Esclavos de Facebook

Dedico estas líneas al selecto (y espero que todavía nutrido) grupo de lectores y lectoras que acceden a ellas únicamente a través del papel. Se me antojan como los últimos de las Filipinas tecnológicas, aguantando a pie firme el asedio de esa modernidad que, paradójicamente, se hace vieja al poco de nacer. No crean que no me los imagino arrugando la nariz cada vez que menciono —casi a diario— las llamadas redes sociales, especialmente la del pajarito azul. Me consta, porque así me lo han dicho en las impagables ocasiones en que los conozco en persona, que muchos ni son capaces de hacerse una idea de lo que va el invento. Y tres cuartos de lo mismo con Facebook, que es adonde quería llegar. Benditos ellos y ellas, que se permiten vivir al margen de esta gran trampa para elefantes —nosotros mismos— de la que en los últimos días se leen y escuchan tantas diatribas.

Menuda novedad, resulta que es un sórdido bazar donde se trafica con datos al por mayor para fines escasamente decentes, como hacer ganar las elecciones a Donald Trump, sin ir más lejos. Está bien, y ojalá sirviera para algo, que las instituciones que dicen preservar la democracia (ya será menos) llamen a capítulo al niñato eterno Zuckerberg, pero conviene que tampoco nos vengamos arriba. El tipo en cuestión puede ser uno de los pobladores del planeta más vomitivo y falto de escrúpulos. pero engañar, lo que se dice engañar, engaña lo justo. Cada uno de esos datos con los que trapichea se los hemos dado libre y voluntariamente los usuarios de su telaraña. Lo gratis sale caro, decía mi abuela. Qué tentación, volver al papel y solo al papel.

Arrimadas, a callar

Previsible, repugnantemente previsible. Una tipeja se encarama a su muro de Facebook para proclamar sus deseo de que la dirigente de Ciudadanos, Inés Arrimadas, fuera violada en grupo a la salida de una entrevista que le están haciendo en una cadena de televisión. La individua, espécimen de manual del bocabuzón amateur que se gasta en las llamadas redes sociales, no se priva de empezar su vertido de bilis dejando claro que sabe que le “van a llover las críticas” y que lo que va a decir “es machista y todo lo que se quiera”. Para terminar de quedarse a gusto, la mengana remata la deposición subrayando que la agresión grupal es lo que se merece “semejante perra asquerosa”.

Es verdad que cuando Arrimadas denunció públicamente la brutal demasía, hubo un primer momento de aparente indignación y solidaridad más o menos generales. No cabría esperar algo diferente, ¿verdad? Pues, lamentablemente, se equivocan. Fue cuestión de un par de horas que cambiaran las tornas. Por sorprendente que les parezca —ya les digo que yo sabía que ocurriría—, la vejada dialécticamente acabó siendo la mala de la película.

Las y los campeones de la progritud, los mismos que gritan más alto que nadie “Tolerancia Cero” y “No es No”, empezaron a tacharla de irresponsable por no haber callado. Por lo visto, sufrir esos ataques le va en su sueldo como representante política. Servía también como justificación que no fuera la única a la que le ha pasado algo así. Cómo no, salió a colación la santa libertad de expresión, aunque lo insuperable fueron los que dijeron que lo verdaderamente machista era meterse con la autora del mensaje.

La enaltecedora

Titulares que mueven a algo a caballo entre la piedad y la carcajada: “Subí el emblema de ETA a Facebook sin darme cuenta”. Son palabras de una de las 21 personas detenidas en la jacarandosa Operación Araña que se marcó la Guardia Civil la semana pasada con el supuesto objetivo de limpiar el patio internáutico de contumaces enaltecedores del terrorismo. Nos los habían pintado como una suerte de escurridizos y malvadísimos hackers que colocaban sus perniciosas consignas entre sus miles de seguidores. Empecemos por esto último. Resulta que Begoña, la autora del entrecomillado de más arriba, apenas tiene cincuenta amigos en Facebook, en su mayoría, [Enlace roto.], familiares y conocidos de Galicia, tierra de la que emigró a Euskadi tras una ruptura sentimental. Salvo que se trate de ninjas o muyahidines, no da la impresión de que haya ahí masa crítica suficiente para iniciar un movimiento insurgente ni nada que se le parezca.

El resto de detalles que ella misma aporta tampoco la retratan precisamente como una temible ciberdelincuente. De 46 años, separada, madre de una hija que le da más de un disgusto, y con una discapacidad física reconocida del 72 por ciento, Begoña usa la famosa red social de Zuckerberg —solo esa; en Twitter ni se ha estrenado— para lo que tantos y tantos, o sea, para mantener un sucedáneo de contacto con el mundo. Comparte citas blanditas de postales de autoayuda, canciones de Rocío Jurado y fotos de su tierra de acogida, entre ellas, una ikurriña que contenía la serpiente y el hacha. Para la llamada benemérita pasa por una peligrosa enaltecedora.