Huir hacia adelante

La política del tú lo has querido, menudo soy yo. Sobre todo, cuando presiona la parroquia, y a uno le toca batir el récord mundial de dar marcha atrás. Qué gran paradoja: se diría que en cada extremo de la cuerda imaginaria se desea exactamente lo contrario de lo que se cacarea en público. Qué bien me vendría una DUI para justificar un 155 del tamaño de la catedral de Burgos. Igualico que a mi, pero a la inversa: tu 155 es la mejor coartada para una DUI de la talla de la Sagrada Familia. ¿Vértigo? Para parar un camión. Incluso, vértigo al vértigo mismo, pero de perdidos, al río. Cuando llegue el momento de escribir la Historia, ya vendrán los montadores a cortar los planos chuscos y dejar solo los épicos.

¡Ah, la épica! Qué pena que, como decía el otro día en Onda Vasca Aitor Esteban, sea tan efímera. Y que se lleve tan mal con lo cotidiano. La independencia no se consigue cerrando los ojos y deseándola muy fuerte, ya vamos viéndolo. Pero a lo hecho, pecho. Como escribí el día en que teóricamente se iba a proclamar pasara-lo-que-pasara y luego fue un fiasco, no caben medias tintas. Andamos tarde para reconocer que no era tan fácil. Hay decenas (o centenares) de miles de personas que se lo creyeron y no están dispuestas aceptar algo que no sea lo que se les prometió firme y solemnemente. Es preferible enfrentarse a los tanques y los jueces de Rajoy que a la frustración de quienes llevan años y años escuchando que ya casi está.

Pero… ¿Y si aparece una salida medianamente honrosa? Desengañémonos, no la hay. Ni siquiera esas elecciones a la desesperada. Solo queda, mucho me temo, huir hacia adelante.

Lo épico y lo patético

Rajoy en USA mientras en su amado país ocurren acontecimientos que, sin lugar a la exageración, formarán parte de la Historia, ¿a quién me recordará? Y todo, para abrazarse a un oso despreciado de confín a confín del planeta. Que Santa Eduvigis conserve la perspicacia del asesor que le agenció en el Ebay de las vanidades esa fotografía con Donald Trump, doctorado en catalanología parda por la universidad de su sobaquera. Menudo sonrojo, escuchar al llamado líder del mundo libre que la secesión no se va a producir porque “sería una tontería marcharse de un país tan bonito”. No sabe uno dónde meterse, si bien es cierto que, por lo menos, no dijo que hay que destruir Catalunya.

De propina, Tancredo disparatando con que no le corresponde a él declarar unilateralmente la independencia [sic] o rebautizando como Madero a Maduro. ¿Efectos del jet-lag? Más bien, de las gambas a la plancha con alioli de Sevilla y el pollo con glaseado de membrillo y jerez romanesco que se metieron entre pecho y espalda las dos luminarias de Occidente. “Menú claramente español”, apostillaba el cronista de uno de los periódicos al servicio de la cruzada por la unidad de la patria. Tiene guasa que los que afean los vicios de los nacionalismos que no son el suyo anden batiendo el récord sideral de catetismo en rojo y amarillo. ¿Saben que una asociación anti-independentista ha puesto en marcha una denominada Operación jamón para avituallar con perniles ibéricos y vino de Rioja a los aguerridos miembros del Escuadrón Piolín acantonados en territorio comanche? Está claro quién se ha quedado con lo épico y quién con lo patético.

Rajoy prende la mecha

El día de ayer y algunos de los que vendrán serán de esos que, dentro de unos años, contaremos a todo el mundo que nos tocó vivir. No parece esta vez que sea exagerado pensar que el pirómano Erdojoy (¿o era Rajoygán?) ha prendido la mecha de un episodio que quedará en la Historia. También es verdad que es temprano para asegurar el desenlace, pero por de pronto, la mezcla de torpeza y maldad —ya ven que no solo no son defectos incompatibles, sino que combinados tienen efectos demoledores— ha regalado a los independentistas catalanes la épica imprescindible en cualquier proceso revolucionario. Si hasta ahora habíamos visto momentos de gran intensidad emotiva o de enorme plasticidad y simbolismo, las poderosas imágenes de las últimas horas y me temo que las de las próximas suponen la consagración definitiva de un movimiento de resistencia.

Para bien (ojalá) o para mal, ya no hay marcha atrás. Se ha cruzado el Rubicón y se han marchado por el desagüe los debates de la antevíspera. ¿Garantías? Ahora sí que son lo de menos. Si antes de la razzia judicioso-policial sabíamos que no cabía esperarlas, ahora, por razones puramente logísticas, tenemos muy claro que bastante milagro será que el día 1 de octubre haya siquiera urnas. Sin embargo, nadie duda de que habrá centenares de miles de catalanes —y de ellos, un altísimo número de no soberanistas— que se echarán a la calle para manifestar su voluntad de votar. Estaremos entonces en la batalla de la legitimidad, y, especialmente si se mantiene el civismo ejemplar que nos ha maravillado hasta este instante, será prácticamente imposible argumentar en contra.

24 días

Rajoy ensayando para estadista. Le queda grande el traje. Y no es el único, ojo. O quizá es simplemente que la épica es cosa de los novelistas del futuro. Mientras se viven los acontecimientos que han de pasar a la Historia —por lo menos, estos—, se diría que prima lo chusco y lo bufo. Gresca tabernaria, tópicos de cinco duros en los discursos, improvisación a favor y en contra, y hasta turistófobos declarados haciendo turismo porque a nadie le amarga un selfi acompañado de tal o cual carga de profundidad. Y menos si, allá en el fondo, se paga con dinero público, vayan ollas y vengan días. Concretamente, 24 a partir de hoy para el de la verdad, ese uno de octubre en el que habrán de hablar (o no) las urnas.

En la irreversible cuenta atrás, lo único claro es que no está nada claro. Por descontado, hablo de mi, que ya me consta que hay quien conoce con pelos y señales lo que habrá de suceder sin lugar a dudas, y así anda contándolo. Yo, sin embargo, confieso mi absoluta incapacidad siquiera para imaginármelo. Cada vez que intento hacerme una idea cabal del desenlace, embarranco. Cualquier previsión se me antoja posible e imposible al mismo tiempo. Como lo leen, al mismo tiempo; no primero lo uno y después lo otro, tal es mi confusión.

Nada me dicen las continuas apelaciones a una legalidad a punto de caducar o a la que se hace a toda prisa y aún está por estrenar. Lo mismo me pasa con las represalias de fogueo o las amenazas que, a fuerza de repetirse, no tienen atisbo de credibilidad. Solo se me ocurre pensar en lo fácil que habría sido evitar el todo o nada. Sencillamente, escuchando a la ciudadanía.