Diario del covid-19 (4)

Cada uno de estos días equivale a varios meses. En solo una semana hemos pasado de manifestaciones multitudinarias y estadios de fútbol hasta la bandera a estar bajo la restricción de cualquier movimiento que no sea de fuerza mayor. Nada tengo que objetar a la medida en sí, aunque me cuesta dejar de señalar que la ha tomado un gobierno, el español, con la presencia en carne mortal de un vicepresidente al que se le había impuesto una cuarentena. ¿Cómo demonios se le puede pedir responsabilidad a la población si uno de los dirigentes principales del Estado actúa de tal modo, existiendo posibilidades tecnológicas de haberlo evitado.

Admito que puedo estar fijándome en lo anecdótico frente a, por ejemplo, el tufo a invasión competencial que implica haber echado mano de algo que huele bastante, como se ha señalado, a 155. Ocurre que en esta pesadilla excepcional que estamos enfrentando, lo simbólico tiene un papel casi a la altura de lo ejecutivo. Sencillamente, no es de recibo cantarle las mañanas a la ciudadanía con la importancia decisiva de extremar unas precauciones que te saltas a la torera. Y peor todavía, como ha sido el caso, si cuando te lo afean te pones farruco y alegas que te han hecho un análisis extra, mientras la gente se deja el dedo y la paciencia para que le atiendan una sola vez en los teléfonos habilitados.

Y en cuanto al contenido de la medida, bienvenido sea, insisto. Ahora falta que se haga cumplir de modo efectivo. Es tremendo tener que reconocer que bastantes de nuestros congéneres necesitan que les prohíban las cosas más elementales porque no son capaces de dejar de hacerlas voluntariamente.

El ejemplo de los viejos

Enorme lección de dignidad de las personas mayores. Han llenado el asfalto del que tantas y tantas mareas se habían ido retirando desde aquellos tiempos nada lejanos en que nos prometían no sé qué estallido social y no sé cuál estrepitoso derrumbamiento del sistema. No es improbable que de aquí a unas vueltas de calendario, ocurra lo mismo con estas protestas que hoy ocupan las portadas y las tertulias. Pero que les vayan quitando lo bailado a quienes han conseguido volver el foco sobre ellos después de años de ninguneo y desprecio.

Ya están tardando las peticiones de perdón de la panda de oportunistas que estos días, y particularmente ayer, se les pegan como lapas para salir en una foto. Hay que tener el rostro de mármol negro de Markina para sumarse a la fiesta después de haber acusado a los viejos de ser el freno que impide la victoria en las urnas de las fuerzas redentoras. Repasen lo que se ha dicho y escrito tras las últimas citas electorales, y verán cuántos de los actuales abrazadores de abuelitos les deseaban que la fueran diñando.

Y para los aguerridos dirigentes sindicales, igual de obediencia tiria que troyana, negociadores o confrontadores, una peineta como la de los carteles que exhibían los manifestantes. Sabemos lo que han hecho en los últimos cien otoños calientes: pasar un kilo de quienes técnicamente habían dejado de ser trabajadores y, en consecuencia, de pagar las cuotas de afiliación. Claro que de sabios es rectificar. Tienen toda la vida por delante, pero empezando hoy mismo, para concentrar sus esfuerzos de lucha en los pensionistas que son y en los que ojalá lleguemos a ser.