Igor, del desprecio al martirio

Cómo cambia el cuento cuando te birlan una parte fundamental de los hechos. “Agur eta ohore, Igor”, rezaban con épica de todo a cien las pintadas que aparecieron en mi pueblo en la madrugada del sábado, apenas unas horas después de que trascendiera que el recluso Igor González Sola había aparecido muerto en su celda de la cárcel de Martutene. Para ese instante, el boletín oficial de la cosa se rasgaba las vestiduras sobre el sufrimiento evitable —manda pelotas; lo que hubiéramos evitado con una proclama así hace cuarenta, treinta, veinte o diez años— y, lo mismo que los portavoces de la abertzalidad fetén, devolvían al desgraciado finado la heroica condición de preso político.

¡Un momento! ¿Cómo que devolvían? Me alegra que me hagan esa pregunta, tanto como me cabrea que haya pasado desapercibida la noticia que publicaron el martes todas las cabeceras de este humilde grupo mediático. Resulta que el ahora mártir de la causa había sido repudiado por los guardianes de la ortodoxia después de que cometiera la osadía de aceptar la legalidad para progresar de grado. Las listas de los certificadores oficiales de hace quince días son inexorables. Ni el EPPK ni Sare lo citan como uno de los suyos. González Sola se quitó la vida en el puto ostracismo. Pero la culpa es del estado opresor en exclusiva, claro.

España acercará presos

Se me dan fatal las profecías, pero me aventuro con una: algo me dice que en no demasiado tiempo veremos ceder al gobierno español en su hasta ahora obcecación berroqueña en materia penitenciaria. No sé concretarles si será en dos, en cuatro o en seis meses, pero sí que todo apunta a que esta vez Rajoy está por la labor de empezar a desmontar la vengativa dispersión. Aclaro que hablo de acercamiento de presos de ETA; quien conciba o haga concebir una esperanza mayor se estará engañando o, peor todavía, participará conscientemente en una mentira a los afectados, a sus familias y a la ciudadanía.

Tampoco piensen que se trata de un pálpito o de la expresión de un deseo. Para empezar, y aunque a algún opinador de corps le sirva para hacer chacotas de esas que generalmente acaba comiéndose, me consta que hay quien está realizando una sorda labor de zapa. Y no solo en Moncloa, sino en el corazón de organizaciones que van a ser clave en la digestión de lo que, inevitablemente, resultará una bomba informativa.

Los demás elementos no son difíciles de situar en el escenario. Francia, me apuesto a que por petición de Madrid aunque sea más bonito pensar en otros románticos motivos, ha abierto el camino. El evidente cambio de música y letra en las recientes declaraciones y actitudes de PSE y PSN —con Ferraz dejando hacer, de momento— no son fruto de la casualidad. Incluso algún líder del PP vasco ha bajado unos diapasones su discurso. El único riesgo tangible, que en realidad no es pequeño, es que que la supernova naranja hinque el diente al asunto como hizo con el Concierto. Pero démosle tiempo al tiempo.

Los triunfos que eran derrotas

Leo que la decisión de los presos integrados en el EPPK es el paso para “vaciar las cárceles”. Confieso mi perplejidad. Me pregunto sin intención retórica si el enunciado, repetido a modo de consigna pilona en varios medios, es solo una palmadita de ánimo en la espalda para los que, en buena parte, han resultado paganos del nuevo tiempo o si atiende a la literalidad. ¿Alguien está soltando la especie de algo parecido a una amnistía? Si es así, me da que no va a colar. En el mejorcísimo de los casos, la aceptación de las vías legales individuales conduciría a la revisión de alguna pena, con su hipotética influencia en los grados, quizá a alguna puesta en libertad y, si el gobierno español está por la labor, al tan mentado acercamiento a cárceles, en la medida de lo posible, vascas. Pero cárceles al fin y al cabo. Lo de Etxera, mucho me temo, se queda en ambigua metáfora. No está en los planes de casi nadie.

Por lo demás, y al margen de que aplauda el resultado del debate entre los reclusos de ETA —que es, por cierto, lo más tangible que queda de la organización—, no puedo evitar un sentimiento de melancolía. Añado que también de humana comprensión hacia ese 14 por ciento de internos que se han pronunciado en contra. Me los imagino preguntándose si para eso hicieron lo que en sus mentes y sus corazones no deja de ser una guerra, si para ese viaje a prácticamente ninguna parte eran necesarias tan pobres alforjas. Quizá haya quien prefiera engañarse por la épica de garrafón, pero esto que ahora se ha aceptado y se cuenta como triunfo es lo mismo que durante años se ha vendido como derrota y traición.

Espectáculos Fernández

Tendré que reconocerle al contumaz ministro Fernández que esta vez ha conseguido sorprenderme. No es que uno hubiera descartado una de esas operaciones cantosas para la galería que de tanto en tanto gusta sacarse del tricornio, pero confieso que ni por asomo la esperaba inmediatamente después de la manifestación del sábado (en todo caso, antes) ni en la jornada de apertura del macroproceso escoba contra 35 miembros de Batasuna, EHAK y ANV. Bien es cierto que tales concurrencias se quedan en minucia ante el pasmo que me provoca el elemento novedoso de esta nueva redada contra los abogados de la izquierda abertzale. ¡Se supone que les echan el guante, igual que dice el tópico sobre Al Capone, por defraudar al fisco! Minipunto para el Maquiavelo ministerial, que tras discurrir largamente, debió de llegar a la conclusión de que en estos días en los que el personal echa bilis por las corruptelas, no hay mejor venta de la mercancía que envolviéndola como blanqueo de capitales.

Aparte de que no se aclara a qué Hacienda concreta se le realizó el presunto pufo, cuestión que no es menor, se pasa por alto algo que puso de manifiesto ayer en Onda Vasca el Fiscal Superior del País Vasco, Juan Calparsoro: la Audiencia Nacional no es competente en este tipo de delitos. Por torpes que sean los ordenantes de las detenciones, una cuestión como esa se tiene muy clara de saque. Pero eso a quién le importa. Ya vendrá Europa con la rebaja el año que toque. Lo que va a los titulares —el día en que el PP presenta su estrategia electoral, ojo al dato— es que mantiene su santa cruzada contra el mal. Pero ya no cuela.

El ‘problema de los presos’

Lo que, obviando siglas y refugiándonos en los sobreentendidos al uso, llamamos el problema de los presos es estricta y casi literalmente lo que señala el enunciado: el problema de los presos. También, por supuesto, el de sus allegados, que padecen vicariamente su(s) condena(s), y en otro sentido, el de determinadas formaciones políticas por motivos que no es preciso explicar. Sería cuestión de preguntarlo específicamente, pero no parece que al resto de la sociedad le quite el sueño. Puede haber —y de hecho, yo creo que la hay— una parte estimable de la población dispuesta a un cierto nivel de movilización por sus derechos y hasta quienes les erigirían estatuas ecuestres en cada pueblo, pero si echáramos cuentas, me temo que es mucho mayor el número de personas a las que el asunto les trae sin cuidado. En unos casos, por la misma indolencia que muestra el cuerpo social hacia toda piedra que no le apriete directamente el zapato, y en no pocos, por la imposibilidad de mostrar empatía (no digamos ya simpatía) hacia unos seres humanos que no se han distinguido precisamente por esparcir la bondad sobre la faz de la tierra. Ni hablemos del sector, tampoco pequeño, que directamente quiere que se pudran en la cárcel y, si puede ser, en la más lejana e infecta, mejor.

Anoto todo lo anterior como mera descripción de escenario. No digo que me guste o me disguste, ni que me parezca justo o injusto, sino que es lo que hay, y que entiendo que son estas evidencias las que deben determinar las acciones concretas. Y esto, volviendo al principio, concierne más que a nadie a los afectados en primera persona.

La navaja de Fernández

Como todo lo que rodeó la operación judicioso-policial del miércoles fue tan chusco tirando a cutre salchichero, quedó en quinto plano una de las soplagaiteces con las que el ministro Fernández quiso justificarla. Después de soltar la manoseada martingala del tentáculo —cómo les gusta la palabreja a los jefes de la porra—, el chisgarabís al mando de Interior aseguró que los detenidos “sometían a los presos a la tiranía de ETA”. La cita es literal. Oséase, que la aguerrida Benemérita fue enviada en socorro de los desvalidos y atribulados cautivos para liberarlos del descarrío impuesto y ponerlos en el buen camino, que es el que gira a la diestra y está limpio de aquelarres en antiguos mataderos. Fue una misión no ya humanitaria, sino directamente redentora y purificadora de almas. Leyendo al derecho los renglones torcidos, se diría incluso que, contra lo que han vociferado algunos, no se trataba de echar otro tabique al llamado proceso de paz, sino de orientarlo hacia la dirección acertada.

No cuela. ¿Seguro? Eso pensaba yo hasta que ayer vi que algunos medios, y no precisamente del ultramonte, se engolfaban con esta versión de catequesis. Lo divertido era que la alternaban impúdicamente con la opuesta. Dependiendo del párrafo que se leyera, los arrestados fueron los muñidores del comunicado del EPPK del día de los inocentes y del acto de Durango o los que trataron de impedir a toda costa lo uno y lo otro en su condición de irredentos partidarios del Egurre eta kitto.

Junto a esta interpretación multiusos, todo quisque, incluyendo el que suscribe, hemos aventurado motivaciones de variado tenor sobre la (pen)última deposición del chapucero Fernández. Para dar con la más atinada, me remito a un principio que raramente falla, la Navaja de Ockham: “En igualdad de condiciones, la explicación más sencilla suele ser la correcta”. Vamos, que por lo común, dos y dos tienden a ser cuatro.

Apáticos

Los que vieron la botella casi llena corrieron a titular que el EPPK da por finalizado el conflicto armado y reconoce el daño generado. Los que la vieron prácticamente vacía destacaron en caracteres gruesos que, además de reclamar la amnistía, los presos de ETA —nótese la diferencia nominal— repudian la vía del arrepentimiento. No podemos hablar exactamente de empate porque la segunda versión se difundió en un número mayor de medios. En todo caso, eso queda para la estadística o las hemerotecas. Si vamos a lo que importa o debería importar, que es la opinión de la sociedad, comprobamos que prácticamente nadie vio ninguna botella. Esa noticia, que llegó a las primeras planas sólo porque el fin de semana no dio más de sí y por las inercias de las que no escapamos los periodistas, pasó desapercibida para el común de los ciudadanos vascos. La renovación de Bielsa o el concierto de Bruce Springsteen en Donostia dieron bastante más que hablar.

Podríamos, como de hecho están haciendo los representantes políticos, enfrascarnos en un tira y afloja de declaraciones y contradeclaraciones sobre si el texto es decepcionante, esperanzador o mediopensionista. Los únicos frutos serían —son— más titulares con entrecomillados que se olvidan un segundo después de ser leídos. Una vez más, los árboles nos impiden ver el bosque. Seguimos sin darnos cuenta de que, más allá de la evidencia de la ausencia de atentados o extorsiones, la principal consecuencia de lo que llamamos “nuevo tiempo” es un apabullante desinterés social por esa cuestión que nos ha costado, literalmente, tanta sangre, sudor y lágrimas. Sólo para las personas que están o han estado en la primera línea resulta un asunto candente. El resto ha pasado página.

Ni siquiera merece la pena hacer un juicio de valor sobre esta apatía. Es más práctico tomar conciencia de ella y tener claro que las sobreactuaciones ya no impresionan a casi nadie.