El Lute de Girona

Desde hace unos días, no deja de venirme a la cabeza la imagen en sepia de Eleuterio Sánchez con el brazo en cabestrillo flanqueado por dos números de la Guardia Civil que miran a la cámara con indisimulado orgullo. Algo me dice que en los sueños húmedos de los aparatejos del Estado hay una versión de esa foto en la que la cara del quinqui más célebre del franquismo es la de Carles Puigdemont. Viendo los lisérgicos planes para echarle el guante, queda claro que el President expatriado es el Lute del gobierno de Eme Punto Rajoy.

Revisión de maleteros en la raya administrativa con Francia —¡joder con el espacio Schengen!—, control de puertos y aeropuertos, peinado del sistema de alcantarillado en las inmediaciones del Parlament, y para que el estrambote sea completo, vigilancia del espacio aéreo por si al taimado escapista le diera por llegarse en un ultraligero y saltar en paracaídas sobre la cámara. Palabra que eso último se lo escuché primero como guasa a mi compañero Txema Gutiérrez y, poco después, como sesuda y no descartable hipótesis en una tertulia matutina hispana. Moncloa pulveriza cada minuto que pasa sus propios récords de ridículo espantoso.

¿No hay nadie en el entorno del nido del charrán que maneje los rudimentos de comunicación mínimos como para hacer comprender que esta actuación patética redunda en beneficio de su antagonista? Patochada a patochada, incluyendo la euroorden de quita y pon y el auto conspiranoico del aspirante a superjuez Llarena, están convirtiendo en leyenda a alguien que llegó al escenario público en calidad de interino que pasaba por allí. Luego se quejarán.

Karmele y Txomin

Por culpa de una crítica radiofónica de alguien que seguramente no se la había leído, tuve durante un tiempo en la cabeza que la última novela de Kirmen Uribe era eso que los cantamañanas de la promoción de fajillas, contraportadas o solapas llaman thriller frenético. Tal y como contaba la trama el creativo autor de la reseña, parecía que se trataba de una de John Le Carré con protagonistas de nombre euskaldun. Llegó a insinuar no sé qué de una Mata Hari y un Smiley del Cantábrico, se lo juro.

El prejuicio inducido por esas consideraciones tan a la ligera hizo que descartara la lectura inmediata de “La hora de despertarnos juntos”. Es verdad que me gusta el género de espías, que me apasiona todo lo que tiene que ver con la peripecia de los vascos que perdieron la guerra de 1936, y por descontado, que hasta la fecha había disfrutado enormemente de cualquier texto que llevara la firma del ondarrutarra. Todo junto, sin embargo, se me antojaba sencillamente inconcebible.

Afortunadamente, apareció Xabier Lapitz para poner las cosas en su sitio. En estas mismas páginas tituló “Una novela, una historia, una verdad”. Con solo tres palabras, desbarataba la pseudocrítica y —también es cierto que las afinidades pesan— me empujaba a la librería.

Ahora que ya puedo hablar con conocimiento de causa después de haber disfrutado inmensamente de las casi 450 páginas del emocionante trabajo de Uribe, no encuentro mejor forma de resumir la obra que el encabezado de Xabier. Están ahí la novela, la historia y la verdad de Karmele y Txomin, y de tantas y tantas personas a las que no acabaremos de pagar su sacrificio.

Razones para un festivo

Gernika, Casa de Juntas, 7 de octubre de 1936. No muy lejos resonaban los bombardeos asesinos de quienes todavía no han sido repudiados por muchos que se dicen demócratas. Mientras la sinrazón avanzaba, desgraciadamente imparable, bajo el árbol que a partir de esa fecha tendría un simbolismo aun mayor, once hombres comenzaban a escribir una de las páginas más heroicas —y desde luego, más hermosas— de nuestra Historia. Contemplado el episodio desde estos días de pandemia de canallas, cobardes e interesados, emociona la generosidad de aquellas personas tan distintas en lo vital y en lo ideológico que se disponían a entregarse a una causa que sería la de toda su vida. Muy pronto, de hecho, alguno pagó con ella.

Al frente del grupo irrepetible, José Antonio Agirre Lekube, un tipo bueno en el sentido machadiano, juraba “en pie sobre la tierra vasca” desempeñar fielmente su cargo. Los hechos dan fe de que lo hizo largamente. En medio de una guerra, asediado por un enemigo implacable y ventajista que tuvo la ayuda de grandes matarifes, el primer Gobierno vasco fue capaz de levantar los cimientos de un país en los apenas ocho meses que tardó en llegar la amarga derrota.
Luego, en el largo exilio, la mayoría de sus componentes —¡de nada menos que seis partidos que hacía muy poco se habían llegado a sacar las pistolas!— se mantuvieron inquebrantablemente leales entre sí y al pueblo que representaban. 80 años de semiolvido después, exactamente hoy, el calendario oficial de la demarcación autonómica celebra su gesta. Lástima que muchos no sepan que les debemos bastante más que un fin de semana prolongado.