Educación y demagogia

Venga, sigamos con la Educación. No estaría mal, por cierto, que el súbito interés por debatir sobre el asunto que ha entrado en la demarcación autonómica tras el morrazo en PISA se extendiera a todos los días del año. Aunque estaría mejor aun que a la hora de abordar lo que debería ser una reflexión sosegada se dejaran en la puerta las simplezas ideológicas, los lemillas de a duro y, en definitiva, todo lo que demuestra que la cuestión de fondo es lo de menos. Más claro, por aquello del déficit en comprensión lectora que al parecer padecemos: que basta ya de hacer política, o sea, politiqueo, con la materia.

¿Seremos capaces? Me temo lo peor. Es mucho más fácil jugar al pimpampum y batir el récord de demagogia barata —algunos de los representantes políticos están demostrando que no pasan del Muy Deficiente— que proponer una solución y arrimar el hombro. Y otra vez sí, requetesí: el Gobierno tiene gran parte de la responsabilidad. Pongámosle de vuelta y media por ello, pero inmediatamente después preguntemos por el resto de los participantes en (perdón por la cursilería) el acto educativo. Es cierto que la generalización es injusta, pero ya que esto va de medias, ¿qué nos parece la media de calidad de las y los docentes? Ah, ya, con el tabú hemos topado. Pues sea, porque aquellos y aquellas que ponen alma, corazón y vida en su trabajo no merecen acarrear con los estragos de los que no hacen la o con un canuto ni dan un palo al agua. ¿Qué hay de nosotros, padres y madres sobreprotectores habitantes en la inopia? ¿Y de la propia chavalada que pasa un kilo? [El coro responderá: ¡Cállate, cuñao! ¡Ay!]

A vueltas con PISA

Esto del Informe PISA va por barrios. Cada tres años se cambian los papeles celebratorios o plañideros según haya caído la lotería de unas pruebas que nadie acaba de explicar cómo funcionan y para qué carajo sirven realmente. O quizá sea que también los mayores de 15 abriles, todos y cada uno, andamos peces en comprensión lectora. Total, que ocupándonos de lo más cercano, ahora mismo tenemos fiesta mayor en la demarcación foral y luto riguroso con reproches adosados en la autonómica. En Navarra, faltaría más, se disputa a hostia limpia dialéctica la paternidad del éxito, mientras que en la CAV la competición consiste en ver quién le atiza la mayor guantada a los dirigentes políticos.

Empecemos por ahí. ¿Son los gobiernos responsables para bien o para mal de los resultados obtenidos por la chavalada en estas olimpiadas del saber con ínfulas? Es difícilmente negable que alguna influencia tienen sus normas educativas y el modo en que se aplican. “¡Y la pasta, oiga, la pasta!”, añadirá alguien, perdiendo de vista que varias de la comunidades de cabeza invierten mucho menos que algunas que se han dado la piña.

Anotemos, en todo caso, la cuota de culpa de los que mandan. Es curioso que la lista se pare ahí, excluyendo a las personas encargadas de transmitir el conocimiento, a las destinatarias de su trabajo y a sus progenitores, que algún pito deberían tocar en todo esto. Si queremos hacer un diagnóstico todavía más completo, propio de notable alto en el PISA, y aunque esto es común a los lugares con buenos y malos resultados, habrá que reflexionar un ratito sobre el valor que le damos al esfuerzo.