Cumpleaños de la Reforma

Seis años de la Reforma laboral del PP, nada menos. Y para conmemorarlo, deslucidas manifestaciones aquí y allá, más prueba de la derrota que del espíritu de lucha. Echen atrás la moviola y recordarán calles atestadas de santa indignación con la promesa de no sé qué estallido social al que le quedaban entre diez minutos y un cuarto de hora. Cuánta bendita ingenuidad rentabilizada por oportunistas avispados que supieron convertir el cabreo en una poltronilla para sus culos. Un saludo desde estas líneas a los profetas de cuarenta dioptrías que en aquellos días de rabia vaticinaron no ya la revuelta de la plebe que les acabo de mentar, sino la caída con estrépito del capitalismo al completo. Crisis sistémica, decían los muy cachondos, haciendo su cuento de la lechera. En lo que toca a España, se iban a ir por el desagüe de la Historia el bipartidismo, la monarquía borbónica y la economía de mercado. Lo primero, puede que haya ocurrido, pero si ven el resultado práctico actual y el que parece que se anuncia, con los naranjas pillando mucho cacho, el cambio ha sido a lo Lampedusa.

La Reforma que da origen a estas líneas es el perfecto resumen de lo que les digo. Prometió Soraya Sáenz de Santamaría al anunciarla que supondría un antes y un después. Y tal ha sido. En esta media docena de años, con la llamada crisis como coartada, se ha aprovechado para hacer una limpia a fondo del patio laboral. El resultado evidente ha sido convertir en crónico un nivel de precariedad que no se conocía desde mediados del siglo XX. Pero si miran los números de consumo, verán que en realidad que todo sigue igual. ¿Por qué?

El relato de Carmena

Probablemente, lo que cuenta (Santa) Manuela Carmena sobre la empresa de su marido sea cierto. Al primer bote, desde luego, suena a una de tantísimas desgraciadas historias que han ocurrido al calor —es decir, al frío polar— de las vacas flacas. La compañía número ene que después de haber ido viento en popa se da de morros con la realidad y cae en picado sin que los heroicos esfuerzos de sus propietarios logren impedirlo. Al final del final, la decisión más dolorosa, la que se trataba de evitar a toda costa: el despido de los trabajadores y las trabajadoras… de acuerdo con las condiciones que establece la legalidad vigente. En este caso, ¡ay!, la perversa reforma laboral del Partido Popular. Pero qué se le va a hacer. Como cantaba Gardel, contra el destino nadie la talla.

Queda por encajar en el relato lo de las contrataciones mercantiles en lugar de laborales, con lo mal vista que está tal práctica entre los que los guardianes de la ortodoxia que nos amenizan las mañanitas. Dejando ese detalle —y otra media docena— al margen, insisto en que estamos ante la narración verosímil y hasta humanamente comprensible de una fatalidad que las mejores intenciones no han podido evitar por más que se luchara con uñas y dientes.

Llama la atención, eso sí, lo poco que se parece la reacción indulgente y justificatoria a la que nos encontramos en casos prácticamente idénticos. Esta vez se han dado la vuelta los papeles. Allá donde suele haber un empresario sin alma que se quita de encima a los trabajadores como si fueran chinches, tenemos un bondadoso empleador y unos pérfidos currelas. Curioso, ¿no creen?

Medios públicos, ¿seguro?

La Radio Televisión pública madrileña acaba de confirmar la patada a 860 trabajadores. Se salvan 300, buena parte de ellos, cargos directivos, que ya se sabe que las cuchillas tienen ojos. En la autonómica valenciana, Canal Nou, hay otros 900 a punto del amargo caramelo del Inem. Con menos ruido pero igual dolor, en los últimos meses han ido cayendo entre la mitad y tres cuartas partes de las plantillas de los medios públicos de Asturias, Baleares o Castilla-La Mancha. Los demás entes pagados a escote por la ciudadanía, incluido el que nos es más cercano, han sufrido sucesivas curas de adelgazamiento —así se dice ahora— a la espera del big one, o sea, el tantarantán los deje en la raspa.

Lo tremendo es que en algunos (pío, pio; txio, txio) se lo siguen tomando como si el asunto no fuera con ellos y no han dejado de pulirse pastones de escándalo en pijadas tan aparentes como superfluas. O en tener contentos y recontentos a los niños buenos que han rezado primorosamente las oraciones del régimen, es decir, de los regímenes, que hay quienes dominan todo el repertorio. Se ve que la inercia puede más que la evidencia, y ya puede estar a las puertas Paco con la rebaja, que no se mudarán ni los comportamientos ni los vicios adquiridos, entrenados y, hasta la fecha, impunes.

Sé que, como en la columna de ayer, vuelvo a salirme del carril de lo bien visto, pero lo cortés no quita lo atrevido. Inmediatamente después de la solidaridad con los que se quedan a la intemperie, y sin olvidar que en el sector privado la sangría ha sido infinitamente más cruel, me brota una pregunta: ¿de verdad nadie tenía claro que la fiesta acabaría exactamente así?

Por desgracia, se llora no ya lo que no se supo defender, sino lo que no se quiso defender. Con sus matices, ninguno de los medios en liquidación y derribo fue jamás realmente público. Mientras la noria giraba, qué poco importó ese detalle, sin embargo.

Periodismo comprometido

Caen —caemos— como moscas. Ayer hincó la rodilla la revista Don Balón, en otro tiempo cartilla Palau de los que tuvieron que cambiar muy pronto el pupitre por el andamio o el torno. Los de mi generación no me dejarán por mentiroso: llegaba a los kioscos en paquetes de a cincuenta y como te hubieras entretenido diez minutos en la cola del pan, te quedabas esa semana sin la dosis de Cruyff, Santillana o el breve de Dani o Satrustegi. Con suerte, un amigo te la mercaba en la capital o conseguías hojear un ejemplar con chorretones de grasa y aroma a Farias en el tasco de la esquina. Pero del pasado esplendoroso no se vive. Andando los años, los ciento y pico plumillas que llegó a tener mermaron hasta los doce que acaban de ver la persiana cayendo como una guillotina.

Son los últimos (o tal vez a esta hora los penúltimos) de la interminable lista de curritos de la comunicación que de la noche a la mañana se han encontrado a la intemperie. Faltan dedos para hacer inventario de todas las cabeceras que se han ido al guano en un par de vueltas al calendario. Sólo en lo que va de este mes puñetero y cabrón, además de despedirnos de la biblia futbolera y del Xornal de Galicia, hemos visto caer la sigla maldita —ERE— sobre Público, El Economista, los diferentes diarios Sur y hasta la recién creada 10 Televisión (¡Vocento!), que traza el mismo camino de la efímera Veo de Pedro Jota Ramírez. Son un suma y sigue tremebundo de las situaciones en Prisa (2.000 despidos, que se dice pronto), Cope, La Razón o las incontables pequeñas emisoras y minipublicaciones borradas del mapa aquí o allá.

La Asociación de la Prensa, que tampoco se ha caracterizado nunca por una defensa berroqueña del gremio, calcula que entre pitos y flautas la sangría se puede poner pronto en 10.000 patadas en el culo. Y me parece precio de amigo. Habrá alguien aún que pida un periodismo comprometido y valiente. Ya.

El informe Urgell

Si me pongo a hacer cuentas, seguro que me salen en un tris más de 150 amigos, conocidos o simplemente colegas del gremio que en los últimos dos años han acabado en la puñetera calle y ahí andan muriéndose del asco y sintiéndose juguetes rotos. También ellas y ellos vivían a la sombra del txori, con la peculiaridad de que en sus nóminas y en sus finiquitos de risa el sello y la razón social que figuraban eran los de cualquiera de las productoras que en el mismo viaje se han quedado al pairo en estos veintipico meses funestos. Los cito porque en estos tiempos en que cada cual bastante tiene con preocuparse por su culo, la sangría incesante ha fluido -y sigue fluyendo- en un silencio que debería parecernos atronador si nos quedara conciencia.

En la búsqueda de culpables de este crimen casi perfecto podría conformarme con la explicación más fácil y cargar todo el mochuelo en las resbaladizas espaldas de la escuadrilla de exterminadores y/o baldragas de la comunicación que operan desde la planta noble del rancho grande. Su lista de fechorías y disparates es, efectivamente, ancha, profunda y escandalosamente evidente. El letal combinado de ignorancia y mala intención que guía sus acciones ha tenido mucho que ver en el cruel desmantelamiento del sector audiovisual vasco que, dicho sea de paso, jamás fue exactamente Hollywood. Pero, salvo que nos pongamos anteojeras, no podemos atribuir el estropicio en exclusiva a los grisparduzcos gestores actuales de EITB.

Sólo hay que alejar la vista del ombligo público y parapúblico para comprobar que esto de contar cosas o entretener al personal se está poniendo imposible. Hasta los abusones del barrio se hincan de rodillas y lanzan por la ventana toneladas de carne de plumífero. Los únicos medios libres de ERE son los que ya han cerrado.

La moraleja de este cuento de terror inspirado por el Informe Urgell se la dejo a ustedes. A ver si la encuentran.