‘Efecto Feijóo’

Hay que ver cómo nos gusta a los plumíferos la pirotecnia en los titulares. Eso, y hacernos trampas en el solitario a la vista de todo el mundo. “El ‘efecto Feijóo’ dispara al PP en el CIS”, encabezamos ayer y hoy 99 de cada cien medios, pasando por alto voluntariamente que hasta el que reparte las cocacolas sabe que Tezanos se saca los datos, si no de la entrepierna, por lo menos, de la sobaquera. El histórico de la comparativa de sus vaticinios con la realidad demuestra que el carísimo instituto demoscópico público español tiene un índice de acierto por debajo del de la escopeta de feria más chungalí. Claro que, como también tenemos certificado, los groseros fallos no atienden necesariamente a la incompetencia sino a la intención desparpajuda de arrimar el ascua a la sardina ideológica del señorito.

El resto del trabajo lo hacemos, insisto, los trasegadores de información al distribuir la mercancía averiada sin siquiera pasarla por el cedazo. Bien es cierto que también lo hacemos porque nos sirve para llenar de material gratuito de aluvión minutos de tertulia o centímetros de papel y/o pantalla. ¿Que hay que vender el ‘Efecto Feijóo’? Oiga, pues se vende acompañado de toda la fanfarria que sea menester, de igual modo que, cuando toque, correremos a proclamar que el tal efecto se ha estancado, se desinfla o, si es el caso, cae en picado. Ya se hizo, sin ir más lejos con el ‘Efecto Casado’, sin que la curva azul que subía y bajaba según le petaba al gran maestre del CIS pudiese confrontarse nunca con los hechos contantes y sonantes. Lo sorprendente, o quizá no tanto, es que el birlibirloque siga colando.

Lecciones portuguesas

No se me quita la media sonrisa desde que se confirmó el escrutinio de las elecciones portuguesas con la victoria por mayoría absoluta del socialista Antonio Costa. Y no se trata especialmente de una cuestión de simpatía ideológica. Es verdad que aprecio la trayectoria del primer ministro luso por su perfil pragmático, su talante negociador y, por lo más obvio, haber sido capaz de consolidarse partiendo de una situación endiabladamente precaria. Sin embargo, son otras cuestiones las que provocan mi pequeña mueca sarcástica.

De entrada, considero gracioso e ilustrativo comprobar que otra vez los sondeos han quedado como Cagancho en Almagro. No es que haya seguido la campaña al milímetro, pero sí lo suficiente como para saber que prácticamente todas las encuestas, incluidas las hechas a pie de urna, vaticinaban un empate técnico entre los socialistas y los conservadores del PSD. Ese pronóstico estratosféricamente fallido alentó los sesudos análisis que ahora algunos deberían estar comiéndose. Lejos de eso, los tertulistos a este lado del Miño y el Duero nos aleccionan sobre por qué ha pasado lo que ha pasado.

Por lo demás, la otra moraleja para las fuerzas del estado español a la izquierda del PSOE es que quizá haya que pensárselo dos veces antes de tensar la cuerda. Recordemos que Costa tuvo que convocar estas elecciones cuando sus socios zurdos lo dejaron colgado de la brocha. El resultado de esta jugada es que, además de no ser necesarias para la gobernación, esas fuerzas se han dado un gran castañazo. El ejemplo portugués que llegó a la coalición PSOE-Unidas Podemos puede repetirse a la contra.

El «CIS de Tezanos»

Desde su creación en 1963, todavía con el bajito de Ferrol vivito y fusilando, el Centro de Investigaciones Sociológicas ha tenido 23 mandamases. Dejando de lado a los del franquismo puro y duro, como el chisgarabís Rafael Ansón, solo habían dado algo de qué hablar la nulidad cósmica que atendía por Rosa Conde (en el felipismo del GAL y tentetieso) y Pilar del Castillo, una antigua trotskista convertida en adoradora y marioneta de Aznar. El resto, vividores del cuento demoscópico pagado por las arcas públicas sin más, se limitaban a cocinar las encuestas al gusto del patrón. O directamente a esconderlas cuando no había modo de tapar el mondongo. Es lo que hizo, por ejemplo, el hoy olvidado Ricardo Montoro (hermano de Cristóbal) ante las elecciones vascas de mayo de 2001. Aunque sus muestras señalaban sin discusión la victoria de Ibarretxe, prefirió no interferir en la mentira prefabricada que anunciaba el vuelco constitucionalista, con Mayor Oreja de lehendakari y Nicolás Redondo hijo de segundo de a bordo. Doy fe de que a Isabel San Sebastián se le quedó sin estrenar su traje de noche.

En todo caso, y a pesar, insisto, de las manipulaciones sin número, había llegado a los niveles de desahogo del actual baranda de la cosa, el turbio José Félix Tezanos Tortajada. Desde que su inicialmente despreciado Pedro Sánchez lo puso al frente del carísimo juguete, cada barómetro ha sido un cachondeo mayor que el anterior, siempre a beneficio descarado del jefe y acreditando fiascos vergonzantes cuando tocaba confrontar sus pronósticos con el verdadero recuento. Pero ahí se las den todas. El CIS no es el CIS a secas, sino el CIS de Tezanos. Categoría.

Pánico a Vox

Cuando se anunció la repetición de las elecciones generales, muchos pensamos que lo único bueno de la vuelta a las urnas era el previsible trompazo de Ciudadanos y la bajada de humos de Vox. En lo primero, salvo sorpresa morrocotuda, parece que vamos a andar atinados; ojalá. Lo segundo, sin embargo, tiene toda la pinta de que no va a ser así. Aunque me cuesta creer —quizá es solo que no quiero hacerlo— que los neotrogloditas vayan a acercarse a la sesentena de escaños que les vaticinan algunas encuestas, no me sorprendería que tras el 10-N nos los encontremos como tercera fuerza en el Congreso de los Diputados. Bien es cierto que podemos aferrarnos al recuerdo del 28 de abril, cuando las predicciones fatídicas de hasta 40 asientos se quedaron en 24 reales, que siguen siendo un congo, pero asustan menos.

Ocurra lo que ocurra, merece la pena gastar unas neuronas discurriendo por qué los abascálidos han remontado lo que la intuición y la lógica señalaban. En el primer bote, habrá que mirar a quienes los han vuelto a poner en el centro de los focos porque necesitan un monstruo peludo que acongoje otra vez al personal hastiado y asqueado que barrunta pasar de acercarse al colegio electoral el domingo. Y si somos intelectualmente honrados, por repugnancia y miedo que nos provoquen los ultramontanos, habrá que reconocer que la parte de la campaña que no les regalan los demás la han ejecutado con gran habilidad. Sus mensajes son directos y eficaces. Lo inquietante es que esos lemas a quemarropa no han salido de un grupo de luminarias de la comunicación política. Se han tomado directamente de la calle. Ojo con eso.

Campañas… ¿sucias?

Cuentan que un fulano de obediencia pepera se ha gastado unos miles de euros —tampoco un pastizal, no se crean— en difundir en Facebook mensajes en nombre de Errejón que pedían a los votantes progresistas (ejem) que castigaran a Pedro Sánchez y Pablo Iglesias. Una jugarreta muy fea, eso no lo discute nadie. Ojalá le caiga una buena por la fechoría. Pero a partir de ahí, permítanme que me ría. Pasando por alto que el éxito de la propaganda chungalí se basaría en la membrillez de quienes no son capaces de decidir las cosas con su propia materia gris y que en su pecado llevarían la penitencia, la bronca exagerada que ha causado el episodio resulta entre enternecedora y brutalmente cínica.

De nuevo debo traer a colación al personaje más citado en estas columnas, aquel gendarme de Casablanca que mandaba cerrar el garito del que era parroquiano al grito de “¡Qué escándalo, aquí se juega!”. Se habla ahora de una campaña sucia, como si cuarto y mitad de los usos y costumbres cuando se abre la veda del voto fueran la caraba de la pulcritud. ¿Qué hay de limpio en las trolas sin cuento que se sueltan en los mítines y/olos debates electorales y se multiplican en las redes sociales? ¿Cómo de aseado es recurrir a datos inventados que, según de quién vengan, merecen la vista gorda de los beatíficos desmentidores de bulos? ¿Y qué me dicen de los titulares de este o aquel medio, arrimando el ascua a la sardina propia y la manguera a la ajena? Por no mencionar la difusión de sondeos con datos imaginarios cuyo propósito no es retratar la realidad sino tratar de cambiarla. Desgraciadamente, hace mucho tiempo que vale todo. Un poco tarde para enfadarse.

Demagogias electorales

Como los resultados de forales y municipales en la demarcación eusko-autonómica —en Nafarroa, la vaina es otro cantar, ¿por qué será?— se parezcan un poquito a lo que avanzan las mil y una encuestas que hemos visto hasta la fecha, nos vamos a echar unas risas. O, bueno, depende del lado que se mire, serán unos llantos y unos crujires de dientes del copón de la baraja. Vaya bajón, oigan, que el pueblo soberano nos salga tan idiota como hasta la fecha y aumente las mayorías de los que tan penosamente lo vienen haciendo en las chopecientas instituciones que gobiernan.

Escribo, lógicamente, tirando de ironía, pero también llevado por el desconcierto de ver cómo partiduelos en serio peligro de extinción se propugnan como los salvadores de una ciudadanía que lo que les está diciendo voto a voto es que cambien o se hagan a un lado. Da entre pena y vergüenza que un PP cada vez más residual tenga los bemoles de llamar a rechazar los muros, como el conductor borracho que va por la autopista en sentido contrario ciscándose en los que circulan correctamente.

Y en la contraparte progresí, los otrora disputadores de la hegemonía que hoy se conforman con ser segundos y los nuevos prematuramente viejos, compitiendo entre sí por ver quién suelta la mayor demasía demagógica. Venga y dale contra las ciudades escaparate, los grandes eventos y las obras faraónicas, como si en las rojimoradas Madrid y Barcelona o en la Donostia del ahora reciclado Izagirre se hubiera renunciado a algún acontecimiento convertible en relieve y pasta. De Copenhague, la ciudad con una señora incineradora, como modelo medioambiental, mejor ni hablamos.

¡A la rica encuesta!

De aquí al 28 de abril nos vamos a divertir un congo. Que luego paguemos la factura en forma de llanto amargo es también una opción altamente probable. Pero, de momento, y una vez que el resistente certificado —¡Ahora hasta con libro, aunque no lo haya escrito él!— Pedro Sánchez ha decidido cortar por lo sano, bien podemos dedicarnos a disfrutar de las innumerables oportunidades que nos van a brindar los (llamados) actores políticos y toda la fauna que arrastran, incluidos, ojo, los cuentacosas y opinadores como este, su seguro servidor. Claro que por chorradas que seamos capaces de gestar y vocear los plumíferos, ni de coña les vamos a hacer sombra a los grandes protagonistas de las vísperas electorales, que no son otros y otras que esos alquimistas que tratan de inferir del aire el voto de la (casquivana) ciudadanía.

Conste que quien esto escribe tiene entre sus seres más admirados y queridos a tres hechiceros de la demoscopia, y doy por hecha su cariñosa reconvención, como cada vez que piso con mis bastas katiuskas descreídas su sembrado. Ocurre que no asamos y ya pringamos. Menos de 48 después del anuncio de Sánchez, se multiplican las encuestas. Tomo dos al azar, ambas difundidas por medios que tienen su sede en Catalunya, más concretamente, en Barcelona. La de La Vanguardia, firmada por GAD3, le otorga a Vox 16 (tristes) escaños. La de El Periódico, elaborada por GESOP, concede a los ultramontanos de Abascal y cierra España entre 43 y 46. No hará falta recordar que en la cita con las urnas más reciente, la de Andalucía, ni un solo sondeo llegó a oler remotamente el revolcón. Veremos en esta ocasión.