoras, sus correspondientes demarcaciones y sus características. Será magnífico también que en las barras de bar comenten algo sobre las rivales, los esquemas de juego, las alineaciones, los fichajes, las lesiones o la clasificación. Y no digamos si se compran para sí o para sus hijas o sus hijos una camiseta con nombre de mujer sobre el dorsal. Diría, y lo siento, que queda mucho para eso.

Las opiniones de Nadal

A mi, el tenis ni fu ni fa. Y ya, si añadimos el patrioterismo caspuriento que sigue a las victorias de Nadal, qué quieren que les diga, que se me arruga la nariz definitivamente. Así que no me van a pillar gritando “¡Vamos, Rafa!” y bien es cierto que tampoco haciendo como que quiero que gane su rival de turno solo porque no es español. Resumiendo, que me la traen al pairo las gestas del manacorí, al que no puedo dejar de reconocerle que como atleta es un fuera de serie y que al lado de otros que también lo son —pongamos CR7— me parece un tipo infinitamente más sano y cabal. Lo de la pasta, los birbirloques fiscales o los negocietes, ya tal.

Viene todo este preámbulo a cuento de la que le está cayendo al muchacho por haberse permitido la presunta ligereza de manifestar una opinión política. Resulta que el hombre cree que habría que convocar elecciones generales, ya ven qué tremendo delito. Pues en el código penal oficioso debe de serlo. Que si zapatero a tus zapatos, que si quién se cree que es, que si cómo se nota qué intereses defiende… y quintales de collejas del pelo.

Volvemos a la eterna y obscena doble vara. Qué trato más diferente al que reciben las rajadas progresís de artistas de altos vuelos hollywoodenses o, si vamos a lo más cercano, las soflamas encendidas de algún que otro pelotero de riñón igualmente bien cubierto. Y, ojo, que hablo de una situación cien por ciento reversible, porque los que ahora defienden a Nadal critican a los otros. Personalmente, agradezco a los personajes públicos que digan lo que piensan sobre lo que sea, incluso cuando, como es el caso, no estoy de acuerdo.

Salvemos a Cristiano

Acudo a ustedes con una inmensa congoja por la suerte que pueda correr el benefactor de la humanidad que atiende por Cristiano Ronaldo Dos Santos Aveiro. “Me voy del Real Madrid, no hay marcha atrás”, anunciaba con justísima indignación el astro madeirense en una publicación de su país —a la altura de Os Lusiadas, como poco— llamada A bola. Imposible no empatizar inmediatamente con su sentimiento de ser víctima de una persecución implacable por el despiadado fisco español. ¿Cómo se atreven el mequetrefe Montoro y sus secuaces a reclamarle que pague sus impuestos al genio balompédico más grande del tercer milenio? ¿Qué atropello contra el estado de derecho y la dignidad de las personas guapas es ese?

Menos mal que todavía quedan caballeros españoles, y a la hora de escribir estas líneas ya hay más dos millares de patriotas que han firmado en Change.org para que al apolíneo Dios de las pelotas y papá por subrogación se le perdone la deuda y pueda así seguir vistiendo la gloriosa camisola blanca con el estampado de la aerolínea de los muy democráticos Emiratos Árabes. Emocionante también, la defensa a escuadra de Florentino Pérez, ese otro enorme prohombre nunca suficientemente bien ponderado. Merece igual encomio el férreo apoyo de la ejemplar prensa de orden —Del Marca al ABC, pasando por la hoja marhuendera—, que ha dejado muy claro en sus portadas que el (como mucho) pequeño despiste de Cristiano nada tiene que ver con el antipatriótico desfalco de la Hacienda hispana perpetrado por determinado mercenario argentino enrolado en las filas del separatismo futbolero. Hasta ahí podíamos llegar. Hics.

Matones consentidos

Además de elevarnos la bilis hasta las orejas, el episodio del cagarro humano que hostió impunemente a un chaval mientras le escupía fascistadas nos ha enseñado varias cosas. Para empezar, que el Código Penal español es una mierda pinchada en un palo. ¿Cómo es eso de que hay que buscarse recovecos judiciosos para tratar de emplumar al matón porque lo que han visto y oído millones de personas no es perseguible de oficio y debe mediar denuncia de la víctima? Parece, además, que tal despropósito reza para la paliza, para las humillaciones verbales, para la grabación y la difusión del vídeo y para las nauseabundas bocachancladas posteriores del tipo jactándose de su hazaña. Eso, sin entrar en el kilo y pico de situaciones en que sabemos que no se ha actuado así porque concurrían otro tipo de circunstancias geográficas y/o ideológicas.

Claro que hay una inmoralidad previa aún mayor. El montón de carne anabolizada que se ha anotado una muesca más en su bíceps tiene un interminable historial de acciones similares, lo mismo que la panda de fachuzos descerebrados que lo acompañan. Sin embargo, y aunque la lían por donde pisan, se mueven tan ricamente de aquí para allá y acceden sin problemas a los estadios de fútbol, rodeados de un dispositivo policial que, tócate de nuevo los pies, pagamos los ciudadanos a escote.

En el caso concreto que nos ocupa, a lo anterior hay que añadir que estos fulanos dicen ser aficionados del Betis. Como los que jalean al siete veces imputado por violencia machista Rubén Castro o al neonazi ucraniano Roman Zozulya mientras el resto de la hinchada y el club silban a la vía.

Trabajo de florero

Incómoda cuestión, la que suscita la modelo Sandra Martín en estas mismas páginas. “Lo discriminatorio es que te quiten el trabajo de azafata”, afirmaba en referencia a la supresión en algunas pruebas deportivas de las entregas de premios a cargo de mujeres. Aquí empieza el terreno para las precisiones. Cualquiera con dos ojos, memoria y la voluntad de no hacerse trampas en el solitario sabe que no hablamos de mujeres en general. Para participar en esas ceremonias es preciso responder a unos determinados cánones físicos y, en no pocas ocasiones, acceder a llevar un atuendo que resalte tales características. En cuanto al papel en el podio, y si bien hay diferencias en función de las modalidades deportivas —en las de motor es un punto y aparte—, diría que caben pocas discusiones. Es meramente ornamental y con frecuencia roza la sumisión.

Hasta algunos de los llamados al agasajo —el que más claro ha hablado es el ciclista Mikel Landa— se sienten incómodos con en ese trato y abogan por erradicarlo. Me resulta increíble que a estas alturas haya, sin embargo, quien defienda la permanencia del patrón casposo. Y mucho más, cuando no es descabellado pensar en una solución que, salvo a los que quieren que las competiciones incluyan de propina la exhibición carnal, puede ser satisfactoria para todo el mundo. Incluyo ahí a Sandra Martín y a sus compañeras, que podrían seguir en el desempeño de su oficio compartiéndolo con otras mujeres y otros hombres a quienes no se exigiera una presencia física determinada. Solo la aptitud imprescindible para un trabajo que, efectivamente, no es ni mucho menos una filfa.