Las trolas de Soria

Del (¿todavía?) ministro José Manuel Soria, lo único que queda por descubrirse es que, como muchos sospechamos por el tremendo parecido físico, es gemelo univitelino de José María Aznar. Y la confirmación es cosa de un rato, si se mantiene el ritmo de exclusivas sobre su persona que llevamos en las últimas horas. Hasta los más puestos en la trama del trapicheo offshore del gachó sudan tinta para estar al día de las novedades. Lo último, que seguro que a estas alturas es solo lo antepenúltimo, es que su firma está en el acta anual de la sociedad que jura no reconocer y, hay que joderse, que además de esa empresa en las Bahamas, también administró otro bisnes chungo radicado en Jersey. Vamos, que en materia de paraísos, lo mismo le da el Caribe que el Atlántico europeo.

Si esa torrentera de chanchulletes es grave, aún lo es más el rosario de fantasías animadas que están saliendo de la boca del individuo. Más que trolas, algunas son fenómenos paranormales o, directamente, material para el diván. Sin solución de continuidad, asegura que nadie de su familia ha tenido nada que ver jamás con la sospechosa UK Lines y proclama que no fue él sino su padre el responsable de la compañía. ¡Y cuando los periodistas le señalan la imposibilidad metafísica de que ambas cosas sean ciertas, se agarra un rebote y pide respeto por lo que él entendía un acto de suprema transparencia.

Escribía ayer en Twitter un señalado dirigente del PP vasco que en política, con la verdad puedes llegar o no a muchos sitios, pero con la mentira tarde o temprano te vas casa. En el caso de Soria, parece que está siendo más bien tarde.

Vargas Llosa… también

Caramba, carambita, carambirulí. ¿Me dicen en serio que el superlativo bipatriota y expendedor de lecciones de moralidad a granel, Mario Vargas Llosa, también tenía su bisnes en el chiringuito del tal Fonseca? ¿De verdad que el campeón estratosférico de la dignidad, el tipo que nos canta las mañanas por insolidarios y egoístas a los pérfidos rojoseparatistas periféricos, se había buscado el modo de no contribuir a las dos grandes naciones de las que se ufana de ser hijo? Eso dicen los entretenidísimos papeles de Panamá. Hay constancia de que el Inca Garcilaso redivivo —así le escuché un día que se sentía— era titular, junto a su hoy abandonada santa, de una de las toneladas de sociedades de color marrón oscuro que gestionaba el famoso bufete de guante blanco. En concreto, una que operaba en las Islas Vírgenes británicas, paraíso en los sentidos literal y fiscal de la palabra.

Menos mal que como es un caballero español y peruano, habrá salido a reconocerlo gallardamente y a apechugar con las consecuencias, que en realidad son ninguna, ¿no? Más bien no. Lo que ha venido a decir el crepuscular descubridor del molinillo filipino es que el perro le comió los deberes. Y ni siquiera con su incomparable prosa, que para eso paga a unos propios. Ha sido su agencia la que ha salido a contar que no más fue la puntita y, además, por culpa ajena. “Solamente puede atribuirse a que algún asesor de inversiones o intermediario, sin el consentimiento de los señores Vargas Llosa, reservó esta sociedad para la realización de alguna inversión que se estaba estudiando”, zanja la nota supuestamente aclaratoria. Pues vaya.