Otro Día de la Memoria

Este Día de la Memoria es el de la marmota. Desde que se instauró en 2010 bajo el gobierno de Patxi López sostenido por el PP y con el Parlamento incompleto, la palabra división ha aparecido invariablemente en los titulares. En algún caso se llegó a conseguir una foto más amplia, pero, en general, los actos de recuerdo se han celebrado siempre a falta de siglas y sensibilidades. Supongo que lo tenemos lo suficientemente asumido como para ni siquiera perder un segundo en el lamento.

Es lo que hay. Allá quien quiera engañarse a estas alturas. Como acabamos de comprobar bien recientemente, a todo lo más que se llega es a la obviedad de “El sufrimiento de las víctimas nunca debió haberse producido”. Evitando expresamente la mención de los responsables concretos de la inmensa mayoría de ese sufrimiento. Y para lo que debería ser pasmo general, con aplausos de despistados e interesados amnésicos que se tragan la representación teatral. Perdón, quería decir la patada en el hormiguero para ponerse otra vez en el centro, como no tuvo reparos en reconocer con el desparpajo habitual el productor, guionista y protagonista de la función.

Con todo, y añadiendo aún que se trata de una fecha ensartada con calzador en el calendario, sigue mereciendo la pena dedicar un tiempo de esta jornada a mirar hacia nuestro pasado imperfecto. Solo para, valga la paradoja, tenerlo presente. Quizá proceda también esforzarse para que no se trate de un trámite para la galería que se resuelve con unas palabras, unas flores, un minuto de silencio y unos aplausos de cierre. Pero eso es ya una cuestión estrictamente personal.

(Otro) Día de la Memoria

El día de la Memoria es cada vez más el día de la marmota. A tal punto, que según he anotado la frase anterior, he tenido la impresión de haberla escrito antes. Y aun así, pese a esa sensación de estar girando en un bucle infinito, sigue resultando conveniente dejar que el calendario nos obligue a hacer un alto en el camino, aunque sea de trámite, para mirar atrás con la menor cantidad de ira que nos sea posible. En este sentido, debo reconocer que yo todavía no he sido capaz de desprenderme de unas cuantas garrafas de bilis hirviente, no tanto por lo que pasó, sino por el descaro con que se le quita hierro, se niega, se justifica o, directamente, se glorifica.

Me hace gracia, por lo demás, que la conmemoración llegue en medio de una especie de borrachera de productos audiovisuales sobre el asunto. Se diría que los años del plomo se han convertido, como pasó (y pasa todavía) con la guerra civil, en materia para un entretenimiento con pedigrí o la captación de audiencias. No me quejaré por ello. Pienso sinceramente que se han hecho películas de ficción, series y documentales muy interesantes, aunque cada título tienda a enseñar la patita de un modo más o menos grosero. Gajes, supongo, de la dichosa batalla del relato que, como ya sabemos, nos seguirá acompañando por los siglos de los siglos.

Otro desmarque del PP

Desde que, en los tiempos del parlamento incompleto por imperativo legal, el Gobierno de Patxi López instituyó el Día de la Memoria, he cumplido el trámite de escribir en todas y cada una de las ediciones sobre este peculiar brindis al sol. De vísperas, en la jornada o, como hoy, a toro pasado. Un repaso cronológico de esos desahogos arroja como resultado quintales de melancolía veteada de cierta irritación. Nada parece haber cambiado. Flores, pebeteros, discursos, gestos de estudiada solemnidad y, por supuesto, desmarques.

Este año, en singular: desmarque. Ha sido de nuevo la menguante quinta fuerza política del país, el PP, la que ha hecho mutis bajo el intelectualmente perezoso pretexto de que el homenaje se creó solo para las víctimas del terrorismo. Y ahí, aunque meten para hacer bulto a las del GAL y el Batallón Vasco Español, es evidente que se refieren exclusivamente a las de ETA. Sostienen los ahora comandados por el regresado Alfonso Alonso que la inclusión de cualquier otro sufrimiento que no sea el genuino, el homologado por la Denominación de Origen del Dolor, incurre en perversa equiparación y no están dispuestos a pasar por eso.

Somos lo suficientemente mayorcitos para tener claro que tras tan endeble argumentación  —casi insulto a la inteligencia y, desde luego, a las personas que han sido objeto de daño injusto— no hay más que marketing politiquero. Desnudo sin ETA, como reconoció la laminada antigua presidenta, Arantza Quiroga, y con el resto de mensajes cogidos por otras siglas, el PP vasco ha decidido seguir explotando las rancias martingalas constitucionalistas. Así les va.

(Otro) día de la memoria

El Día de la Memoria empieza a ser el de la marmota. Con este, van ya seis años en los que, matiz arriba o abajo, hemos vuelto a ver, escuchar y, por lo que a los de mi oficio toca, contar prácticamente lo mismo. Incapacidad para la unidad entre los partidos, desmarques, acusaciones cruzadas de utilización de las víctimas o de hipocresía, intentos de monopolizar el sufrimiento… La tentación del hastío es demasiado grande. Eso, entre los que todavía estamos dispuestos a dedicar tiempo, neuronas y energías a un asunto del que el común de los paisanos —pregunten a sus vecinos en el ascensor— ni siquiera llega a tener conocimiento. Y si lo tiene porque en los medios nos empeñamos en dar la chapa, el interés alcanza la millonésima de segundo necesaria para poner la mente en blanco y hacer que las palabras y las imágenes resbalen sin dejar el menor poso.

Claro que tampoco hemos de fustigarnos por eso. Mil veces he escrito, y con esta, mil una, que ese desinterés no necesariamente responde al egoísmo o a la falta de sensibilidad de todos los que lo manifiestan. En más de un caso, diría incluso que es síntoma de que, sin necesidad de tanto palabro buenrollista y tanta prosodia, una parte considerable de esta sociedad ya está practicando eso sobre lo que no dejamos de teorizar. A falta de un término mejor, normalidad se llama.

Por lo demás, sigo pensando que la instauración de esta conmemoración no fue una idea muy brillante, y que el bienintencionado esfuerzo por mantenerla conduce a aumentar el caudal común de la melancolía. A pesar de todo, aprecio sinceramente algunos de los gestos que se han dado.

La memoria… selectiva

Les propongo una encuesta de urgencia: pregunten a las personas que tengan ahora mismo a su alrededor —y si procede, a sí mismos— si saben qué es el Día de la Memoria y cuándo tiene acomodo en el almanaque oficial. Salvo que estén en el Parlamento vasco, en la sede de un partido o quizá en la sección de Política de un medio de comunicación (solo quizá), lo más probable es que la respuesta mayoritaria sea un soberano encogimiento de hombros. A lo mejor hay quien, tirando por elevación del enunciado, se aproxime a aventurar algo que remotamente tenga que ver con el sentido de la jornada, pero salvo sorpresa mayúscula, el resultado del sondeo será un no sabe / no contesta de dos pares de narices.

Esa es la gran paradoja que, a fuerza de repetirse, deja de serlo: se instituye una fecha para luchar contra la amnesia y se nos olvida qué teníamos que recordar. Y la cosa es que esto viene de anteayer, como quien dice. La primera vez que se conmemoró (y que resultó un fiasco) fue en 2011, cuando Patxi López llevaba la makila con la ayuda del hoy banquero Antonio Basagoiti. En el paritorio original estaba previsto que la criatura tuviera uno de esos nombres alcurnieros de más de una línea: Día de la Memoria de las Víctimas del Terrorismo de ETA. Pero la transversalidad, el disimulo y esos complejos onomásticos tan característicos por aquí arriba fueron tirando de tijera. Primero se eliminó “de ETA”, luego “del terrorismo” y, finalmente, “de las víctimas”. No me cuesta trabajo imaginarme a algún sabio salomónico diciendo: “Bah, lo dejamos en Día de la Memoria y que cada cual lo entienda como quiera”.

Ese libre albedrío interpretativo ha dado como fruto en los dos últimos años un salpicón de homenajes donde cada pebetero significaba cosas diferentes, incluyendo nada. Y este domingo, que se reedita el ceremonial, habrá de nuevo una retahíla de actos a los que acudir… o no. Triste panorama.

Memoria e indiferencia

Mañana, tercer Día de la Memoria, conmemoración de plexiglás embutida con calzador en el calendario oficial en los primeros compases de la ya extinta mayoría pepesocialista. La instauración venía de serie entre la letra y el espíritu de vendetta del Acuerdo de Bases, ese Zotal firmado y sellado con que pretendieron desinfectarnos… con el éxito que se acaba de ver en las elecciones de hace tres semanas. Si las dos ediciones precedentes resultaron un esperpento que contribuyó a embarrar el patio más de lo que estaba, la presente podrá figurar en las antologías del absurdo y por el mismo precio, en las de la inmoralidad política.

Y suerte que, por supuesto tarde y mal, Arantza Quiroga ha caído en la cuenta de que a estas alturas es tan presidenta del parlamento vasco como servidor Mister Universo y ha cancelado su sarao. ¿Qué narices pintaba una cámara reducida a espectro montando un convite que para colmo volvía a ser un homenaje con derecho de admisión y lista negra? Ya se entendía lo justo que un Gobierno con la fecha de caducidad a punto de vencer buscara unas fotos semipóstumas convocando el acto institucional correspondiente.

Nos libra del estrambote el hecho constatable de que ya hace un rato estas cuestiones han dejado de preocupar al personal. Apuesto —y seguro que gano— que muchos lectores se están enterando de los chuscos episodios en estas mismas líneas. Puede que alguna vez nos hiciéramos ilusiones de construir una memoria no exclusiva donde cupiera cualquier forma de dolor independientemente de su procedencia. Ahora ya sabemos que en materia de sufrimiento cada cual se barre su parcela y, si le apetece, que suele ser que sí, deja la porquería resultante en las de los demás. Quizá lo normal habría sido cabrearse con tirios y troyanos y montarles un buen pollo por su intolerable comportamiento. Hemos optado por la indiferencia y que les vayan dando a los unos y a los otros.

Todas las víctimas (II)

Pueden evitarse la lectura de esta columna. Es la misma de ayer, con el IVA actualizado de frustración y estupor por el espectáculo que nos arrojaron a la cara en la policonmemoración desacompasada de lo que llaman, qué atrevimiento, Día de la Memoria. Habrán notado que en la frase anterior falta un sujeto: ¿quién o quiénes fueron los que nos hicieron ese inmenso desprecio? Podría refugiarme en expresiones como “los políticos” o, afinando más, “nuestra clase política”. Renuncio a ello deliberadamente como huyo, salvo error u omisión, de cualquier generalización que haga tabla rasa o saco único. Ya baja lo suficientemente cumplido el caudal universal de las injusticias como para añadir unas gotas gratuitas.

Mírese cada cual la alforja donde lleva la conciencia y concluya si tuvo esa altura de miras que tanto y tan desafinadamente se cacarea. Ni siquiera pido una confesión pública con propósito de enmienda. Ya sé que es más fácil prescindir de un principio que de un voto. Bastará (y si no, también) que hagan un leve ajuste de cuentas consigo mismos y le digan a su Pepito Grillo interior si, en nombre de esas víctimas —cualesquiera— que decían honrar, tuvo algún sentido lo que hicieron… o lo que dejaron de hacer.

¿A qué vino convertir una corona de flores en un panfleto de propaganda con olor a autoafirmación revanchista? ¿Qué mente perversa parió ese galimatías con envoltorio de declaración institucional en que, tratando de contentar a tirios, troyanos y lacedemonios, se consiguió disgustarlos a todos? ¿Por qué cada institución pareció participar en un concurso de quién homenajea mejor y con mayor solemnidad? ¿Por qué hablan los que deben guardar silencio y callan los que hace un buen rato deberían haber alzado la voz? ¿Tanto cuesta, sin más pero también sin menos, respetar el dolor y el sufrimiento sean cuales sean los dardos que los provocaron? La memoria, claro, es selectiva.