Frentismo todavía

A los gurús electorales del PP y el PSE se les ha vuelto a parar el calendario en mayo de 2001. Qué cansino, para los que nos gustaría empezar a mirar de una vez a mañana, encontrarse de nuevo bajo el aguacero de lemas bañados de rojigualdina rancia. Qué patético, para los que nos vierten encima toda esa cacharrería dialéctica de repertorio, que su esfuerzo vaya a ser en vano. O peor incluso: que en su obcecación estén llenando de votos la urna de enfrente. Si les interesara un poquito más cómo respiran los ciudadanos que se quieren camelar, ya habrían aprendido que en esta tierra usamos las papeletas a la contra casi mejor que a favor. Como se te vaya la mano movilizando a la parroquia propia, el día del recuento te puedes encontrar con que has activado a dos de los otros por cada uno de los tuyos. El “Si tú no vienes, ganan ellos” es reversible. Al tiempo, si alguno no se arrepiente de haber escupido al cielo. La historia de los comicios vascos está a reventar de tiros que salieron por la culata.

Por lo demás, no se dan cuenta —o no quieren hacerlo— de que al frentismo se le ha pasado el arroz. La martingala de los muros y los diques de contención no vende una escoba en un lugar donde, si algo tenemos claro, es que estamos hasta las narices de que nos quieran tapiar el horizonte. Pueden quedar cuatro o cinco incombustibles de la santa unidad de la nación española, pero esos ya vienen convencidos de fábrica y son de sufragio fijo. Es entre el resto donde hay que captar clientela. Veremos si me equivoco el día 21, pero juraría que en esos caladeros no funciona el recurso del dóberman sabiniano ni la amenaza de las cien mil plagas que nos sobrevendrán a la media hora de una victoria de los malvados soberanistas.

Se entiende que el PP, con su pánico a abandonar el confortable búnker, siga colocando esta mercancía pasada de fecha. Que lo haga también el PSE escapa a mi comprensión.

Salir a perder

Para que luego digan que no hay hecho diferencial. Si seremos peculiares los vascos de la demarcación autonómica, que hasta las campañas electorales se hacen contra el canon. Tampoco exagero. Las de los anteriores 30 años, cada una con sus rarezas y hasta con sus trampas —recordemos que no siempre se han podido presentar todas las formaciones—, han podido entrar dentro de la convención. Es en esta que estamos arrostrando con las poquitas fuerzas que nos quedan en la que se ha roto el principio básico según el cual los que porfían por gobernar dirigen su garrota al que ha estado en el poder. A la recíproca, el que quiere conservar la poltrona monta un alcázar desde donde, además de aventar una loa exagerada de sus grandes logros, vierte aceite hirviendo y exabruptos sobre los asaltantes. De catón, pero como digo, en esta ocasión, tal vez para que quede probado que somos el gran oasis de la I+D+I, los estrategas se han puesto creativos y la cosa funciona exactamente al revés.

Tan al revés, que cualquiera sin conocimiento previo que aterrizara hoy en esta Patxinia en liquidación por cese de negocio y viera qué se berrea en los mítines y en los anuncios daría por por hecho que el que ha estado mandando es quien ha pasado tres años y medio de fría y cabrona oposición. Bonito caramelo envenenado para Iñigo Urkullu —que llega a la carrera de aspirante y además, novato— haber sido investido por sus propios rivales como la rueda a seguir o, menos finamente, la espinilla a patear.

Los doctores de Sabin Etxea se las van a ver figurillas para bajar la posible fiebre victoriosa inducida. Me llena de curiosidad saber cómo se gestiona en boxes una lehendakaritza de humo. Pero aun me intriga más el porqué de la patética táctica perdedora de los dos partidos —sí, Basagoiti, el suyo también, no disimule ahora— que han sostenido la makila. Ni siquiera para el final reservan un gramo de dignidad.