España ‘multinivel’

Creía uno que con Iván Redondo expulsado de la casa del Gran Hermano, se reduciría la producción de palabros de a duro en Moncloa/Ferraz, pero se ve que se ha quedado un retén de creativos timadores dialécticos. Su última parida se enuncia como “Nación multinivel”, que es nada entre los platos, igual que las chorradas anteriores de la “España plurinacional”, la “nación de naciones” o el “federalismo asimétrico” de Pasqual Maragall. Hay mucha manía en el PSOE de juguetear con el lenguaje para ocultar la realidad impepinable: en materia de centralismo jacobino no hay quien les gane. Se lo dirá cualquier político abertzale que haya negociado con gobiernos centrales materias de verdadera sustancia y no este o aquel caramelito precedido de una foto pisando moqueta con sonrisa de Paco Martínez Soria junto a unas vicetiples para presumir en el pueblo.

Pero, a lo que vamos: ¿qué carajo es una nación multinivel? Pues todo y nada. Lo que cada cual quiera interpretar. De alguna manera, el constructo sigue la filosofía de otras leyes. La realidad importa una higa. Puedes ser Murcia o La Rioja y si alcanzas el nivel adecuado de empoderamiento, nadie te va a convencer de que no estás a diez minutos de asaltar el G-7. El truco está en que se da por hecho que te conformarás con el café para todos que se inventó el reciente difunto Clavero Arévalo. Con las migajas que sobren, se intentará engañuflar a las comunidades que tienen auténticas razones históricas para reclamar más. De eso va este birlobirloque. Se trata de contentar las aspiraciones de Catalunya —Euskal Herria está de espectadora— con dos fruslerías que el resto no tiene. Espero que no cuele.

¡Vamos, Rafa!

No voy a negar que las victorias de Rafa Nadal suelen ir acompañadas de torrentes de caspa patriotera. Este año, en víspera de 12 de octubre, en medio de una pandemia y con la carcunda monárquica (y la monarquicana) en plena operación de salvamento del Borbón mayor y del chico, la rojigualdina más rancia ha corrido, si cabe, con mayor furor. Se diría que para muchos de esas y esos exaltadores postureros, el decimotercer Roland Garrós del manacorí equivalía a la derrota definitiva del virus y, por el mismo precio, a la perpetuación de la jefatura del estado transmitida por vía inguinal.

¿Habrá algo que empate en patetismo ridículo? Sí, lo hay: el exceso de bilis hirviente derramada por los que se pretenden lo plus de lo plus del guayprogresismo, empezando por los que moran en mi terruño y ejercen, además, de megamaxiantiespañolistas. Queda para las antologías cómo el domingo por la tarde fueron dejándose los higadillos y vomitando inquina tontorrona de cuarta contra quien, por lo visto, encarna su particular anticristo. Así que yo, que en materia de golpes tenísticos me quedo con el revés a dos manos, disfruté un huevo y medio, no tanto por la victoria merecidísima de Nadal frente al tocapelotas Djokovic (que también), como por el encabronamiento sideral de sus odiadores. Valientes merluzos.

Un escarmiento inútil

Ahí hemos vuelto a tener al Estado de Derecho funcionando a pleno pulmón. Como aperitivo, una filtración por entregas a modo de Omeprazol para tener preparado el estómago cuando cayera el potaje judicioso en todo su esplendor. Se pretendía, de propina, dar la impresión de generosidad al descartar la rebelión y optar, como si fuera una ganga, por la sedición entreverada de malversación. Con eso y con unas declaraciones espolvoreadas aquí y allá por los mandarines eternamente en funciones, solo quedaba un pequeño detalle antes del mazazo final: un vídeo de primera en el que los miembros más ilustrados del Consejo de Ministros mostraban su don de lenguas. Ocho minutos en varios idiomas para tratar de explicar al mundo que España es una democracia del carajo de la vela y que no hay que dejarse llevar por habladurías. Vamos, una excusatio non petita de manual, una prueba de mala conciencia o, sin más, una exhibición impúdica de cara dura.

Y a partir de ahí, el resto de la pirotecnia que todavía continúa: la asignación de condenas tan caprichosas como todo el proceso, las advertencias de lo que puede pasar si no se baja la testuz, la reactivación de las euroórdenes contra los fugados y, en definitiva, la difusión de un metafórico nuevo parte de guerra que da por cautivos y desarmados a los ya oficialmente sediciosos independentistas catalanes.

Lo mío no son las profecías, pero estoy por jurar que se equivocan quienes andan festejando la derrota del soberanismo. Puede que este escarmiento haya sido un varapalo durísimo, pero no solo no servirá para detener el desafecto por España, sino que lo multiplicará por ene.

Esperando al Supremo

La sentencia, el viernes o el lunes, nos decían. Salvo que estén equivocados todos los calendarios o nos encontremos ya viviendo en universos paralelos, queda claro que va a ser mañana. Por lo menos, la impresa en los folios oficiales, porque también es verdad que ayer y anteayer tuvieron la gentileza de hacernos un adelanto en papel prensa y en los cibermedios amigos. Uno, que pertenece al gremio plumífero, lo celebraría como gran logro del periodismo de investigación, si no supiera que la presunta primicia había sido convenientemente deslizada por los autores del fallo a sus postes repetidores de confianza para que el personal fuera preparando el alma y el cuerpo. Y aquí quizá merezca la pena detenerse un segundo a reflexionar por qué nos parece normal algo tan extremedamente grave como la filtración del fallo del que, junto con el del 23-F, es el proceso judicial de más calado que se haya llevado a cabo en España durante el último medio siglo.

Esa brutal anomalía aparte, podemos convenir que lo avanzado por El País el viernes y El Mundo ayer cuadra bastante con los últimos usos y costumbres de la Justicia española. No es muy diferente de lo que acabamos de ver con el caso Altsasu. Primero se generan las expectativas de condenas durísimas para reducirlas levemente en el dictamen final, de modo que parecería que hay que alabar la generosidad de sus señorías y hacerle la ola al Estado de Derecho. Creo que es lo que nos disponemos a ver también este caso. Habrá apariencia de rebaja, probablemente notable en el caso de algunos de los juzgados. Otra cosa es que cuele. Por pequeñas que sean las condenas, seguirán siendo injustas. Ninguno de los procesados debió pasar un solo día en la cárcel.

Como en Quebec

Confieso que al principio no reparé en el titular. Al ver la foto de Pedro Sánchez junto al pimpollo Justin Trudeau, mis ojos se posaron en los calcetines tope-fashion del primer ministro canadiense. Y luego, ya sí, me pegué de bruces con un enunciado que me rompió la cintura. El presidente español había dicho que la gestión de la cuestión de Quebec era un buen ejemplo de cómo la empatía podía rebajar tensiones en política. ¡Manda carajo! Lustros dejándonos la garganta clamando que, con sus mil y un matices, ahí había un buen espejo donde mirarse, y ahora resulta que el que se cae del guindo es el inquilino accidental —o incidental, no sé— de Moncloa. Fíjense los encabronamientos innecesarios que nos habríamos ahorrado si en su día, hace ni se sabe cuántos plenilunios, se hubiera aplicado el cuento de aquellos lares.

Y lo más probable es que tanto en el caso catalán como, desde luego, en el nuestro, el resultado habría sido similar. Llegados a la urnas, como también pasó en Escocia, habría habido frenazo y marcha atrás. O no, de acuerdo, eso no lo sabemos… ni me temo que lo sepamos porque las palabras de Sánchez son puros fuegos de artificio, una retahíla soltada al aire a ver qué pasa, para inmediatamente ser desmentida o matizada hasta convertir la declaración en exactamente lo opuesto. Es la receta que nos están sirviendo cada rato los nuevos mandarines, que como te dicen esto, te dicen aquello. Casi sin solución de continuidad y, mucho me temo, sin más intención que la de seguir conservando una jornada más la vara de mando obtenida de carambola. Ciento y pico días, de momento. ¿Y mañana? Ya se verá.

Pasado imperfecto

Qué profunda emoción, recordar el ayer, cuando todo en Las Ramblas me hablaba de amor… a la república que duró un suspiro. Venga, va, pongamos que fueron tres horas. Las que pasaron entre el descorche deslavazado de media docena de botellas de cava y el anuncio en labios marianos de la aplicación del 155 y la consiguiente convocatoria de elecciones. ¡Ay, aquel primer tuit de Rufián diciendo que antes pasaría un camello por el ojo de una aguja que una papeleta soberanista por el aro de los comicios impuestos! La CUP vio la apuesta y la subió a una quedada para comer butifarra el día de las urnas inaceptables. Total, para que al llegar la fecha de autos, ya con políticos encarcelados y expatriados, estuvieran todas las listas a la orden.

Y, miren por dónde, la cosa es que, contra el pronóstico de los convocantes y para su enorme pasmo, volvieron a sumar mayoría de escaños las formaciones que quieren darse el piro de la pérfida España. Lo irrenunciable entonces fue que el president designado fuera Carles Puigdemont. No había marcha atrás. Pero la hubo, y en ese lance, sí o sí, la vara de mando sería para Jordi Sánchez. Pero también hubo que apearse de esas trece, de modo que le llegó el turno a Jordi Turull, igualmente en condición de no negociable. De hecho, ni siquiera fue preciso negociar. El justiciero Llarena volvió a encerrar al tercer candidato, incluso a pesar de su discurso light a ver si colaba. Tras un nuevo intento fallido con Puigdemont, le tocó a Quim Torra, que por fin pudo acceder al cargo, pero puso en su alineación unos nombres vetados. ¿Cómo piensan que puede acabar el episodio?

De Pemán a Marta Sánchez

He firmado un porrón de veces la petición abierta para que en la próxima final futbolera de Copa, que se celebrará en un estadio de nombre españolísimo del quince —Wanda—, la subidora de libidos soldadescos que atiende por Marta Sánchez interprete en directo el himno de Tabarnia y alrededores que anda de boca en boca. Lo que daría por ver el espectáculo de la susodicha en medio de la cancha, en plan Beyoncé de lance, recibiendo la pitada del milenio por parte de una afición ya muy curtida en las lides del silbido y que, sin duda, este año tiene aun más motivos que el anterior para dejarse hasta el último aliento chifla que te chifla. Y también me pone pilongo, no crean, imaginarme a los seguidores del otro equipo tratando de entonar la letra caspurienta sin descarrilar en los ripios. Como escribió un tuitero cabroncete, si ya se liaban con el lololó, como para meterse en virguerías.

Por lo demás, mando desde aquí un saludo despiporrado de la risa a los huesos del eximio José María Pemán, autor de la letra que los que tenemos una edad nos tocó canturrear entre dientes. Qué ultraje, ser un egregio intelectual falangista con todas las lecturas en regla para que aparezca una folclórica venida a menos a afanarte los laureles. Con el aplauso, oigan, de la flor y nata de la españolitud, desde Eme Punto Rajoy a Santi Abascal, pasando por Naranjito Chen, Rosa de Sodupe o la Fundación José Antonio. Gran retrato, no tanto del país, como de cierto paisanaje que, tras renegar con denuedo de su condición de nacionalista desorejado, sale del armario a los sones de una patriota que vive y paga sus impuestos en Miami.