Reflexión ausente

Nos hemos puestos tibios —yo el primero— de atizar al PP por su autocrítica a la remanguillé, pero no le hemos dedicado ni un párrafo a Unidas Podemos, la otra formación que salió de la última cita electoral con politraumatismos de pronóstico reservado. No descarto que me vengan con lo de mis parafilias y mis parafobias, pero como decían en los cómics de mi infancia, que me aspen si la pérdida de 29 escaños no es una morrada de pantalón largo.

De aquellos 71 que le empujaron a Pablo Iglesias a pedirse una vicepresidencia, el CNI y no sé cuántos ministerios, los morados aliados con (o lastrados por) Izquierda Unida se han debido conformar con los 42 mondos y lirondos que resultaron del escrutinio del domingo. Uno más, por cierto, de los que le otorgó el CIS de Tezanos, provocando la marichulada soberbia del residente en Galapagar: “Las encuestas están hechas antes de mi vuelta”. Pues ya ve que su participación en la contienda, incluso reconociendo que ha sido de notable alto, no ha servido para demasiado. Algo habrá que reflexionar, más allá de la sobada excusa de la polarización que ha beneficiado al PSOE.

Y si miramos a lo que nos toca más de cerca, la cavilación procede especialmente. En Nafarroa han volado 27.000 votos y 10 puntos porcentuales. En la demarcación autonómica, además de caer al tercer lugar, se han esfumado 112.000 sufragios y 12 puntos. Eso, en los comicios donde la coalición puede tener las mejores expectativas. Cada vez soy menos de pronósticos y apuestas, pero me da en la nariz que el 26 de mayo los números serán bastante parecidos. Y me temo que también los silbidos a la vía al respecto.

Feliz lo que quieran

Una de las grandes diversiones de estos días es contemplar los ejercicios en el alambre de los campeones del laicismo. Vale, eso incluye también a algún amigo mío con muy buena intención y al que quisiera que estas líneas no ofendieran. Pero es que, caray, lo de felicitar el solsticio de invierno, pase. Allá cada cual con sus frustraciones, autoengaños o represiones. Ahora, lo de intelectualizar la vaina con una serie de datos dizque antropológicos y/o históricos para tratar de desmarcarse de no sé qué rebaño llega a provocar cansancio en los sufridos individuos que pasábamos por allá y acabamos comiéndonos una teórica estomogante.

La derrota definitiva de los disidentes viene de la mano de las paradojas, o sea, las parajodas: pocas cosas son más genuinamente navideñas que quienes pretenden estar tres palmos por encima de las fiestas. El principio se aplica, de modo casi más doloroso, a los que sistemáticamente echan pestes de las fechas. Son tan prototípicos como el espumillón, Olentzero, los villancicos o esas luces cada vez más psicodélicas.

¡Si lo sabré yo, que durante años he ejercido como pitufo gruñón de la Navidad! Las veces que habré agradecido al cielo trabajar el 25 de diciembre o el 1 de enero para desertar de la cena familiar y enterrarme bajo las mantas! Sigo alimentando mi leyenda, no crean. No es difícil que se me escape algún exabrupto, pero ya solo de fogueo. Hace tiempo descubrí que más allá de los artificios y del innegable consumismo desbocado, muchísimos de mis prójimos —no digamos los más pequeños— muestran una alegría especial en estas jornadas. Y eso no tiene precio.