Overbooking de traidores

Un tiro para Ana Gabriel. Carme Forcadell y Oriol Junqueras al paredón. Ojalá una violación en grupo a Inés Arrimadas. El nombre de alcaldes del PSC junto a una horca. Ada Colau en una picota. Jordi Évole en un cartel de Se Busca por equidistante. Y es solo una muestra ínfima de la escalada del odio gañanesco en la últimas semanas. Tremendo en sí, pero mucho más, si añadimos que, con excepciones, desde cada trinchera se disculpa o hasta se festeja a los ejecutores (generalemente, anónimos) de las demasías. No solo eso: con una irresponsabilidad suicida, se azuza a las huestes propias contra los señalados como enemigos del pueblo, enemics del poble o todo al mismo tiempo.

Ahí tienen, por ejemplo, al ventajista Rufián escupiendo en Twitter que Joan Coscubiela es “como el ‘camarada’ que iba hace 40 años con las manos sin callos a las casas de los obreros a decirles que mejor no hacer huelgas”. Manda huevos, por cierto, ver cómo el advenedizo que solo podría tener ampollas en las manos haciendo lo que ustedes imaginan se atreve a lanzar tal andanada a un tipo que, además de defender como abogado a sindicalistas, se comió su cárcel en el franquismo.

Pero ese es el nivel. Se ha instalado el todo vale, y cada tarde se bate el récord de declaración de traidores del día anterior. Los peor parados, como de costumbre, los que tratan de introducir el menor matiz entre los brochazos. Ya verán, sin ir más lejos, los tres o cuatro soplamocos que le caen al autor de estas líneas.

Nadie parece haberse parado a pensar que, sea cual sea el desenlace de este inmenso embrollo, no quedará otra que seguir conviviendo.

Enemigos del pueblo

Nuestro presunto Nuevo Tiempo, el de las luces, que dice Arnaldo Otegi, tiene un pasadizo permanente al viejo. De pronto, se funden los plomos, y en milésimas de segundo uno regresa desde la era de los discursos chachipirulis y la cartelería fashion-molona a la época sombría de las arengas mononeuronales —Egurre ta kitto!— y la tosca fotocopia en blanco y negro con las instrucciones de a quién y por qué hay que socializarle el sufrimiento. El penúltimo de estos edictos con aspiraciones de pasquín ha aparecido en Gernika. Sin firma (antes, por lo menos, llevaban al pie estridentes alias revolucionarios), el papel clasifica en tres grupos a los esquirolazos locales que no secundaron la huelga del 26-S: los que estuvieron todo el día abiertos, los que anduvieron abriendo y cerrando a lo largo de la jornada y los que tuvieron la persiana levantada a primera hora. Desconozco si la división en grupitos trata de ser una gradación del delito, pero el caso es que para todos la sentencia impuesta es la misma y viene anunciada en el encabezado en mayúsculas negritas: boicot a los enemigos del pueblo.

Si hay expresiones que resumen un ideario, esta que mezcla en un solo sintagma a los más perversos (ellos) y a los más bondadosos (nosotros) es insuperable en su capacidad de ilustración. Y más, si echamos un vistazo al libro de historia y vemos que desde que los romanos acuñaron el “hostis publacae”, todos los regímenes de cachiporra suelta lo han adaptado a su idioma y a su credo. Daba igual que la cacería de brujas la instigara Torquemada, McCartthy, Goebbels o Serrano Suñer. El cargo de los apiolables era idéntico: enemigo del pueblo.

Da para pensar el caso de Lavrenti Beria, mano ejecutora de Stalin que limpió el forro a decenas de miles de camaradas desviados bajo esa acusación. En 1953 Khrushchev le montó un juicio sumarísimo y el matarife acabó en el paredón… como probado enemigo del pueblo.