Esperando al 155

Esa irritante sensación de haberlo visto antes. Quince folios de portantoencuantos creativos y un mengano o varios —en el caso que nos ocupa, dos, de momento— se van a la cárcel en nombre del estado de derecho funcionando a pleno pulmón. Hasta la última coma viene en el guión, desde los aplausos cerrados a la decisión a los bramidos cavernarios porque se les queda corta… pasando, no nos engañemos, por lo que se piensa pero no se dice: no hay mal que por bien no venga. Acción-reacción-acción se llama el viejo juego, que se disfruta en los extremos con fruición de gorrino revolcándose en el barrizal.

A fuerza de encabronamientos en bucle, se busca, y está ya conseguido casi totalmente, que no quede nadie en medio para levantar el dedo y tratar de señalar los matices. Que me perdonen en Galicia y Asturias por la metáfora, pero es el tiempo de los incendiarios. El panoli indocumentado Casado anunciando ilegalizaciones para que sus alter egos de enfrente —pongamos Rufián— batan el récord de demagogia tuitera.

Ocurre que al final, por más demoras sobre demoras que llevemos, los plazos acaban cayendo a plomo. Hoy mismo miramos al cielo a ver si precipita y por dónde el temido 155, que aun en la versión más suave, es un patadón en la boca del estómago de la convivencia. Y además, un paso difícilmente reversible. Exactamente lo mismo que, en la otra acera, la proclamación de la república catalana, ya dejándose de hostias de periodos de carencia, y que sea lo que tenga que ser. Sería tragicómico, pero a más de uno le colaría, que el desenlace fuera la convocatoria de unas elecciones. Hagan sus apuestas.

Alegría y rabia

Naturalmente que me alegra la decisión del Tribunal Europeo de Derechos Humanos sobre Juan Mari Atutxa, Gorka Knörr y Kontxi Bilbao, pero reconozco que soy incapaz de reprimir la sensación de rabia infinita que me invade. ¿Quién y cómo repara ahora el inmenso daño causado a tres personas que simplemente obraron en conciencia ante una arbitrariedad como la copa de un pino dictada por una instancia judicial que actuaba, como era (y sigue siendo) costumbre, por impulso político?

Por contundente que suene lo de la condena a España, se me queda muy corta. Aparte de que ni siquiera entra en el fondo del asunto, sabemos que a nadie le va a enrojecer el enésimo tironcente de orejas por pisotear alevosamente y por sistema los principios más básicos. No habrá nada parecido a una disculpa por haber propiciado un martirio que se ha prolongado durante casi tres lustros. Al contrario, esos que tanto elevan el mentón al exigir a los demás que reconozcan el sufrimiento causado están ya fumándose un puro con la sentencia.

Y por triste y vomitivo que parezca, no muy lejos de ellos se encienden otro caliqueño los que un día convirtieron a Atutxa en su peor pesadilla. Hablo, claro, de los que jalearon los innumerables intentos de ETA por mandarlo al otro barrio y ayer no disimulaban el disgusto por el fallo de los magistrados de Estrasburgo. No esperaba uno que la miseria moral y el resentimiento rancio pudieran alcanzar tales cotas. Qué gran retrato de aquellos años de plomo y mierda ideológica, el rechinar de dientes compartido por los hooligans de esta y aquella orilla. Los unos sin los otros nunca fueron nada.

De la equidistancia

Así de clarito se lo digo, sufridos lectores: mejor ser equidistante que julandrón de playa. Quiero decir que entre las cosas horrendas que se pueden ser en esta vida, no me parece que sea especialmente censurable intentar no pensar ni juzgar a piñón fijo. Intentar no es lograr, ojo, que el error nos acecha a la vuelta de cada esquina o, en mi caso, de cada punto y seguido. Pero puestos a meter la pata, prefiero hacerlo siguiendo mi camino antes que yendo con el rebaño por una cañada tras el cayado del pastor. Si hay que despeñarse, que nos quede el consuelo de haberlo hecho en el uso de la libertad individual y no por haberse dejado enrolar en el pelotón de cualquier flautista de Hamelín.

¿Por qué tiene tan pésima fama la equidistancia? La pregunta previa es si tal cosa existe y la respuesta es que no, que es una construcción mental hecha desde los extremos, que además de ser extremos, están adheridos al suelo con pegamento de roca. Cualquier cosa que se mueva entre ellos y sea capaz de variar su posición es automáticamente sospechosa de conducta inapropiada. Lo divertido es que quienes no quieren casarse con nadie acaban siendo tildados de promiscuos calienta-ingles. Desde el despecho, faltaría más. No deja de ser curioso que lo que une a los enemigos irreconciliables sea su aversión a los que no toman partido por inercia.

Si por decir que asesinar a Isaías Carrasco o a Santi Brouard son muestras de la misma ignominia, soy equidistante, y aunque en los labios que me lo reprochan lo sea a modo de insulto, lo acepto sin rechistar. Me parece más llevadero y, desde luego, más presentable que atornillarme las anteojeras para justificar o incluso glorificar a los autores de un crimen y deplorar a los que cometieron el otro. Otra cosa es que al mismo tiempo me sienta también imbécil teniendo que explicar a cada rato y por quintuplicado un principio tan simple y fácilmente comprensible.