Cabreo campechano

Ea, ea, ea, el Borbón mayor se cabrea. Con su hijo, concretamente, que lo excluyó del festejo oficial de los cuarenta años de las primeras elecciones tras la muerte del bajito de Ferrol, que fue, como nadie ha olvidado, quien lo designó literalmente “sucesor a título de rey”. Vaya por delante que al campechano le sobran razones para encabronarse por el feo. No se entiende que uno de los principales protagonistas del cambiazo se quede fuera de la casposa foto conmemorativa del birlibirloque. Pero ya debería saber que los de su regia estirpe son muy dados a las guarradas filiopaternales desde que el felón Fernando VII le afanó el trono de malos modos al incauto Carlos IV, a la sazón, presunto autor de sus días. Sin ir más lejos, él mismo le hizo la trece-catorce a su viejo al quitarle el puesto por todo el morrazo. El tal Don Juan se fue a la tumba sin perdonarle la sucia jugarreta.

Así que, ajo y agua, don abuelo de Froilán. Donde las dan las toman. Si le pega una pensada, concluirá que hasta debería henchirse de orgullo y satisfacción al ver cómo su vástago continúa con la tradición familiar de los Capetos de mearse en el ojo de la generación anterior. ¿Y lo preparado que le ha salido? A sus 49 tacos, el niño ya balbucea la palabra dictadura, y sabe relacionarla con lo que pasó entre 1936 y 1975, para pasmo de propios y extraños, que corrieron cortesanamente a repicar la buena nueva, como si el chaval hubiera descubierto la pólvora. No se aflija, pues, gran vaciador de vasos y copas. Aguante vivo y coleando hasta el próximo aniversario, la Constitución del 78, que ya verá como a ese sí lo invitan.

Cuarenta años después

Han resultado muy reveladoras las celebraciones y/o conmemoraciones de los cuarenta años de las elecciones del 15 de junio de 1977. Hasta lo puramente nominal daba para comentario de texto. Parece haber calado (o más bien, colado) lo de “las primeras elecciones de la Democracia”, así, con mayúscula en la última palabra-fetiche o énfasis engolado si se piaba de viva voz. Tampoco me pondré tan radicalazo como para anotar que está por ver que incluso en 2017 hayamos estrenado la tal democracia, pero los entusiastas usuarios de la expresión anterior me van a permitir que les recuerde que las citas con las urnas entre 1931 y 1936 también fueron, dentro lo que cabe, democráticas. Si queremos afinar más, situemos el punto de partida en las del 19 de noviembre de 1933, cuando por fin pudieron votar las mujeres pese a la contumaz oposición de cierta izquierda fetén. Así que dejemos las festejadas estos días como las primeras elecciones a Cortes tras la muerte de Franco.

Y todavía cabe ponerse una gotita más puntilloso y precisar que dicha muerte —el hecho biológico, como se llamaba entonces— fue de viejo y en la cama. El detalle no es menor. De hecho, explica lo que sucedió a continuación, que en realidad, venía preparándose desde tiempo antes de que el tirano la diñara: la sustitución monitorizada de una dictadura ineficaz y fea a los ojos de los mandarines del mundo por un sistema medianamente presentable de puertas afuera. Se hizo a modo de cambalache. Queda muy bien denunciarlo hoy, pero entonces no había más tutía. Como sentenció Vázquez Montalbán, era lo que imponía la correlación… de debilidades.