Otro Día de la Memoria

Este Día de la Memoria es el de la marmota. Desde que se instauró en 2010 bajo el gobierno de Patxi López sostenido por el PP y con el Parlamento incompleto, la palabra división ha aparecido invariablemente en los titulares. En algún caso se llegó a conseguir una foto más amplia, pero, en general, los actos de recuerdo se han celebrado siempre a falta de siglas y sensibilidades. Supongo que lo tenemos lo suficientemente asumido como para ni siquiera perder un segundo en el lamento.

Es lo que hay. Allá quien quiera engañarse a estas alturas. Como acabamos de comprobar bien recientemente, a todo lo más que se llega es a la obviedad de “El sufrimiento de las víctimas nunca debió haberse producido”. Evitando expresamente la mención de los responsables concretos de la inmensa mayoría de ese sufrimiento. Y para lo que debería ser pasmo general, con aplausos de despistados e interesados amnésicos que se tragan la representación teatral. Perdón, quería decir la patada en el hormiguero para ponerse otra vez en el centro, como no tuvo reparos en reconocer con el desparpajo habitual el productor, guionista y protagonista de la función.

Con todo, y añadiendo aún que se trata de una fecha ensartada con calzador en el calendario, sigue mereciendo la pena dedicar un tiempo de esta jornada a mirar hacia nuestro pasado imperfecto. Solo para, valga la paradoja, tenerlo presente. Quizá proceda también esforzarse para que no se trate de un trámite para la galería que se resuelve con unas palabras, unas flores, un minuto de silencio y unos aplausos de cierre. Pero eso es ya una cuestión estrictamente personal.

¿Condenar a ETA? ¡Venga ya!

Oh, qué sorpresa más sorprendente. Ha sido imposible que en el Parlamento vasco salga adelante una declaración unánime de condena a ETA. Venga ya, Vizcaíno, no nos tomes el pelo. Si hace literalmente cuatro días vimos al poli bueno y al poli malo de la izquierda soberanista (de soltera, abertzale), ataviados como pinceles en Aiete diciendo que sentían una hueva el dolor de las víctimas y que, mecachis en la mar, nunca se tenía que haber producido, pobre gentucilla, digo gentecilla. Item más, ese pomposo comunicado de nada entre dos platos aseguraba que en lo sucesivo se comprometían a mitigar el sufrimiento “en la mediada de nuestras posibilidades”. Y para que constara en acta se añadía —chanchanchanchán— que “Siempre nos encontrarán dispuestos a ello”.

Juer, pues la segunda en la frente. La primera, claro, fue la rajada de Eibar, donde el líder máximo enseñó el dedo y nos dijo que montáramos y pedaleáramos. O sea, que “tenemos 200 presos” (primera persona del plural, pero no somos ETA y tal) y ya puede fumar en pipa el secretario general de ELA, que si nos los van sacando de cinco en cinco cada fin de semana, apoyamos los Presupuestos y, si hace falta, la candidatura de Sánchez al Nobel de Veterinaria. Después de eso, lo de ayer no es ni noticia. Ni décimo aniversario ni gaitas en vinagre. No se condena y no se condena, punto pelota. Y el que lo ponga en solfa es un enemigo de la paz y un constructor de trincheras cuando los santos y puros están levantando los puentes, ejem, que dinamitaron dejando debajo casi mil vidas y un inmenso reguero de dolor. ¡Toma diez años de paz, Moreno!

Ahora, los hechos

Bueno, pues hoy es el día. El aniversario redondo. Casi podemos decir que hasta aquí llegó la riada. Es verdad que en las jornadas sucesivas aún nos llegarán los restos de serie. Este artículo a rebufo. Aquel reportaje que no encontró espacio. No sé qué declaración al humo de las velas. Y la matraca de oficio, esa que no para diga lo que diga el calendario. Pero lo que es la pirotecnia conmemorativa, a la que ni servidor ni los medios en los que publico somos ajenos, está agotando los penúltimos cohetes. El resumen, si quieren que lo escriba mal y pronto, es que, salvando alguna honrosa excepción, ha sido un peñazo del nueve largo. Incluidas, insisto, mis aportaciones, tan previsibles como casi todas las demás.

Lo sorprendente, de hecho lo único verdaderamente sorprendente, es que se sigan comprando vaquillas mil veces toreadas como si fueran de estreno. Luego haremos proclamas del copón sobre la desmemoria. Ahí nos las dan todas. O se las dan a los pardillos dispuestos a festejar en bucle la misma nadería. Manda pelotas que lleves con las matemáticas de segundo de primaria pendientes y pretendas que te saquen a hombros por haber sacado un tres en el examen a tus casi setenta años. Manda todavía más pelotas, es verdad, que haya fulanos que por ingenuidad o necesidad, efectivamente, te saquen a hombros. Y poco más, que hasta el próximo aniversario me remito al final de mi parrapla de ayer. Ya no estamos para medir pasitos. No sobran, desde luego, las palabras, aunque lleguen tarde. Pero es el momento de demostrar con hechos contantes y sonantes que se ha renunciado a seguir haciendo sufrir a las víctimas.

ETA nunca debió hacerlo

Diez años después y no salimos de la rotonda. ¿De verdad nos vamos a enredar otra vez en lo de los pasos adelante pero insuficientes? Me niego. Y entiendo que tendríamos que negarnos todos. Empecemos recordando que la presunta novedad de las palabras de Arnaldo Otegi no es tal. Ya hace años dejó incluso por escrito algo muy parecido. Y después hemos escuchado más o menos la misma fórmula. Simplemente, no era eso. Ni lo es. ¿O es que acaso tomaríamos en serio a Martín Villa diciendo que los asesinatos del 3 de marzo de 1976 en Gasteiz o la muerte de Germán Rodríguez a tiros de la Policía Nacional son “algo que nunca debió producirse”? Claro que no.

Ya vale del engañabobos de los verbos conjugados en formas impersonales. Así, como quien no quiere la cosa (que sí la quiere, vaya que si la quiere), Otegi insinúa que las muertes, los secuestros, las extorsiones o las persecuciones fueron fruto de un cúmulo de circunstancias. Casi literalmente que entre todos los mataron y ellos solos se murieron. Pues no. La frase completa tiene un sujeto que no puede ocultarse. Fue ETA quien provocó el sufrimiento. Por tanto, el enunciado correcto es: “ETA nunca debió producir ese sufrimiento”. Más auténtico aún, en primera del plural: “Nunca debimos producir ese sufrimiento”.

Cabrá el viejo comodín de argumentar que se diga lo que se diga, nunca bastará. Venga, lo acepto. Dejémonos de palabrería y vayamos a los hechos. Evitemos a las víctimas el dolor de homenajear a asesinos múltiples, o el de nombrarlos como presos políticos. Y ya puestos, ¿qué tal ayudar a esclarecer los asesinatos no resueltos?

Gestión de las prisiones, no más

De acuerdo al gran mito cavernario repetido desayuno, comida y cena, la asunción de la gestión de las prisiones de la CAV por parte del Gobierno Vasco se traducirá en la inmediata libertad de todos los presos de ETA internos en Zaballa, Basauri y Martutene. Es obvio que no va a ser así… simplemente, porque no puede ser así. Por mucho que se rasguen las vestiduras los tramposos vocingleros, lo que se consumó el pasado viernes —¡con 42 años de retraso; esa debería haber sido la noticia!— no fue el traspaso de la política penitenciaria, qué más quisiéramos, sino el mero control de cada una de las cárceles. Eso implicará, desde luego, un cambio (ojalá a mejor) en el funcionamiento de los centros y, desde luego, en las condiciones de vida de los reclusos. Pero no más. La legislación básica, la que atañe a progresos de grado y periodos de cumplimiento de la condena, seguirá estando, como hasta ahora, en manos del Estado.

Es importante que lo vayamos interiorizando todos. También destacados portavoces de la autotitulada izquierda soberanista vasca que, empatando con el ultramonte hispano en el discurso, andan vendiendo la especie de que de que la consumación de la trasferencia implicará de facto la amnistía automática de “sus” presos. Y recalco lo de “sus” presos para hacer notar que la población reclusa va más allá de los condenados por terrorismo. Es un agravio comparativo indecible olvidarse del resto de los internos, como si solo fueran una especie de secundarios. Pues no. Salvo que nos estemos engañando en el solitario, la gestión de las cárceles por parte del Gobierno Vasco no hará distingos entre los presos.

Un nuevo paso atrás

Cada vez resulta más duro predicar en el desierto, pero alguien tiene que hacerlo. Me consta, de entrada, que el común de mis convecinos no tiene ni pajolera idea de lo que es Gogora, es decir, el Instituto Vasco de la Memoria, la Convivencia y los Derechos Humanos, con todas esas mayúsculas iniciales que, por desgracia, no se corresponden con la importancia que en la calle se le otorga a cada uno de los conceptos. Pronto conmemoraremos a todo a trapo los diez años del comunicado en que ETA anunció con su inveterada querencia por los eufemismos el “cese definitivo de su actividad armada” y haremos como que no vemos que al personal se la trae al pairo todo lo relacionado con un tiempo que da por amortizado. Esa pachorra general es el nutriente básico de quienes no solo no están dispuestos a dar pasos adelante sino que los dan hacia atrás.

Lo estamos viendo, en su versión más hiriente, en el modo en que el despiadado ejecutor de 39 asesinatos se ha convertido en bandera de la defensa de los Derechos Humanos. Y en una versión a escala, lo hemos vuelto a ver en el voto en contra de EH Bildu al plan de actuación de Gogora. Para que se hagan una idea del alcance de ese posicionamiento, sepan que el PP, que también está en el consejo de dirección del instituto, solo llegó a abstenerse. La coalición soberanista se quedó sola, pues, frente al resto de las formaciones políticas (excluida Vox), representantes de las Diputaciones y Eudel y tres personas fuera de toda duda como los hijos de víctimas de ETA María Jauregi y Josu Elespe y el forense Paco Etxeberria. Y luego, que si los relatos inclusivos. Hay que joderse.

La cacería infame de Luis Tosar

Dicen que no hay preguntas impertinentes, pero caray. No sé demasiado bien a qué viene preguntarle a un actor si hubiera sido de ETA o Jarrai en caso de haber nacido en Euskadi. Ni siquiera a Luis Tosar, que en Maixabel encarna —magistralmente una vez más, aplauden todas las crónicas— a Ibon Etxezarreta, el sinceramente arrepentido asesino de Juan Mari Jáuregui. Ante semejante interpelación, la respuesta del lucense fue propia del estereotipo gallego: “Quizá sí. O no. Depende de muchos factores”. Incluso añadió, inclinando la balanza hacia el no: “El entono puede mucho, pero también hay una intención. Está en ti”.

De nada sirvió. En cuanto trascendió el entrecomillado forzado (“De nacer en Euskadi, quizá podría haber acabado en ETA”), saltó como un resorte toda la policía de la moral de Twitter con sus porras dialécticas y abundantes faltas de ortografía y patadas a la gramática. Tosar quedó retratado como actor subvencionado, bilduetarra y, en fin, enemigo de la nación española. No se trataba, como señalan las interpretaciones más benévolas, de déficit de atención lectora. Era pura miseria moral, vocación de manipulación intencionada y linchamiento a un colectivo, el de los artistas en general, que siempre está en la diana de la carcunda. No deja de resultar gracioso y revelador que muchos de los héroes y referencias intelectuales de los acollejadores son individuos que no pueden acogerse al condicional. De Juaristi a Onaindia, pasando por Azurmendi o Teo Uriarte, no son pocos los en su día jóvenes vascos que se enrolaron en la banda, muchos de ellos con un fanatismo atroz. Así que dejen a Tosar en paz.