Auténticos autónomos

Celebro que el Tribunal Supremo haya establecido en una sentencia de las que crean jurisprudencia que los repartidores de Glovo son trabajadores por cuenta ajena a todos los efectos. Otra cosa es que mi escepticismo incurable me lleve a temer que la compañía encontrará el modo de salirse con la suya; un contrato laboral puede ser perfectamente precario, como bien sabemos. Por lo demás, hay un par de reflexiones que quizá cabría plantearse sobre el fondo de este caso. La primera es muy obvia y apela a la hipocresía de quienes se echan las manos a la cabeza por las condiciones a las que se somete a los currelas de esta u otras empresas del pelo pasando por alto su complicidad al hacer uso de sus servicios.

La otra cuestión es quizá más sutil, pero nos retrata muy bien como sociedad que da por descontado que ciertos colectivos tienen menos derechos que otros. Lo que nos escandaliza de los falsos autónomos es la realidad diaria de los auténticos autónomos. Incluso con las cuatro birriosas mejoras que se han introducido recientemente, la mayoría de las personas que trabajan por cuenta propia carecen de los derechos que consideramos básicos cuando la relación es con una empresa o un empleador. Sorprendentemente —o no—, a los campeones mundiales de las denuncias de las desigualdades se les escapa esta.

Crisis a la vista

Si no fuera por la rabia y la impotencia que provoca, tendría su punto cómico. Lo de anunciarnos las crisis por entregas, digo. Tengan la absoluta certeza de que nos va a caer otra porque los signos son un calco, casi una caricatura, de la vez anterior. Empiezan con un datito vago, siguen con media docena de indicadores que dan mala espina, un puñadito de desmentidos nada convincentes, un ramillete de correcciones de crecimiento a la baja o, por quedarnos en la fase en la que estamos, un llamamiento a ir apretando los esfínteres. A partir de ahí, efectivamente, toca rezar lo que sepamos y pedir que la guadaña se cebe con nosotros lo menos posible. Pero sí, dense —démonos— por jodidos: viene otra temporada de vacas flacas, o sea, de vacas convenientemente adelgazadas.

Les juro que soy muy poco dado a las teorías de la conspiración. Sin embargo, cuesta mucho no pensar mal cuando ves cómo se repite por enésima vez una coreografía que apesta a profecía que se cumple a sí misma. Anuncian que va a ocurrir y, efectivamente, ocurre, ensañándose siempre en los mismos, o en los siguientes en la lista, y pasando sin siquiera rozar a otros que, por lo visto, no nacieron para martillos. Ojo, que no necesariamente hablo de Ortegas, Roigs y demás archimillonarios. Unos cuantos escalones más abajo, hay una porción de suertudos sociales, es decir, económicos —muchos de ellos, los que más van a poner el grito en el cielo— que no solo se libran sistemáticamente del tantarantán, sino que les vendrá de perlas que bajen los viajes, los adosados, los coches, los gintonics y las raciones de ibéricos. Los demás, pónganse a temblar.

Inseguridad, desigualdad

Las concentraciones de repulsa se parecen cada vez más a la palangana de Poncio Pilatos. Unos van a lavarse las manos, otros se despiojan la conciencia, y los hay que aprovechan para marcarse un dos por uno. Total, son cinco minutos en silencio con el gesto estudiadamente compungido y, si cabe, unas palabras de repertorio para que se las lleve el viento hasta la próxima vez que toque participar en el ritual. Ayer fue en la capital de Euskadi, en memoria de Pilar, la mujer de 75 años que falleció el martes después de haber sido salvajemente agredida la antevíspera en su portal por dos tipos que la asaltaron para robarle.

Aquí ya espero al primer ser angelical que se me eche a las teclas para precisarme con severidad que la causa última de la muerte fue un ictus y que es técnicamente imposible relacionarla con las lesiones. Vamos, que no debemos precipitarnos en establecer actos y consecuencias, que todo pudo ser pura coincidencia, una fatalidad, una de esas crueldades que nos depara el destino. En resumen, cosas que pasan en las mejores familias, en las sociedades más avanzadas y prósperas, hechos aislados, incluso aunque se repitan en bucle, tan lamentables como inevitables, por los que no cabe culpar a nadie. Ni insinuarlo, ojo, no vaya a ser que caiga sobre uno la retahila de acusaciones que ustedes y yo estamos pensando.

Me pregunto, con poca esperanza, lo confieso, si alguna vez seremos capaces de romper esta perversa espiral de hipocresía autocomplaciente. ¿Tan difícil es ponerse de verdad de parte del débil, que es la víctima? ¿Por qué no vemos que la inseguridad es una de las peores formas de desigualdad?

Por ser Rufián

Más palomitas, por favor, que esto se pone interesante. ¿Dos diputados a la greña? Se preguntará qué tiene eso de particular o de novedoso. En realidad, nada de lo primero y nada de lo segundo, pero aun así, si aplicamos la moviola (ahora, el VAR), en el lance entre sus ilustres señorías Rufián y Escudero podemos apreciar mucho más que un intercambio de coscorrones dialécticos o que la enésima refriega por un minuto de atención mediática. Incluso tras la disculpa de Rufián, les diría que el episodio contiene el croquis a escala real de la inmensa impostura que nos asola. Repasemos los hechos:

“Palmera”, motejó el culiparlante dicharachero de ERC a quien, en efecto, había demostrado haberlo sido en aquella comparecencia en la que Aznar vertió aguas menores y mayores sobre casi todos sus interrogadores. Pero, por lo visto, no se quedó en la carga de profundidad verbal, más bien poco ofensiva para lo que acostumbra el individuo en cuestión. Al dardo dialéctico siguió un guiño de ojo —me abstengo de calificarlo— que fue lo que encocoró a la escañista del PP y le hizo responder a la afrenta con otra: “¡Imbécil!”

Como primer ejercicio, les propongo ver cómo han narrado el sucedido los medios cercanos y/o simpáticos a uno u otra. Una tontuna sin más recorrido, según los (digamos) progresistas. Un ataque intolerable de un machista miserable, según los (digamos) conservadores. Ahora todo lo que tienen que hacer es imaginar los mismos hechos con las siglas cambiadas. A estas alturas, el guiñador sobrado encabezaría la lista de machirulitos infectos y vomitivos. Pero como es Rufián, ella se lo ha buscado.

Cumpleaños de la Reforma

Seis años de la Reforma laboral del PP, nada menos. Y para conmemorarlo, deslucidas manifestaciones aquí y allá, más prueba de la derrota que del espíritu de lucha. Echen atrás la moviola y recordarán calles atestadas de santa indignación con la promesa de no sé qué estallido social al que le quedaban entre diez minutos y un cuarto de hora. Cuánta bendita ingenuidad rentabilizada por oportunistas avispados que supieron convertir el cabreo en una poltronilla para sus culos. Un saludo desde estas líneas a los profetas de cuarenta dioptrías que en aquellos días de rabia vaticinaron no ya la revuelta de la plebe que les acabo de mentar, sino la caída con estrépito del capitalismo al completo. Crisis sistémica, decían los muy cachondos, haciendo su cuento de la lechera. En lo que toca a España, se iban a ir por el desagüe de la Historia el bipartidismo, la monarquía borbónica y la economía de mercado. Lo primero, puede que haya ocurrido, pero si ven el resultado práctico actual y el que parece que se anuncia, con los naranjas pillando mucho cacho, el cambio ha sido a lo Lampedusa.

La Reforma que da origen a estas líneas es el perfecto resumen de lo que les digo. Prometió Soraya Sáenz de Santamaría al anunciarla que supondría un antes y un después. Y tal ha sido. En esta media docena de años, con la llamada crisis como coartada, se ha aprovechado para hacer una limpia a fondo del patio laboral. El resultado evidente ha sido convertir en crónico un nivel de precariedad que no se conocía desde mediados del siglo XX. Pero si miran los números de consumo, verán que en realidad que todo sigue igual. ¿Por qué?

Sobre el voto alemán

¡Oh, uh, ah! Rasgado ritual de vestiduras con doble tirabuzón y gestito zalamero de escándalo porque la ultraderecha ha entrado en el parlamento alemán por primera vez desde el fin del nazismo. Demasiada bronca para menos del 13 por ciento de los votos, por mucho que la endeblez de las otras listas, empezando por la supuestamente izquierdista fetén, genere el espejismo de convertir a Alternativa [ejem, ejem] por Alemania en tercera fuerza del Bundestag. El único efecto real de los aproximadamente 90 escaños cosechados es dejarle las cosas a Merkel en mandarín para conseguir una mayoría de gobierno suficiente, una vez que los hostiados socialdemocrátas del revulsivo Schultz han jurado que se van a la oposición. Por lo demás, ni siquiera está claro que los electos en la candidatura populista vayan a ir todos a una, cuando su propia presidenta ha renunciado al acta al tiempo que denunciaba el “carácter anárquico” de la cuadrilla que presuntamente lidera.

Quizá sea ahí donde debamos fijarnos antes de exagerar la nota. No estamos hablando de una formación poderosa con estructuras inquietantes, sino de una jaula de grillos a cada cual más friki, ególatra o, directamente, carne de frenopático. La pregunta correcta, opino humildemente, es por qué una organización así es capaz de atraer el voto de buena parte de la población alemana con menores ingresos. ¿Qué hace que los más pobres, es decir, los más empobrecidos, se abracen a este tipo de opciones? Si la respuesta, especialmente de los que no pasan apreturas, es que son unos racistas insolidarios, es probable que en las próximas elecciones sean más.

La guerra del taxi

Tengo para no olvidar los cachetes autosuficientes que me llovieron del sector más chic por haber escrito que Uber era una sanguijuela empresarial de la peor especie. Por entonces, empezábamos a oír hablar de la cosa por estos andurriales, y lo que se llevaba era presentarla poco menos que como una oenegé que había venido a ayudarnos a retirar coches del asfalto por el bien del medio ambiente y la movilidad. Plataforma de transporte colaborativo, se cacareaba, y hasta parecía que colaba, cuando cantaba La Traviatta que se trataba de unos vivales que habían dado con la piedra filosofal. Se habían convertido en imperio del taxi sin tener ni un solo vehículo ni un solo conductor en nómina. Por supuesto, libres de pagar las carísimas licencias, los impuestos correspondientes y hasta los seguros de rigor para llevar y traer pasajeros. Para más inri, por esos birlibirloques perfectamente legales, los cuatro duros en tributos que sí apoquinan se marchan a Haciendas lejanas.

Afiliados impepinables a lo negro o a lo blanco, ahora que ya ha quedado el trile al descubierto, lo que se estila es pedir la prohibición incondicional de Uber y otras compañías del pelo para defender al sector tradicional. Opina servidor que ni tanto ni tan calvo. Cualquiera diría, para empezar, que hemos olvidado o que damos por buenos los abusos sin cuento que hemos sufrido en el tiempo del monopolio de la bajada de bandera. Hay una solución que uno juzga más razonable: igualdad escrupulosa de condiciones en materia de contratación, impuestos, seguros y cualquier otra obligación, y venga a la carretera a ganarse la clientela.