Para delirio, lo de Alsasua

Qué oportuno, Rajoy hablando de delirios autoritarios en relación a Catalunya, apenas 24 horas después de que sus terminales judiciosas en la Audiencia Nacional hayan pedido descomunales penas de cárcel para los presuntos autores de la paliza —yo no lo diré de otro modo— a dos guardias civiles en Alsasua. 62 años para uno, 50 para otros seis y 12 y medio para la que, hay que joderse, sale mejor librada. ¿Quién delira ebrio de autoritarismo norcoreano en este caso? Por desgracia, los únicos que tienen la capacidad para hacerlo. Suyas son las leyes y suya, la facultad de retorcerlas hasta donde les salga del níspero.

Impotentes, los escandalizados espectadores clamamos que no es justicia sino venganza y nos quedamos patéticamente cortos. Ni siquiera lo hacen por resarcirse de la vieja afrenta. O no solo. Simplemente, les pedía el cuerpo un escarmiento ejemplarizante y se han pegado el capricho de darlo en las carnes de los primeros pardillos que les han salido al paso. Para que se vea quién sigue mandando aquí, como aviso a navegantes y, de propina, como provocación a ver si alguien muerde el cebo y tenemos unos sanfermines calentitos, como aquellos de hace 39 años.

Echa uno de menos en este lance, igual que en tantos, a los campeones siderales de la democracia y el requeteprogresismo molón. Quizá es que en mi tele ponen otra cosa, pero no veo a la siniestra exquisita montando el cristo en los programas postureros que ustedes y yo sabemos. Como exceso, una leve queja a media voz o un tuit de aluvión envuelto en burbujitas de plástico, no nos vayan a confundir con los malos. ¡Vaya con la revolución!

Hartura infinita

Necesito que alguien competente me diga ante quién he de rendirme porque lo haré. Con armas, con bagajes, con la promesa de portarme bien en los próximos milenios, con lo que me exijan. Lo que sea, con tal de dejar de padecer esta inmensa tortura que me acosa desde que abro un ojo hasta que cierro el otro. Y aun en los sueños más profundos, la maldición está ahí, llenándome de desasosiego, envenenándome el alma, sumiéndome en una sombría impotencia que no superaré así me harte de Prozac y Jabugo.

¿La inevitable investidura de Rajoy tras casi un año de tracatrá? ¡Ja! Eso lo llevo perfectamente. Una broma inofensiva al lado de la persecución por tierra, mar y aire con cada ínfimo detalle del rodaje en Zumaia de la omnipresente serie televisiva cuyo título no pienso escribir. Qué hartura, oigan, en este y otros dignísimos medios con las idas, las venidas, los dimes, los diretes y lo que se tercie de los protagonistas de la cosa. Bueno… De ellas y ellos, y hasta de los primos segundos del penúltimo figurante. Que si han comido acá, que si han cenado allá, que si han merendado acullá… Falta, y espero no estar dando ideas, la lista de deposiciones —incluyendo cantidades, tonalidades y texturas— de los tales Jon Nieve, Khaleesi, Tyrion y resto del reparto y/o equipo técnico hasta quinto grado de parentesco.

Ahora en serio. Comprendo totalmente la relevancia económica, turística y, desde luego, informativa que implica haber sido elegidos como escenario del fenómeno audiovisual del momento. Asumo que es un hecho comunicativo de primera magnitud. Pero juraría que nos estamos pasando un par de pueblos.